Los objetos son herramientas para aprender, son los documentos de la historia. El sulky, ese pequeño carruaje, por lo general para uno o dos pasajeros, se introdujo en Argentina en el siglo XIX; o el carro polaco, que llegó a la tierra colorada con los primeros inmigrantes; un viejo trapiche de madera da cuenta del esfuerzo que significaba extraer almidón y una valija de cuero es capaz de llevar en su interior el recuerdo del mundo que quedó atrás, cuando el barco levantó sus amarras y emprendió un viaje sin retorno.
Todo está en objetos, por eso Rodolfo y Estela Betzel comenzaron a recolectarlos, allá por la década del 90 y desde hace unos años brindan esta posibilidad a quienes se acercan a su local de la avenida Güemes 268, apreciar antigüedades de invalorable valor histórico sin costo alguno.
Aquí se guarda la historia de hombres y mujeres que tuvieron la valentía de abrir las primeras picadas en una selva virgen que intimidaba pero aún así sentaron las bases de lo que hoy es la ciudad, para la que no escatimaron esfuerzos pues el único fin era consolidar el desarrollo de la tierra colorada en su conjunto.
Rodolfo, correntino, y Estela, mendocina, llegaron a la Capital de la Alegría hace alrededor de tres décadas, la tierra colorada los atrapó y ya no pudieron dejarla. Además, en un santiamén se sintieron atraídos por su historia, colmada de utensilios que supieron de guerras, hambrunas y también de aprendizajes, de trabajar una tierra distinta, de criar animales y hasta de fabricar sus propias herramientas.
La búsqueda incluyó recorrer chacras, ir tras algún dato, preguntar aquí, allá y un poco más lejos también, recibir obsequios o desembolsillar algún dinero, una tarea que aún hoy es parte de su rutina, pero que en 2009 los vio desbordados de cosas, entonces decidieron que ya era tiempo de compartir con el pueblo, con los turistas, con los curiosos… pero siempre de manera gratuita.
Empatía
Quien sabe de emigrar es capaz de imaginar el padecer de estos primeros inmigrantes, que “arribaron a esta región con desvencijados baúles de chapa y madera conteniendo escasos enseres.
Los alimentos también eran escasos, pero con la ayuda de Dios, se proveían -en un principio – de la generosidad de ese maravilloso huerto selvático que les ofrendaba la naturaleza, hasta que ellos mismos lograron extraer del fecundo suelo sus preciados frutos y recogieron las primeras espigas con su propio sudor, se permitieron el deleite y el orgullo de consumir el primer pan de maíz cocido en horno de barro”.
Y esto no hace más que intensificar los valores que “ostenta el ser humano, la fe, la esperanza, la honestidad y el trabajo, aquellos valerosos europeos dieron inicio al impulso de esta agraciada región”.
Y Museo Abolengo es un poquito de todo esto en la colección de objetos y herramientas que alberga y que permitió a los ancestros de esta ciudad sortear las odiseas vividas durante la ardua época del asentamiento en este terruño, incluso muchos de estos elementos fueron construidos por ellos mismos, por obra y gracia de la imperiosa necesidad y en la mayoría de los casos la materia prima para erigir estas piezas la encontraban en el pródigo hábitat que los secundaba.
Así, por ejemplo, se puede observar en la colección una gran diversidad de herramientas y también la maestría de los “artesanos” manifestada en la manufactura de cada pieza diseñada para la eficiencia y durabilidad. También se descubren sierras de mano de diferentes tipos, trapiches, baúles, elementos de labranza, tornos, prensas, cocinas a leña, carruajes de la época, lavarropas de mano, bombas para agua, morteros y un sinnúmero de herramientas y enseres de uso cotidiano empleados en las diversas tareas requeridas en ese sacrificado y épico comienzo.
Un lugar “para recrearse con los recuerdos e instruir a las nuevas generaciones sobre los rastros de los antecesores, sus raíces, su cultura, sus odiseas y proezas, ya que esto encarna la esencia de un legado divino y nos encauza a mantener viva la memoria sobre nuestros verdaderos orígenes, más allá del tiempo y de las generaciones”.
“Museo Abolengo es un agradecimiento y homenaje a aquellos abnegados precursores”, afirman quienes día a día abren sus puertas y lo sostienen en pie, siempre a disposición del público.