
Con la misma fortaleza que tuvo Cristina, su madre, para desafiar a las adversidades, Facundo Andrés Romero (27) busca hacer frente a los severos problemas de visión por los que atraviesa desde hace tres años debido al brusco avance de la toxoplasmosis. Dinámico, inquieto, de un día para el otro quedó ciego del ojo derecho, y del izquierdo sólo cuenta con el 30%. Ahora debe someterse a una operación de cataratas que redujo más aún su escasa posibilidad de ver. Pero no se amilana. Tras sortear los primeros obstáculos de la situación, se puso a vender ropa en una feria para reunir el dinero necesario para la cirugía, que totalizaría alrededor de 50 mil pesos.
En su casa del barrio Fátima, contó cómo se inició este proceso que le cambió la vida. Dijo que se hizo ver tras la inflamación del ojo derecho y le dijeron que tenía conjuntivitis. Lo medicaron con gotas pero, lejos de mejorar, el panorama se complicó. Volvió al consultorio y le anunciaron que estaba perdiendo el ojo derecho por toxoplasmosis. “Fue todo muy rápido. El tratamiento que me recetaron implicaba ingerir cinco pastillas diarias. Una de ellas me produjo alergia. Debieron internarme para quitarme esa medicación pero para eso ya había perdido la vista del ojo derecho”, con el agravante que la bacteria se trasladó al izquierdo, diezmando la visión de forma severa.
“En ese proceso me cambiaron la medicación para poder matar la bacteria y terminé perdiendo la visión de ambos ojos. Estuve tres meses a oscuras. Me aseguraron que al ojo derecho no lo iba a recuperar porque tenía desprendimiento total de retina.
En el izquierdo estaba prendida en un porcentaje mínimo, pero la operación no era segura y sugirieron que no tuviera esperanzas”, rememoró.
Contra los pronósticos, “gracias a Dios recuperé el 30% de la visión del izquierdo y me recetaron los anteojos porque el desprendimiento me generó miopía”. De esta manera intentó seguir “de nuevo con mi vida” pero hace un año le diagnosticaron cataratas. Y ese es el motivo de la nueva cirugía “para volver a ver un poquito mejor”. En el hospital Madariaga la practican de manera gratuita “pero no se animan porque es riesgosa debido al desprendimiento de retina”.
El oftalmólogo Oliverio Hobecker, que es especialista en retina, lo había operado en ese nosocomio y “me confió que se anima a hacerlo pero ya no cumple tareas en el hospital público. Solamente en una clínica privada, por lo que tengo que pagar la cirugía. Confío en ese profesional, sé que me va a operar y va a salir bien”, manifestó, ilusionado.
Hace dos años el procedimiento valía 30 mil pesos “pero imagino que ahora ronda los 50, además de pagar las consultas y medicamentos porque no tengo obra social. Si bien hace un año tramité una pensión por invalidez, cobro 5 mil pesos. Vivo con mi mamá, que es madre soltera y también tiene una pensión por discapacidad, y no nos alcanza para ahorrar para la cirugía. Ahora estoy tramitando el carnet de discapacidad, que se hace en diferentes etapas”.
Es por eso que para juntar el dinero se puso a vender ropa usada en una feria de Villa Cabello. Lo hace los fines de semana. Empezó exponiendo la suya, y luego fue pidiendo a los amigos, algunas que ya no usaban. Así, fue juntando dinero, comprando ropa nueva y va alternando. “Me está yendo bien pero es mucho lo que tengo que juntar todavía”, confió.
Un cambio rotundo
Facundo no puede movilizarse solo. Es que cuando le efectuaron la junta médica para otorgarle la pensión establecieron que “tengo un 100% de invalidez laboral y un 30% de vista con un solo ojo. Y me dijeron que debía andar con el bastón verde. Me manejo bastante bien pero no puedo andar solo”. Si bien utiliza el teléfono celular lo tiene modificado: los colores invertidos y un zoom para la pantalla pero a los mensajes los lee, letra por letra. “Voy acomodando de a poco mi vida para seguir, para no quedarme, estancarme, para poder seguir haciendo las cosas yo y juntarme el dinero para la operación. Creo que después podré retomar las cosas que hacía”, agregó.
Según le explicaron, no se sabe cómo ni cuando uno puede contraer la bacteria de la toxoplasmosis. En su caso, “puede ser que la haya tenido siempre pero pasó que en los meses de enero y febrero de ese año estuve con mucho trabajo porque tenía la fiesta de quince de mi prima, que es como mi hermana, me iba al interior a peinar, sacaba fotos, estaba con finales en la facultad. Eso generó mucho estrés, anemia y defensas bajas, activando a la bacteria. Empeoró mucho más cuando mi cuerpo rechazó la medicación porque se perdió mucho tiempo en eso.
Pero como me dijeron los médicos, es uno en un millón. No se podía evitar, pasó y desencadenó todo esto”. Aseguró que “me cambió la vida, y mucho. No podría poner en una balanza si fue bueno o malo. Era súper activo, además de estudiar y tener más de un trabajo, tenía una vida social. Soy una persona súper sociable a la que le encanta crear vínculos. De un día para otro se truncó todo.
Pero no sé cómo hice para no quedarme. Sigo adelante. Por supuesto que no puedo hacer todo lo que hacía antes pero aun así trato de hacer lo mejor posible en todo para seguir siendo la persona que era. En lo personal, cosas así te ayudan mucho. Voy a usar una frase súper clishé que es que ‘valorás muchísimo más lo anterior’”.
Añadió que con el contraste uno se da cuenta lo que vale realmente. “Más aún la vista, que es todo. Y más para mí que todo lo que hacía tenía que ver directamente con ese sentido: manualidades, pintura sobre vidrio, sobre tela o sobre mis remeras y buzos, algo que aprendí de chico con mamá mientras ella confeccionaba tarjetas españolas para vender. La parte de diseño gráfico viene de ese lado, de lo que mamé con mi vieja, sólo que lo trasladé a la actualidad”. Es cierto que cuando se pierde un sentido, los demás se agudizan. Y “yo al del tacto lo tengo súper agudo. Puedo hacer cosas sin mirar, como los peinados, los hago sintiendo porque no veo. La gente no se da cuenta por la manera en que ando y me desenvuelvo. Pero es real que no veo. Pero hago todo, busco la forma y me adapto”.
Facundo conoce sus límites “por eso digo que solo no puedo andar. No puedo cruzar una calle porque no voy a ver si viene un auto ni los números de los colectivos. Sé de mis limitaciones. Es mucho tener que depender de los demás cuando siempre fui súper independiente. Trato de tener una dependencia mínima. Intento solo hasta donde puedo”.
Por eso la operación de cataratas es para él “muy importante porque sé que con eso voy a poder hacer mucho más y ser más independiente. Claramente, no voy a ver como antes pero me va a ayudar muchísimo. Y más el tema de las fotos que realmente a mí me gusta. Creo que me salía bien y a la gente le gustaba, y quiero seguir con eso. Lo mío fue siempre por el lado de la estética y me gustaba mucho captar imágenes y editarlas, que es la parte que más me gusta y me divierte. En la escuela de modelos empecé jugando y después me di cuenta que realmente me gusta.
Y lo del trabajo fue secundario. Si lo pudiera seguir haciendo lo haría porque me gusta más que por una salida laboral. Es como una catarsis. Es bueno para mí saber que después de lo que me pasó y las limitaciones, puedo seguir haciendo lo que me gusta, modificando todo y adaptándolo para que lo pueda hacer”, aseveró.
Gracias a Dios “no tengo amigos contados con los dedos de las manos, sino muchos amigos de verdad que me apoyan, están conmigo siempre y fueron un gran pilar para afrontar todo esto. No les conté lo que me estaba pasando sino que desaparecí dos meses mientras estuve ciego. No quería que me vean así. Noelia vino de sorpresa y se enteró aunque le dije a mamá que no quería atenderla.
Ella se encargó de hablarme y de hacerme entender que realmente necesitaba que ellos estén conmigo. Empezaron a venir y una semana antes que me operaran, los reuní a todos en casa porque quería hablarles. La mayoría sabía que estaba con un problema de salud complicado pero no tenían idea de la gravedad, que estaba totalmente ciego.
Por los medicamentos pesaba 50 kilogramos, no tenía pestañas, cejas ni uñas. Estaba irreconocible. Se sentaron y les conté, siempre con humor. Lloraron un rato, se fueron y me dejaron solo. Pero volvieron y se adaptaron a como yo lo quería tomar, con humor, con fe y esperanza. Y así me acompañan. Ellos están para todo. Me ayudan en lo que necesito”.
De todas las cosas malas que “vivimos, no renegamos. Creemos mucho en Dios y en ningún momento nos pusimos a preguntar porqué, si era un castigo. Simplemente aceptamos lo que nos pasa, pensando y teniendo fe que pronto vamos a salir. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante. Nunca mejor empleada la frase. Hay que tener fuerzas para pasar el momento.
El mensaje es que no hay nada que te pueda frustrar para siempre, no hay nada que te pueda limitar. Siempre se puede salir. A pesar de todas las cosas que vivimos, desde los problemas de salud, hasta los económicos, tenemos una vida feliz, paz y tranquilidad. No hay que desesperarse.
Los problemas están, van a estar y de alguna forma se van a solucionar. Es tener fe y fortaleza en lo que uno cree y quiere”.