Entonces a unos inventores se les ocurrió convencer a la gran mayoría de la población que ese objeto era para gobernar. De esta forma iban a poder dominar a todos, para lo cual empezaron a publicar en todos los medios existentes propaganda para que pueda entenderse como un derecho adquirido por el gobernante el uso de ese objeto extraño.
Los grupos progresistas rápidamente dieron el grito en el aire; que eso no está bien, que es inconstitucional. La población no sabía qué pensar, pero como varios científicos de batas blancas y anteojos explicaban que aquello iba a traer progreso a todos, se prefirió creer en esa verdad. Siempre es más tranquilizador aceptar una verdad que vivir en la incertidumbre; es más fácil esperar un milagro que producirlo.
La población se convenció de que los gobernantes tenían tales potestades y podían hacer lo que ellos consideran conveniente. Bastó mostrar gente feliz en las pantallas, en los gimnasios, manejando su auto, en las plazas, etc.
La población ya no se preguntaba si el objeto extraño servía para curar, para generar energía, para producir alimentos o para enseñar. Se convencieron que servía para controlar y que una sociedad controlada es más feliz, como decía la propaganda, por más injusta que fuera.
Pablo Martín Gallero
Puerto Rico (Misiones)