El mundo empresarial que dejó por un rato la comodidad de sus finanzas para ejercer la función pública termina siendo un baldazo de agua fría para aquellos que apostaron por el cambio y una confirmación para los que preferían el “roba pero hace”.
Al fin y al cabo tanto el kirchnerismo como el macrismo terminaron dañando seriamente las bases de una nación que parece acostumbrarse a vivir en crisis cíclicas.
Antes se burlaban de nosotros cuando nos intentaban convencer de superávits gemelos, crecimientos a tasas chinas y absurdas comparaciones con países europeos. Ahora se nos ríen en la cara cuando nos ponen tarifas del primer mundo para ofrecernos servicios de cuarta, cuando nos invitan a tomar créditos UVA atados a la inflación y al dólar y cuando nos trasladan a los usuarios las pérdidas de las empresas.
Con el cierto cuento de la “pesada herencia” nos están llevando por delante y nos ponen a unos contra otros con lo que vamos edificando nuestra opinión en directa confrontación con el que no piensa igual. El kirchnerismo dividió al país y Cambiemos no hizo nada para revertirlo. De hecho, todos los días profundiza esa grieta cuando intentan convencernos de que los que se quejan de los aumentos, de los magros salarios, de la presión fiscal y de tener que pagarle a las empresas lo que perdieron por la devaluación son los militantes kirchneristas (fue lo que soltó livianamente el secretario de Energía Javier Iguacel el sábado por la mañana).
Pero a estas alturas, cuando lo que nos queda es pensar en el día a día postergando una vez el futuro, conviene llamar a las cosas por su nombre: Cambiemos no cambió nada, es un Gobierno que trabaja para beneficio propio y de conocidos en detrimento de la sociedad. Cambiemos oculta sus groseros errores echando la culpa hacia atrás. Minimizan sus errores y, con sus insólitos discursos, maximizan su operancia.