Cada paso que dio en su vida fue gracias a él, pues le enseñó la profesión, y fueron quienes estuvieron presentes en cada evento social, tanto en el pueblo, como en la colonia, sin dejar de lado los recordados casamientos que comenzaban en la iglesia, seguían en el campo y terminaban en la casa del novio, y “el fotógrafo tenía que estar todo el día, muchas veces era un esfuerzo enorme llegar al lugar por las inclemencias del clima pero había que cumplir”.
En sus anécdotas Anita recuerda también la visita presidencial de Raúl Alfonsín en la Fiesta de la Yerba y la de Carlos Menem en el Club Social.
Además, por una foto de un hombre en el campo, Anita fue premiada por la General Geographic, recuerdos que guarda en su local de Belgrano casi López y Planes y pronto en su sala histórica, que está acondicionando.
Contó que en sus inicios vivía en la colonia y era una de las muchas mujeres de familias yerbateras y tareferas. “Vengo de una familia de inmigrantes, vivíamos en el campo, tarareábamos y nosotras ayudábamos en la casa con mucho sacrificio. Después, de a poco, los hijos fuimos buscando otros rumbos, uno en el Ejército, otros en la Marina. Yo, a los 18 años, me fui a sacar la foto para el documento, me conocí con Juan Pien y nos enamoramos”, recordó como hoy aquel día.
El gran fotógrafo del pueblo necesitaba de la compañía perfecta y la encontró en “Anita”.
A ese amor mutuo que tenían se sumó el compartir una pasión que la moviliza hasta hoy.
“Él me dijo, ‘yo te voy a enseñar fotografía, vamos a trabajar y vamos a tener una casa’”, por supuesto que con un objetivo claro, planificar su vida juntos con la profesión de la fotografía.
En esos tiempos era raro que una mujer pueda ser parte de este tipo de profesión y que un hombre la haga partícipe del mismo.
“Uno tenía la mentalidad de que la mujer era del hogar (yo venía del campo), no era salir, pero él me animaba, en el 58 nos casamos y empezamos una vida y todo lo compartíamos. Fui aprendiendo la profesión, era todo revelado en blanco y negro, entonces se sacaban las fotos, él cargaba la polvoreaba, eso largaba como una explosión y yo le ayudaba sosteniendo, por ejemplo”.
Los casamientos significaban todo un esfuerzo pero había que cumplir con el servicio. “Los novios se casaban en la iglesia, al mediodía era la fiesta, bailaban el vals y a las 16 todos partían a la casa del novio, el fotógrafo tenía que estar a disposición todo el tiempo. Era lindo, porque se trabajaba mucho. Había hasta cuatro casamientos en un día, entonces nos dividíamos en dos, porque algunos también eran de noche”.
En la Colonia se dificultaba pero se cumplía, “muchas veces nos perdíamos para llegar a la chacra, uno se perdía y ni hablar del clima, al punto con en los 80 compraron un Renault 12 con tracción delantera.
Para el revelado, un recuerdo especial
“En esa época no había agua potable en Apóstoles, entonces mi marido se ingenió con un tanque que recogía el agua de lluvia porque la del pozo no servía para revelar las fotos. En verano, por ejemplo, se calentaba demasiado el tanque, entonces se relvaba de noche”.
En cuanto al laboratorio, mencionó que “teníamos dos piezas grandes, para revelado y secado de fotos, de un casamiento se hacían unas cien imágenes”.
“Y bueno, me empezó a gustar cada vez más esto”, reconoció esta apasionada de la fotografía.
“En ese tiempo, cuando no aparecía todavía la posibilidad de la fotografía color, me empecé a ingeniar con óleo. “Era de lo que más pedían para los chicos”.
Además de los cumpleaños, casamientos y eventos sociales privados, era convocada a la fiesta más importante, la de la Yerba Mate. “Trabajaba mucho con las reinas”, sostuvo. Y agregó que “también estuve presente en la visita del presidente (Raúl) Alfonsín. O cuando vino en campaña Carlos Menem al club Social. En las fiestas patronales y en todos los eventos estábamos y siempre éramos muy bien recibidos”.
“Nuestros padres nos enseñaban valores, amar al prójimo y tener las cosas con sacrificio, siendo solidario, eso también inculqué a mis hijos”, confió e hizo hincapié en que “también enseñé a mis hijos que mamen la pasión. Con el mayor no pude, se volcó para otro lado. Mientras que al segundo le dije voy a comprar una filmadora y un auto para que me lleves –eso era en los 80-”
“Cuando mi marido falleció, en el 91, me quedé sola. Fue un antes y después, le hablé a uno de mis hijos y empezamos con electrodomésticos. Pero seguía con la fotografía”
Pero las fotos quedaron atrás, “cada vez se fueron, llegaron las cámaras digitales, el celular… todo fu cambiando”, entendió Anita.
Sin embargo perdurará en la memoria del pueblo como la mujer que guardó en imágenes la historia del pueblo y que, sin quererlo, tal vez, supo ser el “Facebook” de la época, pues su vidriera era cita obligada cada lunes o martes, para buscarse entre las imágenes del “finde” y comprar la foto.
El valor del trabajo de las mujeres
“Yo valoro mucho el trabajo de las mujeres, había en la época mujeres que se querían dedicar a la fotografía pero al casarse los maridos les decían que no podían seguir. Una lástima que en esos tiempos no se valorizara simplemente ser mujer. Ahora veo mujeres trabajando en distintos ámbitos, en los bancos, medios y me da mucha satisfacción que sea así”.
La Familia
“Gracias a Dios nos hicimos trabajando con Juan, los hijos llegaron, los dos varones y una nena. Ahí fue cuando empecé a tomar chicas, porque yo vivía en el laboratorio, había que preparar todo. A los chicos quería inculcarles que mamen la profesión, con uno pude hacerlo, me ayudó, los demás se dedicaron a lo suyo. La gente me recuerda, ‘todavía tengo la foto que me sacaste cuando me casé’ me dicen por ahí y bueno, digo algo dejé”.
“También tuve la oportunidad de enseñar como hacer fotografías, servicios a cumpleaños y tenía alumnos”. “Tenía mi lugar”, confesó.