Cuando no logramos un objetivo que nos proponemos, a veces, ponemos excusas del estilo “nadie me ayudó”, “no tengo lo suficiente”, “es muy difícil”, etc. Ninguna justificación, aun cuando sea verdad, nos libera de nuestra responsabilidad. Somos 100% responsables de nuestra vida y tenemos que asumir nuestra parte frente a las dificultades que la vida nos presenta.
Para ello, es fundamental dejar a un lado el lugar de “víctima”. En vez de preguntar: “¿Por qué tal persona me hizo esto?”, podemos preguntar: “¿Por qué me hago esto a mí mismo?”. Yo y nadie más que yo soy el responsable de lo que siento, de mis alegrías y de mis tristezas. Solo cuando nos responsabilizamos por todo lo que nos ocurre, somos capaces de abandonar la culpa (hacia uno mismo y hacia los demás), la queja, la crítica, etc., para enfocarnos en la meta.
También deberíamos dejar de esperar cosas de los demás y comenzar a esperar lo mejor de nosotros mismos. Esta es una manera de confiar en nosotros mismos, de amarnos y respetarnos sanamente, conscientes de todo lo que somos capaces de lograr. La excelencia no tiene que ser una obligación para con otros sino un regalo para uno mismo. Los triunfadores le agregan excelencia a todo lo que hacen.
Muchas veces la vida transcurre esperando que alguien venga a salvarnos, a rescatarnos, a ayudarnos, a darnos lo que creemos que no podemos obtener por nuestros propios medios. A nivel inconsciente, todos los seres humanos esperamos un salvador, alguien que nos solucione la vida con una palabra o una acción mágicas que nos impulsen a avanzar. Pero la realidad es que solo precisamos aprender a ser libres de la gente.
Cuando no esperamos nada de nadie pero sí lo mejor de la vida, todo lo que nos den será bienvenido y disfrutado pero sin dependencia del comportamiento de los demás. Tal actitud además nos permite desarrollar la mentalidad de ganador que hace que atraigamos todo lo bueno que está destinado para cada uno de nosotros.
¿Cómo piensa un ganador, una ganadora? “Esto me va a salir bien… hoy va a ser un gran día… seguro lo consigo”. No se trata solo de optimismo sino de amor propio sano y seguridad interna que nos permite pensar de ese modo.
Jamás deberíamos esperar que otros nos hagan felices. Muchos forman una pareja creyendo que esa otra persona les brindará felicidad pero, para ser felices en compañía, primero necesitamos serlo solos.
La felicidad no es un sentimiento sino una decisión que tomamos a diario. Ni las personas ni las cosas nos convierten en seres humanos felices, sino nuestra predisposición a emociones positivas como la alegría, la esperanza, la paz, etc.
Y sobre todo, un ganador, una ganadora, agradece y disfruta todo lo que tiene pero no se conforma porque sabe que hay mucho más. Esto es así porque tiene la convicción de que se merece todo aquello que desea alcanzar.
Por eso, vive solo para superarse a sí mismo, sin intentar competir con ni ganarles a los demás. Como resultado, aun en medio de las dificultades, las cosas le van cada vez mejor.
Colabora
Bernardo Stamateas
Doctor en Psicología, Sexólogo Clínico, Escritor y Conferencista Internacional.