“Dios es amor, la muerte eternidad. La vida una locura, es el precio que debemos pagar” escribió Ramón Anselmo Franco con lápiz y pulso tembloroso pero firme allá por 1982, cuando su destino lo desembarcó en Malvinas, con 19 años recién cumplidos. Dos meses que sensibilizaron su alma por siempre. Una experiencia que lo hace partícipe de la necesidad ajena como propia y lo moviliza a gestionar ayudas sin escatimar costos propios, pues “hay que devolverle a la sociedad lo que hizo por nosotros”, por eso comenzó entregando ropa y calzados, luego fue un poco más allá y montó un taller en su hogar donde reacondiciona sillas de ruedas, muletas y bastones, a los que siempre impone su toque de ebanista.
El bellísimo cetro que talló para la soberana de la Fiesta del Caballo, que celebró su tercera edición en este municipio hace pocos días, queda en segundo plano cuando se ahonda en la biografía de Ramón, un hombre cuya humildad es tan grande como su contextura física, pero que sabe lo que significa para quien no tiene oportunidad recibir una ayuda para movilizarse o para una mamá que llevaba en brazos a su pequeño varios kilómetros tener la posibilidad de contar con un cochecito. O menos aún, poder servir un plato de comida a su familia.
Y todo empezó hace varios años ya. Porque para Ramón es imposible “ver la necesidad no hacer nada”. Lamentablemente las decisiones de gobierno de este país sumergieron a los excombatientes en un segundo conflicto, la imposibilidad de conseguir un empleo. Fueron varios los trabajos por los que él pasó, pero siempre terminó debiendo rebuscarse y una forma fue vender ropa junto a su señora, actividad que los llevó a recorrer la zona y ver la necesidad de los pobladores, entonces se tomó el trabajo de tomar nota. Número de zapato, talles de los niños y demás. Por supuesto, el viaje siguiente era una fiesta, pero lo más importante, muchos niños tendrían un calzado y podrían volver a la escuela.
Luego se sumó el Centro de Veterano de Concordia, Entre Ríos, donde “los muchachos me sugirieron entregar cosas, tenía un Peugeot 405, me dieron dos sillas de ruedas y un audífono, así empecé”, recordó Ramón y añadió que en 2015 también recibió ayuda del PAMI, con un lote de objetos en desuso que se dedicó a restaurar y, por supuesto, entregar.
“Esto es una forma de devolver a la sociedad, uno se siente obligado, en el 82 nos brindó su apoyo, es una forma de decir gracias, también de sentirme bien conmigo mismo”, confesó y subrayó que “en esto no hay nada, absolutamente nada, político, nunca recibí nada, todo es a pulmón, para ir a buscar las cosas a Concordia me muevo con mi auto, si no tengo dinero para el combustible utilizo mi tarjeta de crédito, no importa”.
Tampoco lo amedrenta contratar un flete. “Hace poquito me mandaron dos camas ortopédicas, tres sillas de ruedas, un inodoro portátil, un andador, contraté a una empresa y recibí las cosas en el cruce”, apuntó como si se tratara de movilizarse solamente un par de cuadras.
Y todo esto llega a quienes realmente lo necesita, sin importar el rincón de la tierra colorada al que haya que llegar, a partir del contacto con Ramón, muchos a través de su cuenta de Facebook, Ramón Anselmo Franco.
La otra historia
Ramón volvió a San José, su cuidad natal, poco después de la guerra. “Estaba en el batallón 3 de Infantería de Marina, en Ensenada, La Plata; fuimos a Río Grande, Tierra del Fuego, estuvimos una semana en la estancia de los Menéndez Betty, hicimos instrucciones, después se dividió el grupo y entre los que iban a las islas me tocó a mí. Llegamos el 10 de abril, tras dos horas de viaje en un Hércules, y permanecimos allí dos meses y veinte días”, memoró mientras abría sus cajas de recuerdos, una desbordante de “Carta a un soldado”, con textos sumamente emotivos y dibujos sinceros, de pequeños niños.
“Las cartas eran una forma de aliento, nos ayudaban, muchas las contestamos, tenía una que el año pasado busqué en Facebook a la remitente y al mes más o menos me contestó que quedó shockeada e impactada porque pensó que nunca había llegado a destino, que se sentía orgullosa de que así haya sido, había escrito con trece años. Tuve que ir a Buenos Aires a hacer unas cosas y la conocí, tuvimos una cena en el Centro de Veteranos de Escobar, estuvo con nosotros, era muy emocionante, ahora estamos permanentemente en contacto”, mencionó.
Es difícil imaginar por completo cómo fueron esos días. El hambre, el frío, la noche, la tensión de los enfrentamientos, sin embargo para Ramón el momento más difícil “fue cuando habían pasado dos días de la rendición y nos llevaron a concentrarnos al aeropuerto, tuvimos que ir caminando nueve kilómetros, todos en fila india, fue muy doloroso porque cuando nos dimos cuenta estaba un oficial inglés que hablaba mal de Argentina, teníamos que pasar entre ellos y se reían, uno de los jefe dijo que no intentemos nada porque nos iban a bajar sin pensar, fue muy difícil agachar la cabeza”.