Aunque las encuestas dan por segura la victoria de uno de los dos candidatos, cabe la duda sobre el resultado final. Y es que a la vuelta de los últimos cinco lustros las encuestadoras de todo el continente vienen demostrando que sus sondeos andan flojos de fundamentos.
Así las cosas, lo que ocurra hoy en Brasil dejará secuelas en toda la región y más aún en Argentina, principal socio comercial de gigante sudamericano en el continente.
Por un lado el candidato de la izquierda, la continuidad del modelo Lula interrumpido por el polémico y archidenunciado presidente Michel Temer. Fernando Haddad debió despegar su campaña de la figura de Da Silva, encarcelado por una de las varias denuncias por corrupción que pesan en su contra, pero representa el modelo socialista que impulsa el Partido de los Trabajadores y que tiene justamente en Lula a su máxima representación.
Que gane Haddad representaría una regular noticia para Argentina, hoy por hoy ubicada ideológicamente hacia el otro costado de la balanza. Haddad volvería gran parte de las cosas al tiempo en que gobernaba Dilma Rousseff, un modelo de crecimiento económico más acelerado que posibilite una mayor distribución de la renta, aunque sin dejar de lado la estabilidad de los precios, el equilibrio fiscal y la reducción de la vulnerabilidad externa. Claro está, habrá que ver hasta donde se igualarán los índices de corrupción que, en definitiva, fueron los que hundieron al PT.
Que triunfe Jair Bolsonaron será igualmente una noticia regular para la Argentina. Los economistas que asesoran al hombre surgido de las huestes militares y ubicado a la derecha de Donald Trump se decantan por el proteccionismo regional y la apertura a mercados más grandes y competitivos que los de estas latitudes. Más allá de la cordial relación que parece haber entre Bolsonario y Macri, cuando de economía y números de trata poco lugar queda para la buena onda.