La misma que instaló una costumbre que permanece inalterada desde tiempos remotos, arraigándose cada vez más y extendiéndose a lugares lejanos.
Sabido es que los guaraníes utilizaban sus hojas como bebida, objeto de culto y moneda de cambio en los trueques con otros pueblos; que los conquistadores aprendieron de ellos a utilizarla e hicieron que su consumo se difundiera desde su zona de origen a todo el Virreinato del Río de la Plata. Que más tarde los jesuitas introdujeron el cultivo en las reducciones y se convirtieron en los grandes responsables de que se conozca.
Pero el cultivo de yerba mate fue también el escogido por los primeros inmigrantes llegados a la tierra colorada, ucranianos, polacos, suecos, suizos… que nada sabían del clima y el trabajo en el campo de esta región.
Con la generalización de las plantaciones de lo que con toda razón se llamó Oro Verde comenzó una nueva era. Misiones encontró una fuente fija de trabajo, distinta a los obrajes y a las explotaciones de yerba en el monte, que obligaban a trasladarse continuamente en busca de otras fuentes de producción.
Con la estabilidad económica se construyeron instalaciones más fuertes, aumentó la población, se atrajo capitales, se abrieron caminos y la industria y el comercio florecieron. Muchos de aquellos secaderos aún encienden sus hornos con cada tarefa y es a ellos, a esos primeros colonos, a sus hijos, a sus nietos, a quienes escogieron cuidar las plantas, levantar raídos, controlar tamboras y zapecados a quienes hoy debe rendirse homenaje, pues la fiesta y su yerba mate no son más que su herencia, la mejor que supieron dejar a una región que les dio un hogar.