Si hay alguien que sabe de historias, ese es don Fortunato Andino. Hace muy poquitos días, el pasado 25 de octubre, celebró 108 años.
Don Fortunato vive en San Alberto. Aquí la tierra colorada caliente de los caminos remontan a cuando los transitaran los primeros colonos, allá por 1919, cuando nació la colonia y es imposible no llenarse de nostalgia.
Ver que la tierra que albergó a las primeras familias de Puerto Rico, esa que tuvo aquí sus primeros genera tristeza. A lo lejos ya se lo ve a Fortunato.
Tiene una chacrita donde vive con su hija, su yerno y nietos, a la que no le falta mucho para brillar, impecable. Se ocupa de estar atento a la siembra y la mantención. Se levanta temprano, toma su mate y asegura que “cuando no trabajo me siento como un perrito atado con una cadena. Sí o sí tengo que trabajar, el trabajo me mantiene joven. En mi vida nunca un patrón me tuvo que apurar para trabajar, ni pedirme que trabaje un poco más. A mí me gusta el trabajo”.
Fortunato vino muy joven de Villarrica, Paraguay, para trabajar en el obraje como caminero. Y fue lo que más hizo, dejar sus días en las compañías abriendo caminos en el tupido monte de la primera mitad del siglo pasado en el Alto Paraná.
Estuvo en toda la zona de Puerto Rico, Garuhapé, 3 de Mayo, Aristóbulo del Valle y más hacia el norte.
A pesar de haber vivido prácticamente toda su vida en Argentina, casi no habla castellano, muy pocas palabras le salen. Solamente guaraní, idioma que se ocupó de acunar hasta el día de hoy. Por lo que el que quiere hablar con él, se las tiene que arreglar para entender.
Y dan ganas de entender, porque Fortunato es un narrador de primer nivel, con cualidades que cualquier cuenta cuento admiraría, ya que no solamente hace entender la historia, sino que también la hace vivir, como si se estuvie corriendo por los montes con él y sus veinte amigos, escapando de los asaltantes, escondiéndose de los mbya, quemando tacuaras para ahuyentar al tigre.
Cuenta Fortunato con los ojos grandes y la cara como de quien va a narrar una historia de terror:
“Acá venían los muchachos de Paraguay, jóvenes, a trabajar. Venían sin nada, sin plata, sin ropa. Pero trabajaban un tiempo, meses o años, y se volvían para llevar cosas a sus familias, pero el camino era peligroso, porque era ir por el monte, cruzar el Paraná y seguir por el monte hasta Villarrica de donde éramos nosotros, eran muchos días de viaje. Y en el camino siempre esperaban ladrones, que se dedicaban a interceptar a estos grupos de jóvenes que volvían de trabajar de Argentina, muchas veces se encontraban y todos morían, los mataban a todos para robarles. Nosotros siempre teníamos miedo de eso, a pesar de que íbamos bien preparados, con cuchillos, machetes y pistolas, pero igual teníamos miedo porque eran delincuentes muy peligrosos”.
“Una vez nos perdimos en el monte y nos encontrámos con 300 Mbya. Nos quedamos calladitos y nos preparamos. En estos casos no quedaba otra que enfrentar, era pasar o morir, pero si alguno se quería escapar sus propios compañeros lo mataban, así que nos quedamos quietitos. Hasta que por ahí nos vieron: – ¿De dónde vienen… qué quieren…? Nos decían. Y nos rodearon, ahí ya parecía que eran como mil. Entonces nos pidieron plata pero como no teníamos le dimos tabaco y nos dejaron pasar. Les dijimos que nos habíamos perdido, así que uno de ellos dijo que nos iba a llevar hasta el Paraná. Pero el problema fue que demasiado rápido corría por el monte, no lo podíamos seguir. A mí me atravesó una espina en el pie pero no pude parar porque nos íbamos a perder peor.
Al final llegamos al Paraná y seguimos camino”, mencionó.
“Después el miedo a los tigres. A veces llorábamos y pataleábamos de miedo porque te rodeaban y no sabías en qué momento te iba a saltar uno. Hacíamos fuego y quemábamos tacuaras, cuando la tacuara reventaba en las llamas eso les ahuyentaba un rato. A veces no dormíamos toda la noche”, confió.
“Otra historia es la de los trabajadores que le pedían a su patrón que le guarde el dinero. No querían cobrar para no gastar, así después cobraban todo junto. Esto pasaba mucho en esa época. Que cuando el hombre le pedía al patrón que le pague el tipo desaparecía misteriosamente. Cuando la familia o los amigos venían a reclamar el patrón decía que lo mandó a trabajar a otro lado para ganar más plata. Pero en realidad lo que pasaba era que en la oficina del patrón, había una silla donde le hacía sentar, cuando supuestamente le iba a pagar su dinero. Cuando el trabajador se sentaba, el capataz, que siempre estaba atrás, apretaba una palanca y el hombre caía en un sótano con hierros de punta. Es decir, que lo mataban para no pagarle”, sostuvo.
Y añadió que “una vez uno había sacado mucho dinero por adelantado, y como no podía pagar los patrones lo torturaron sacándole toda la piel de una pierna y dejándolo en el monte atado para que muera de a poco. Ese hombre logró escapar y fue rescatado por el Señor del Monte que vivía en un tronco grande. Él lo salvó, le dio agua, comida y lo cuidó hasta que se recuperó y pudo volver para contar lo que había pasado”.
Fortunato Andino cuenta sus historias y vivencias con tanta pasión que logra que de algún modo se vivan con él. Mientras relata hace con su boca los sonidos del monte, de los animales, hasta parece volver a sentir los mismos miedos y las mismas emociones.
Reconocimiento
En el 99 aniversario de Puerto Rico, la Municipalidad homenajeó a sus pioneros y este año el reconocimiento lo recibió don Fortunato Andino.
Justo homenaje al hombre más longevo de la comunidad, y en él, a todos esos hombres anónimos que con su trabajo ayudaron a abrir los primeros caminos, antes de que exista aún la provincia de Misiones.
San alberto, los inicios
“Si miramos nuestra historia como ciudad desde el hito fundante del 12 de noviembre de 1919, donde el ingeniero alemán don Carlos Culmey declara oficialmente fundada la Colonia, debemos reconocer que lo que hoy conocemos como “San Alberto Puerto”, fue nuestro comienzo.
El primer contingente que arribó a este sitio, desde Brasil en 1918 estaba integrado por Enrique Günther, Mauricio y Juan Held y Alberto Kauer. Aparentemente fue un intento de colonización que luego no se concretó. Este grupo retorna a Brasil, pero después regresa y se incorpora al proyecto de Culmey. Existen documentos y planos que demuestran que San Alberto fue planificado como una ciudad en 1911, con cuadras perfectas diseñadas en “damero” como un centro urbano, rodeado de quintas y chacras, que concentraría la actividad de las colonias circundantes.
A fines de marzo de 1919, don Carlos Culmey y el sacerdote jesuita Max Von Lassberg realizan un viaje exploratorio desde Brasil hacia el alto Paraná del entonces Territorio Nacional de Misiones, desembarcando en San Alberto que en ese momento pertenecía a la CIBA (Compañía Introductora de Buenos Aires), más tarde adquiridos por la Compañía Colonizadora Alto Paraná Culmey y Cía.
Existían allí precarias instalaciones restos de una estación experimental de tabaco y caña de azúcar, entre ellas un galpón, que después fue utilizado como alojamiento provisorio de los inmigrantes.
Emilio Bischoff, colaborador de Culmey fue el primero en llegar a San Alberto con la misión de preparar el terreno para el futuro desembarco.
El 13 de junio de 1919, llega a bordo del vapor Salto un grupo integrado por Jacobo Bischoff, su esposa Elizabeth Dreher y sus hijos Teodoro, Adolfo, Jacobo, Teresa, Laura y Olinda. También venía con ellos Clementina Dreher de Naujorks y sus hijos, todos ellos dedicados a la tarea de acondicionar el lugar para la recepción de los inmigrantes que comenzaron a llegar masivamente a partir de noviembre de ese año. (La mayoría de estas personas se trasladaron después a Montecarlo).
Este grupo hubo de pasar grandes penurias hasta que se pudo regularizar la provisión de alimentos y dotar de un mínimo de comodidad al lugar.
Gertrudis Culmey (Tutz) en el libro “La hija del pionero” comenta que su padre Carlos Culmey, ni bien llegó a San Alberto se pone a construir la administración y su vivienda, que al llegar su esposa Louise von Michaelis y su hija, meses después, aun estaba sin puertas y ventanas. No son pocos los pioneros que instalaron en la memoria de sus descendientes, las impresiones vividas al llegar por fin a la nueva patria soñada. Así por ejemplo, Silda Bogorni, en una entrevista que le realizara Alberto Szretter comenta que su familia había llegado al puerto de San Alberto el 14 de abril de 1921, a bordo del vapor Iberá. Lo que vieron era monte cerrado. Las primeras noches las pasaron en un galpón grande, cuyo piso era de tierra. Gracias a que su madre trajo acolchados, pudieron pasar los primeros momentos, algo más confortables. El galpón tenía dos piezas, al principio, paraban dos familias en cada pieza.
El joven matrimonio de Wilibaldo Alles y Crecencia Persch que vino con un embarazo de 6 meses, el 12 de enero de 1921, también fueron huéspedes del “galpón de los inmigrantes”. Allí nació su primera hija, en mayo de 1920, atendida por Naujork, primera partera de San Alberto, y también de Montecarlo donde esta familia se trasladó más tarde. Regina Kuhn de Hahn llegó a San Alberto con sus padres, hermanos y otras familias, a bordo del vapor “Iberá”, cuando tuvo 9 años, el 18 de abril de 1920. Muchas veces recordó las circunstancias de aquellos primeros días: “Cuando llegamos era de noche. Lo único que vimos fue la luz de un farol de alguien que nos esperaba en la costa. Nos guió por un caminito entre los yuyos hasta un galpón con piso de tierra donde pasamos la noche. Al día siguiente papá cortó ramas con hojas tiernas para armar nuestras camas. Pasamos algunos meses ahí, hasta que fuimos a la chacra que había comprado. Para nosotros los niños, todo era divertido. Cuando mamá lavaba la ropa en el río jugábamos con los otros chicos y cuando venía un barco, corríamos para mirar. Nunca habíamos visto un río tan grande y esos barcos…”
Ya es conocida la historia de la decisión de Culmey para trasladar la administración a un lugar más apropiado, donde está nuestro puerto, hoy. Pero a pesar de eso, Culmey nunca abandonó su residencia de San Alberto, hasta su alejamiento definitivo en 1924. Algunas familias compraron lotes en el nuevo asentamiento, mientras otros se quedaron allí y nuevas familias se sumaron.
Con el correr de los meses la Compañía Colonizadora montó una proveeduría a cargo de Guillermo Schuster, recién incorporado como administrativo en la Compañía, para abastecer de los víveres básicos de subsistencia, traídos en barco desde Posadas. También se pudo acondicionar el galpón hasta dotarlo de las condiciones mínimas para “hotel de los inmigrantes”. Allí la cocinera fue Rosa Krause de Hillebrand.
A pesar de que Puerto Rico fue creciendo en tamaño e importancia, todavía en los primeros años de la década de 1930 hubo familias viviendo en el lugar.
Después de haber sido el comienzo de una próspera colonia, con el traslado de la administración de la Compañía a Puerto Rico y los colonos comprando chacras cada vez más alejadas, San Alberto entra en decadencia.
Leonor Kuhn, nota publicada en Somos Puerto Rico. noviembre de 2015.