Muchos sostienen que el legendario Narciso fue la primera víctima del selfie. Así es, el joven esbelto y bello se enamoró de su propia imagen reflejada en una fuente y en una contemplación absorta, terminó arrojándose a las aguas. Por supuesto que la culpa no fue del agua sino del mismo Narciso. Lo mismo ocurre con las selfies “extremas”.
Actualmente existe una comunidad en torno a esta actividad, en la que día a día se comparten millones de autofotos en las redes sociales, los fanáticos intentan lograr capturas que le permitan obtener miles de “me gusta”.
Lamentablemente ese fanatismo desmedido provocó que la práctica pasara de ser una actividad sencilla, masiva y divertida para convertirse en un peligro para aquellos que llevan la selfie al extremo de la irresponsabilidad.
De acuerdo a la licenciada en psicología Cecilia Castillo, colaboradora de Revista SextoSentido “hay una necesidad de validación social. Ya que gran parte de las decisiones y el comportamiento de una persona emanan de la observación del comportamiento y las opiniones de los individuos que la rodean”.
La profesional explica que “cuanto más insegura se siente una persona más necesita que los demás validen su visión de la realidad: “¿me queda bien este vestido?”. Relacionada con la necesidad de aceptación social se encuentra la superación por asociación. Cuando las personas no pueden alcanzar logros notorios por sus propios medios entonces se unen a grupos exitosos para gozar de una porción de la victoria. Y las redes sociales como Twitter e Instagram proporcionan el medio perfecto para la dinámica. La imagen corporal es un tema delicado en la adolescencia, una etapa en la que uno es más vulnerable al rechazo y a lo que piensen los demás”.
Pero qué pasa cuando esa búsqueda de aceptación se vuelve conflictiva, incluso peligrosa.
Para el periodista y escritor Ismael Cala es cierto que “algunos consideran que siempre han existido los temerarios e imprudentes, mucho antes que nuestros celulares pudieran girar la cámara”. Y más allá de que se considera un defensor del selfie “porque creo que aporta naturalidad y frescura a la fotografía. Es cierto, no obstante, puede estimular el narcisismo y la superficialidad, sobre todo en personas inseguras, que lo apuestan todo a la imagen exterior”.
“Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”, afirmaba Honoré de Balzac. La clave para no sucumbir ante el narcisismo está en la educación en valores, para formar seres humanos emocionalmente equilibrados, pero a la vez conscientes del impacto tecnológico. Mientras tanto, mucho sentido común, para no morir en el intento.
Por
Susana Breska Sisterna
[email protected]