Hilario Gómez dejó la huella del timbre de su voz en las emisoras de la Ciudad de las Cataratas, donde nació en el seno de una familia pionera que llegó desde Paraguay.
Llegaron en 1942 y, al contrario de otros, la familia de Hilario no era exiliada política, pero la vida en Paraguay era muy difícil. Como muchos otros pioneros de Iguazú, la vida de su padre estuvo ligada a un nombre recurrente: Francisco “Pancho” Queiróz, que tenía por esa época el mayor establecimiento de explotación de madera en Cabureí, con más de 3 mil trabajadores, cuando Iguazú no llegaba a los mil habitantes.
Paradójicamente don Pancho Queiróz comenzó a talar la selva misionera con aserradores a mano. “Mi papá era un maestro y cortaba los troncos con sierra a mano. Hay que pensar que antes los rollos no eran como ahora, eran mucho más grandes. Le hacía un rebaje para emparejarlos y los marcaba con un hilo, metido en un compuesto de polvo negro y los dos en cada extremo para que quedara la línea donde iban a cortar; todo un procedimiento manual que había que hacer para poder cortarlos”, explicó.
“Yo nací y medio dudo de mi origen… porque me anotaron en el 47 en Puerto Aguirre, pero en ese momento mi familia vivía en Cabureí, hasta que empezamos la escuela. A mí mi papá me acomodó en la casa de Ramón Rolón y después trajo a toda la familia y nos instalamos en una casa en Villa Tacuara”, recordó.
Cuando terminó la escuela primaria se fue a trabajar al obraje, a Puente Alto, entre Eldorado y San Pedro, con un tractorista amigo de su padre. El obraje no era para él y a pesar de que ganaba su dinero no lo conformaba. Volvió a Iguazú después de unos tres años, pero acá no había trabajo, así que agarró la brocha y comenzó a hacer changas de pintura. Formó pareja con la que fue su esposa hasta que lo precedió en la partida. “Acá en Iguazú apenas se vivía de changas…”, contó.
Luego comenzó a trabajar en la propaladora de los Schreiner, El Faro, animando las fiestas en la pista de baile. La propaladora era una cabinita, un amplificador, tres bocinas arriba y ese era el único medio de comunicación que tenía el pueblo. Estaba ubicada en la calle Perito Moreno, detrás del negocio que todavía tienen los Schreiner.
El Faro era el único punto de encuentro de todo el pueblo en los años 50. Los sábados se juntaban todos, los de la alta sociedad y los del pueblo, “iban los caté y los obrajeros”. Hilario llegó a trabajar de mozo y después animando los bailes, junto a Martín Ayala, que fue -según refiere- el primer locutor de Iguazú. “Él fue el que me enseñó los primeros pasos. Yo era muy caradura y hablaba mucho. Como en todo medio de comunicación no podía haber baches, así que me la pasaba hablando”.
Hilario rememora que en esa época iban los candidatos con sus novias, pero también tenían que llevar a toda la familia de la novia: el papá, la mamá, el hermano, la hermana… y tenían que pagar todo, así que la salida era cara. “Cuando se quería bailar con una chica, el pretendiente se acercaba a la mesa, pedía permiso y, si los padres le autorizaban, la chica salía a bailar. Terminaba el baile, regresaba a la mesa y había que agradecer a los padres, todo un código que se fue perdiendo”, confió.
La radio fue una cosa muy especial, porque como él y Martín Ayala fueron los únicos que habían tenido experiencia previa en las propaladoras, (Hilario trabajó en las tres que tuvo Iguazú: El Faro, El Cóndor Publicidad de Doña Cata, y en el Gallo de Oro), entraron con cierta ventaja cuando llegó Radio Nacional, en 1972, en la que comenzó con un programa que se llamaba “Amanecer Fronterizo, que arrancaba a las 5.
“Abríamos el programa y empezaba a sonar el teléfono. Los oyentes decían: ‘buen día señor, de Gualeguaychú le estoy llamando’, o ‘buen día, de Reconquista le estoy saludando’… El poder que tenía en AM esa radio era impresionante, daba gusto conducir ese programa”, dijo y agregó que Mario Antonowicz era el operador en ese programa.
“Sin ninguna jactancia puedo decir que nosotros no le teníamos envidia ni a los de las radios de Córdoba o de Buenos Aires, ni a los animadores de festivales como el de Cosquín o Jesús María… ahora cambió mi situación porque perdí el timbre de la voz, el poder de improvisación, pero voy a volver y muy pronto”, se entusiasmó.