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Michelle Janice Sharp pudo hacerlo. Pese a tener todos los pronósticos en contra, esta joven de 21 años con una discapacidad severa cursó la secundaria en una escuela común y la semana pasada obtuvo su título de bachiller en economía y administración en el Instituto Adventista de Montecarlo.
Se lo entregó muy emocionada la rectora de esa institución, Silvia Ernst de Rocholl, ante el aplauso de sus compañeros, docentes, su psicopedagoga desde hace 14 años, su maestra integradora y sus padres, Néstor y María Julia, y sus hermanos Nick, Meghan y Melanie.
Michelle pudo hacerlo pero no lo hizo sola.
Los primeros años
Michelle nació el 9 de agosto de 1997 con 35 semanas de gestación. Su mamá sufría de presión alta y eso desencadenó preclampsia, desprendimiento de placenta y sufrimiento fetal agudo. Al nacer necesitó maniobras de reanimación y estuvo en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) en estado delicado por unas tres semanas, tenía bajo peso y edema generalizado. Ya de alta, la beba no tardó en ganar peso y sus papás comenzaron a llevarla a estimulación temprana.
Al año empezó a sentarse sola y poco después empezó a gatear. “La colocamos en un andador con rueditas pero más tarde nos percatamos que fue contraproducente para la marcha porque se impulsaba en lugar de caminar. Por estos tiempos,
Michelle siempre mostró habilidades sociales, “participaba en los cultos de la iglesia junto a sus hermanos y allí socializaba con otros chicos de su edad disfrutando especialmente los momentos musicales”. Cuando cumplió cuatro años, aumentaron drásticamente las convulsiones producidas por el daño neurológico.
“Logramos ubicar al neurólogo infantil José Galeano, del Hospital de Pediatría de Posadas, que hacía poco estaba ejerciendo y comenzamos el tratamiento con medicamentos. El tratamiento la ayudó pero las convulsiones siguieron, llegó a tener un promedio de más de 70 al año. Estas crisis socavaron más aún su daño cerebral retrocediendo mucho de lo que habíamos logrado”, recordaron Néstor y María Julia.
Una invitación que lo cambió todo
Cuando Meghan, la hermana dos años menor de Michelle, inició Nivel Inicial la familia Sharp fue alentada por el director del Jardín de Infantes, José Meneguini, y su esposa Susana, que era ayudante, a que llevara a Michelle para que compartiera con los chicos de la salita.
“Allí ella disfrutaba mucho de socializar con los chicos aunque muchas veces no estaba muy bien, por sus crisis o los efectos de los medicamentos. Ese año, empezamos a llevarla con la psicopedagoga Estela Guzowski quien nos recomendó que volviera a cursar sala de cinco para afianzarse, y de paso se despegaría un poco de su hermana. Luego inició la primaria y empezamos a llevarla con la fonoaudióloga Cristina Schiefer del Centro Crecer una vez a la semana”, recordaron sus papás.
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Cientos de viajes hizo el matrimonio a Posadas y Eldorado para llevar a su hija a los distintos profesionales que siguieron su tratamiento. “Cuando superó las convulsiones, después de muchos cambios de medicamentos y dosis, el neurólogo nos recomendó que trabajáramos en kinesiología con profesionales de Posadas porque no había en el interior en esos tiempos. Cuando ya estaba en sexto o séptimo grado, se estableció en Eldorado una kinesióloga con especialidad neuroinfantil, Milagros Galizzi, y fuimos dos veces por semana hasta el año pasado cuando Michelle comenzó a atenderse con la kinesióloga Adriana Aicheler, de Montecarlo”.
“Michelle fue un aprendizaje en todos los sentidos”
En los primeros años de escuela primaria, Michelle contó con su tía Daniela Huber como maestra integradora. Luego, al terminar la primaria y durante la secundaria fue su maestra integradora Elba Lavoo.
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Como su psicopedagoga desde hace 14 años, Estela Guzosky, fue la encargada de diseñar el plan de nociones y dispositivos básicos del aprendizaje para Michelle, tanto para el Nivel Inicial, primaria y secundaria. “Tiene un diagnóstico de discapacidad severa, con parálisis cerebral, por lo que era casi imposible para ella todo lo que tiene que ver con ubicación espacial y trazado en la escritura y cualquier tipo de gráfico. Por ello, tuvimos que habilitar el uso de computadora, prácticamente logró una alfabetización funcional básica con el uso de la computadora y así hizo gran parte de su trayectoria en la primaria y secundaria”, indicó Guzosky a PRIMERA EDICIÓN.
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Según precisó, en el nivel secundario, el objetivo de su PPI, es decir de su Proyecto Pedagógico Individual, “consistió en tomar ejes del campo de conocimiento académico; uno de los ejes tuvo que ver con Biología, el conocimiento de su cuerpo, su funcionamiento y el manejo concientizado de su cuerpo y en relación al otro; otro eje fue el área lingüística y de socialización, con objetivos muy transversales y fuertemente trazados en esa área; ética y ciudadanía; y artística”.
Guzosky destacó a los compañeros de Michelle, “trabajamos mucho con ellos, fue un grupo muy interesante, comprensivo, entendieron que el aprendizaje era mutuo, que Michelle también les enseñaba a ellos una cantidad de saberes en relación a su vida a la vez que aprendía de sus compañeros. Obviamente, en este proceso tuvo mucho que ver la institución educativa por la situación de comprensión y de trazado de estos objetivos, una escuela muy inclusiva y comprensiva. Michelle siempre asumió el proceso con mucha responsabilidad y esfuerzo y con una maestra integradora excelente que siempre buscó las actividades adecuadas para trabajar con ella”.
Emocionada, aseguró que “para nosotros, Michelle fue un aprendizaje en todos los sentidos, para la escuela, para mí como psicopedagoga, asistiendo a cursos y llevando su caso a supervisión siempre buscando la manera de desarrollar o mejorar un poquito más sus capacidades. También hubo mucho trabajo de interacción e intercambio con los papás, una familia muy comprometida y que siempre apoyó a su hija durante todos estos años con un objetivo específico y muy claro: que pudiera completar su trayectoria. Y lo logró y está a la vista la alegría de todos”.
“No todo pasa por la medición de la inteligencia”
El caso de Michelle es un ejemplo de que se puede. “Siempre se puede, por lo tanto es importante animar a los padres, a las familias, a las escuelas y a los docentes a no asustarse, al contrario, porque siempre un alumno en estas condiciones tiene mucho para dar y nosotros tenemos mucho para aprender de ellos. Este ha sido un claro ejemplo. Creo que es una cuestión de predisposición de nosotros, de perder los miedos y de no creer que hoy por hoy en la vida se ganan o se pierden los años, sino que se viven los años y en ese vivir está el aprendizaje. No todo pasa por la medición de la inteligencia y por los logros basado en lo intelectual, sino que se mide el desarrollo de una persona desde sus capacidades sociales, morales, respeto, interacción, capacidades de comunicación, de expresión de sus emociones, capacidad de evocar una afectividad positiva y todo eso tiene mucho que ver con el desarrollo que hoy se espera de un ser humano”, reflexionó.
“Insistan, peleen”
También la mamá de Michelle, Julia Huber, aconsejó a los papás con chicos con alguna discapacidad, “que insistan, que peleen para que sus hijos tengan un lugar en las llamadas escuelas comunes. Por supuesto, acompañando a la escuela con psicopedagoga, maestra integradora o lo que requiera la patología del chico. También hay que pelear con la obra social, casi siempre, si tenés carnet de discapacidad debería cubrirte todos estos servicios tan necesarios, el tema es que siempre te ponen palos en la rueda. Ser padres de un chico especial es difícil y ellos te la hacen más complicado pero hay que tener mucha paciencia”, aseguró. La familia expresó su agradecimiento al Instituto Adventista Montecarlo, a su actual rectora Silvia, a todo el personal docente y a los chicos. “¿Cómo seguimos ahora?. Por ahora, descansar. Pero después buscaremos algo cerca de Montecarlo, que vaya con las habilidades de Michelle, porque nos cansamos de viajar”, aseguró.
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“La integración es un proceso que realiza toda la escuela”
“Tuve el honor de entregarle el título de bachiller en economía y administración a nuestra alumna con integración curricular, Michelle Sharp”, anunció feliz la rectora del Instituto Adventista Montecarlo, Silvia Ernst de Rocholl.
Este fue el final de un largo proceso que, según destacó la docente, involucró a toda la institución. “La integración es un proceso de aprendizaje que realiza toda la escuela, a veces hablamos de integración curricular y nos parece que tiene que ver con un solo alumno pero en realidad, es un proceso y un desafío que afecta a toda la escuela, a la familia y a los profesionales que atienden al alumno o alumna, en este caso a Michelle”, señaló.
Aseguró que es un proceso en el que “aprendemos cada día con las experiencias y vamos probando para lograr el aprendizaje que queremos obtener. Es un proceso porque contamos con la orientación de profesionales que nos van orientando. Es un proceso también porque tenemos que aprender a evaluar, cambiar las expectativas del otro, a mirar cuáles son los aprendizajes más importantes que se requieren para la vida y el mejoramiento de la vida de un alumno, en este caso de Michelle, para que ella sea feliz y esté preparada para la vida”.
“Uno tiene que abrir la mente”
Pero, según aseguró la rectora, la integración también es un desafío “porque uno tiene que abrir la mente y buscar caminos nuevos, no los que aprendimos cuando estuvimos en el terciario o en la universidad, sino otros caminos, los que necesiten nuestros alumnos; hay que madurar como personas, hay que conocer las diferencias, aceptarlas y sumarlas a la vida. Y también es un desafío porque no se puede hacer esto solos, la integración no es entre un docente y un alumno dentro de un aula, se necesita una familia que respalde, que esté presente como la Michelle Sharp; compañeros y sus familias que tienen que entender porqué es diferente, porqué tiene otro proceso de aprendizaje. El colegio mismo, cada uno de los profesores, su maestra integradora y los profesionales que trabajan con Michelle, como su psicopedagoga, además de la psicopedagoga y el psicólogo de nuestro colegio que también nos apoyaron; y la supervisión que respaldó todo el trabajo que realizamos. Todos hicieron posible que Michelle haya podido finalizar este recorrido de cinco años de secundaria, con taller de panadería. Esto es un logro no sólo para ella sino también un gran orgullo para sus padres y para todos nosotros como colegio”, remarcó.