Hoy me toca escribir sobre ser abanderado o escolta de la Bandera y pensar en como sigue siendo un honor en la escuela. Es una distinción que hace que los padres y abuelos lloren de emoción y los chicos y adolescentes ensanchen el pecho con la banda celeste, blanca y celeste.
Es un premio al esfuerzo, al compañerismo, al respeto, a la solidaridad. Es también, a veces, motivo de peleas por un reconocimiento que (más los adultos que los chicos) creen que les corresponde.
¿Cómo medir cuánto más solidario y buen compañero es C? ¿Tenemos idea de lo que es la vida de cada uno y las mil batallas personales y silenciosas que cada uno libra todos los días? Y con esto último me quiero referir a los abanderados que, en el consultorio, pasan por ser eso: niños que buscan calmar el dolor de las exigencias parentales, las diferentes crisis internas por las que les ha tocado atravesar, los que pasaron por episodios de bullying entre otros motivos de consulta, pero que hoy todo el esfuerzo tiene su gratificación de reconocimiento: han sido seleccionados abanderados.
Elegir a los “mejores” (de lo que sea, rendimiento o compañerismo) significa poner en el podio a un puñado y dejar en el llano a la mayoría. Lo que necesitamos es convencer a todos de que son valiosos y valorados. Y cuando digo todos, me refiero a todos, porque estoy absolutamente segura de que todos lo merecen.
¿Alguien se animaría a decir que un niño de 11 o 12 años no es suficientemente valioso o que no merece la esperanza?
Aunque no haya demostrado ser muy bueno en matemáticas, aunque haya sido inquieto y molesto, aunque por timidez nunca haya participado en clase: ¿merece terminar su escolaridad creyendo que ha fracasado? ¿o qué vale menos?
¿No será mejor poner el acento en que se animen a explorar, a ser curiosos, a pensar, proponer ideas además de aprender lo que hay que aprender para avanzar?
Por esto me gustaría resaltar a mis pacientes que hoy les toca ser abanderados: por animarse a caminar por el camino de la terapia con todo lo que esto implica y destacar que poseen el honor que conlleva ser abanderado de un establecimiento educativo, implicando la más alta distinción por haber cumplido con éxito el objetivo de educar en conjunto, Familia–Escuela.
No hay avance posible si no valoramos la indisciplina intelectual. El mundo avanza no por los que repiten lo que ya se sabe sino por los que se atreven a pensar inteligentemente diferente.
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Cecilia Castillo
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