Cuando “Maco” tenía 10 u 11 años y su familia vivía en Colonia San Alberto, de Puerto Rico, su papá, Arturo, ya fabricaba botes. Pero la diferencia es que se construían con madera maciza. Y como al mudarse a Ruiz de Montoya, fueron propietarios de un aserradero, cuando llegaba alguna madera especial “ya la elegíamos y separábamos”. Se hacían con herramientas primitivas, “no las había portátiles como ahora. Empezamos de a poco hasta hace algunos años cuando la demanda se incrementó y a falta de madera, empezamos a mutar los materiales”.
Su hijo Matías intenta seguir sus pasos y desde mediados de 2014 arrancó el trabajo conjunto. “Cuando empecé a trabajar con mi hijo, comenzaron a llover los pedidos al punto que muchas veces costaba cubrir todos. La mayoría son pedidos de pescadores de la zona. Aunque hay botes que se fueron al Paraguay y a otras provincias”, se jacta el mayor de los emprendedores, que también fue docente del Instituto Línea Cuchilla (ILC). “Un día le dije que cuando él no estuviera, me gustaría continuar. Y empezó a enseñarme”, acotó Matías, el quinto de seis hermanos (Marilín, Enzo, Patricia, Gerardo y Aldo, trompetista de RP 2000).
Añadió que en el taller siempre se trabajó “haciendo pedidos de embarcaciones con terciado náutico, utilizando madera maciza pero de paraíso que es implantado a fin de no contribuir a la tala de los bosques nativos. Ya no se consigue cedro nativo entonces lo que hacemos es buscar una madera parecida, en este caso es el paraíso, que es buena para trabajar, es duradera y nos dio muchos resultados”.
También sugirieron a la empresa que fabrica el terciado náutico “que nos haga en paraíso. Hubo una época en la que hacían de pino, pero se mancha muy fácil y no es tan duradero. Tratamos de comprar siempre con la terminación, las caras, que sean de paraíso. El terciado que utilizamos es de ocho milímetros de espesor y con eso se hace la parte de los laterales, el costado y el piso.Básicamente esa es la estructura. Se fabrica con paraíso madera maciza y se forra con terciado náutico. Se pinta con varias manos de impregnantes y se entrega el bote terminado como para que la gente lo baje al río”.
Ambos coincidieron en que “es una satisfacción ver nuestros botes a remo dispersos por el Paraná. Casi siempre vamos a los campeonatos de pesca para ver la largada y observamos que la mitad, e incluso más, son botes hechos por nosotros”.
Sugirieron que lo ideal es que se realice un mantenimiento al menos dos veces al año o cuando el propietario lo crea necesario. “Es como tener un deck, una reja de madera. Al bote le sucede lo mismo. No es recomendable dejarlos en el agua. Es para usar y sacarlo”. En Misiones “se estila que se hagan botes de madera nativa entonces los dueños los dejan en el agua como para que la madera no se achique y no se produzcan las hendijas por donde pueda ingresar agua”. Aconsejan que “no los deje en el agua, que los traiga a la casa, los lave y los coloque a secarlos al sol y guardarlos en la sombra para lograr mayor tiempo de durabilidad del bote. No vimos botes que no van más”.
Cómplices en la música
Con su hijo Matías también son “socios” en la música. Aunque les cueste hacer coincidir los horarios, cuando tienen un “tiempito” sacan a relucir sus instrumentos. “Maco” ejecuta el bandoneón. Cuando tenía 13 años su papá le compró uno y lo mandó a estudiar música con un maestro suizo “que era muy bueno”. Armó un grupo de ocho y tenían que leer las partituras.
“Es un poco sacrificado. Él ya nos decía que esto no tiene precio porque no es sólo el momento que uno está sobre el escenario, sino que tenés que estar toda la vida detrás de eso, no te podés abandonar, quedar sin ensayos. A veces uno no se da cuenta lo que hay detrás de la persona que está sobre el escenario, lo que está haciendo fuera de esa actuación. Es divertido, lindo, pero también tiene esa otra partecita que no se ve”, reflexionó. A los 14 o 15 “empecé a tocar en tertulias”, que se iniciaban a las 14 y terminaban a las 18. “Mi primera tertulia, en el Club Suizo de Ruiz de Montoya, fue con cuatro temas que se iban repitiendo durante las cuatro horas e hizo bailar a la gente. No había equipo, a veces ni guitarra, era yo solo. Hoy si el DJ no cambia el tema ya es un problema. Era lindo, diferente”.
Justamente eran otros tiempos cuando Ernesto llevaba el bandoneón en el estuche de la guitarra y se iba a las colonias de Ruiz de Montoya, hasta Cuña Pirú. Pertenecía a un grupo de unos 15 a 20 jóvenes y “cuando ellos querían hacer una tertulia, cargaba mi bandoneón y me iba en bicicleta. Después ya me venían a buscar con moto, con auto, y cada vez iba mejorando”, acotó entre risas. Con el guitarrista Lorenzo Jungblut, empezó a tocar a los 16, y como viven cerca, cuando pueden se juntan. “Más de 30 años trabajaron con la música pero hace más de 50 que se conocieron musicalmente y conformaron el dúo y nació una amistad profunda”, dijo Matías, que tocaba el bajo y el contrabajo, luego se abrió camino y hoy integra la banda “Suena Sanfona”.
“La patrona me apoyó siempre”, dijo “Maco”, al referirse a su esposa Lidia Hahn (66), nacida en Puerto Rico, a quien conoció en ocasión del casamiento de su hermano. “Sé que no era fácil. Teníamos seis chicos. Si no era lejos se iba con los chicos de lo contrario quedaba en la casa. Cuando ella no iba junto, parecía que me faltaba una parte. Solía cuidar el sonido, caminaba en los alrededores y me hacía ver algunos detalles. No era fácil pero ella me aceptó así. Cuando éramos solteros cantábamos juntos”, y ahora ambos integran un coro de la comunidad de Capioví -donde residen desde que los chicos debían ir a Jardín de Infantes-, que hace tres años es dirigido por su hijo Matías y tiene unos 20 integrantes.
“Desde Chile nos invitaron para que compartamos la experiencia que tenemos de fabricar esos botes. Ellos los hacen pero son barcos más grandes, pesqueros. Quieren ver si pueden cambiar un poco para que la gente utilice estas alternativas con fines recreativos” contaron.
Travesía entre acordes
Con uno de los botes los Häser proyectaron hacer una travesía náutica entre Puerto Iguazú y Posadas pero vino una persona desde Entre Ríos interesada en adquirir un bote. Como insistía le ofrecieron el único que tenían aunque ya estaba usado y tenía un par de bajadas al río. Y se lo llevó igual.
En otra ocasión concretaron el primer día de travesía de 120 kilómetros entre Puerto Iguazú y Eldorado en doce horas. Ambos con un par de remos. Pero se largó a llover y Prefectura no los dejó continuar. Tenían programado llegar a la capital provincial en cuatro días: de Iguazú a Eldorado, luego hasta Puerto Leoni, después hasta San Ignacio y el último día, los 32 kilómetros que faltarían para llegar a El Brete.
“Cuando volvimos a casa era tan lindo que a cualquier persona que conoces y aprecias le querés regalar un bote para que haga esa travesía. Teníamos ganas de seguir. Este año no se dio, quizás sea una meta para 2019”, comentaron.
La idea surgió cuando Matías fue hasta la localidad correntina de Itatí para tocar con “Suena Sanfona” en ocasión de una peregrinación. “Volví y le dije a papá lo interesante que era porque la Basílica está a 200 metros del río. Le propuse salir desde Puerto Rico, y él me sugirió: que tal si hacemos Iguazú-Posadas. Primero nos reímos de la idea, luego fue tomando fuerza y lo hicimos. Los dos solos”.
Otra vez fueron al club y remaron río arriba “todo lo que daba, con el bandoneón y la guitarra y nos largamos tocando. Después publiqué el video y una señora dijo que nos escuchó desde la costa y que le pareció un espectáculo”. Pudieron adentrarse en un silencio total y en el verde más puro. “Pasamos por las reservas, paramos en algunos arenales donde ves sólo rastros de algunos animales, sin basura, con paisajes y saltos extraordinarios. Pasaron cosas en estos cuatro años que no se nos hubieran ocurrido”, celebraron.