El amor y toda la felicidad que trae solamente durará un instante. Será algo tan hermoso y efímero que siempre se comenzará a dudar de su existencia.
Quizás esos momentos sean una pequeña tregua que la soledad ofrecerá a sus elegidos cuando se hayan acostumbrado a ella y querrá que noten el valor de su presencia. Nadie escapará a su influjo: no importa si la persona está sola, en pareja o con amigos. Muchas veces estos individuos sentirán la sensación de desamparo aunque estén rodeados de sus pares.
Pero la soledad no es algo malo, simplemente habrá que sentir y entender su silencio, no como algo triste o desolador sino que su existencia siempre ayudará a tener otra percepción de todo lo demás. Muchas veces ayudará a reflexionar, a tomar decisiones y sobre todo a tener la capacidad de cambiar para salir de cualquier realidad donde se sientan atrapados. Si se dejara arrastrar por sus aguas, el hombre descubriría que su vida puede ser más sencilla de lo parece, incluso develaría secretos de su propia existencia.
En la otra cara de la soledad se puede encontrar al amor, ese pequeño instante de felicidad que repercutirá casi eternamente en nuestros pensamientos después de haberlo probado.
Como si se tratase de una “tragedia griega” se pueden representar estos dos sentimientos en cualquier historia. Una de ellas trata de un personaje que se acostumbró a transitar por la soledad absoluta sin darse cuenta, incluso lo disfrutaba. Se levantaba temprano porque le gustaba caminar hacia el trabajo; en el camino miraba las ventanas de los edificios, a las personas que viajaban en sus vehículos y otras que caminaban junto a él mirando sus celulares, paseando el perro o caminaban -como él-, hacia el trabajo.
Entonces trataba de imaginarse lo que estarían pensando y en su mente se creaban innumerables historias de amor, desengaños, frustraciones o conquistas. Cada transeúnte se convertía en personaje de sus relatos. Incluso no le gustaban las redes sociales porque admiraba lo real y todo lo que le podía dar forma con su imaginación.
En una oportunidad, entre esas caminatas matutinas una joven lo saludó por lo que detuvo su marcha para mirarla. Ella se también se detuvo y volvió tras sus pasos hasta estar frente a frente.
Muchos años antes habían sido muy amigos cuando cursaban la carrera de Geografía en la Facultad.
Ella se había convertido en una flamante profesora y él en un monótono oficinista. En ese instante recordó todas esas noches que tomaba los apuntes de aquella adolescente y la acompañaba hasta el albergue donde residía.
Ambos nunca se animaron a decirse que se gustaban. Al parecer era tan obvio que no hacían falta las palabras. Por circunstancias de la vida el joven tuvo que abandonar la carrera y comenzar a trabajar para ganarse el sustento. Nunca más se volvieron a ver hasta ese día.
Ella se había convertido en una mujer dedicada a la docencia y nunca tuvo la oportunidad de casarse o tener hijos. Por su vida habían pasado muchos amores, pero ninguno se animó a quedarse. Hablaron brevemente porque él era muy puntual y no quería llegar tarde al trabajo, mientras que ella tenía que tomar exámenes. Rápidamente intercambiaron teléfonos con la promesa de encontrarse.
Era viernes y el hombre no se animaba a llamarla, por su mente pasaban numerosas respuestas posibles. Generalmente, las personas que son soñadoras son también las más inseguras. Aunque el destino siempre tiene guardadas algunas sorpresas, su teléfono sonó y era la hermosa docente que pidió para encontrarse en un conocido bar céntrico.
Antes de la hora acordada salió de su apartamento rumbo al bar, pero ya no era el mismo recorrido, no podía pensar en otra cosa que no fuera aquella cita, estaba ansioso igual que aquel adolescente de años atrás.
Al llegar al bar, la mujer se encontraba en el lugar. Pidieron algo para tomar y hablaron por horas. Antes, ella pidió un cenicero, encendió un cigarrillo mientras lo escuchaba atentamente y en cada bocanada la luz de su lumbre iluminaba los labios sabios.
Él le confesó que siempre estuvo enamorado de ella aunque nunca se atrevió a decirlo, quizás aquellas palabras hubieran cambiado ambos presentes, pero era imposible saberlo, entonces comenzaron a imaginarse innumerables situaciones y desenlaces si hubiesen sido novios, quizás la vida sería distinta.
Mientras reían hasta idealizaron los nombres de aquellos imaginarios hijos. Entonces se tomaron de las manos sobre la mesa, mientras ella miraba continuamente su reloj y le dijo si tenía algo para tomar en su departamento. Por su puesto, en la casa de un solitario siempre habrá media botella para compartir. Una vez en su departamento, el hombre se sintió seguro porque estaba en su terreno y sabía que ella quería quedarse esa noche.
Como si se tratase del ensayo de un libreto apagaron las luces y sus manos y besos comenzaron a guiarla hacia su cama.
Aquellas sábanas blancas los envolvieron y en su interior, aquel hombre sólo quería abrazarla mientras que sus besos los llevaban hacia la madrugada. La intensidad del encuentro duró hasta las primeras luces del alba.
Al llegar el mediodía solamente quería abrazarla mientras le pedía que aún no se marchara, que podrían hacer cosas por la tarde y por la noche la cama los esperaba. Nuevamente ella miró su reloj y se vistió apresurada, le dijo que pidiera un taxi y que lo llamaría cuando lo necesitara. Él no sabía cómo manejar la situación ni tampoco contradecirla en nada. No quería arruinar el momento y le expresó que quería volver a verla. Un sorpresivo beso y el sonido seco de la puerta que se cerró tras ella. Fue el sonido que anunció el final del encuentro.
El hombre se volvió a acostar en la cama que horas antes fue un campo de batalla y del cual uno de sus ejércitos decidió retirarse.
Pasaban los días y él seguía atento a su llamada. Nunca más caminar hacia el trabajo fue lo mismo. No pudo volver a imaginar sus historias: sólo podía pensar en aquella noche cuando estuvo con ella y que aquel momento bastó para destruir su tranquilidad. Él siempre estuvo solo, pero nunca se había dado cuenta hasta ahora.
Fue la soledad que quiso mostrarle que su presencia siempre ocupó un lugar importante en su vida y por eso no podía pasar desapercibida.
Por
Raúl Saucedo – Periodista
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