Llegó a la Capital de la Madera a mediados de 1959 y es uno de los vecinos más antiguos de la ciudad. Tiene 86 años y hace seis sufrió un accidente cerebro vascular (ACV) que lo tiene recluido en su casa pero no le impide recordar la manera en quekatya daura vio crecer a este amado pueblo.
Su padre le dijo “vamos a San Vicente porque ahí hay trabajo y futuro para nosotros” y él no dudó un instante. Cargaron sus cosas en la bodega de un colectivo y se radicaron en una chacra situada a cuatro kilómetros de El Cruce, entre las rutas nacional 14 y provincial 13, centro mítico de la ciudad del centro de la provincia. Primero fue colono, luego cuidador de caballos y jockey, aunque es más reconocido por haber sido taxista y por haberse desempeñado como presidente de la Cooperativa de Agua Potable y Otros Servicios Públicos.
La Capital Nacional de la Madera sigue siendo un atractivo para los que quieren cambiar de aire. Permanentemente llegan empresarios, comerciantes y familias enteras a probar suerte. Pero hace cinco o seis décadas arribar a San Vicente implicaba tener un espíritu aventurero y ser casi conquistador. Tenían que luchar con la naturaleza y todo lo que lo que la envuelve. Sin embargo llegaban familias todos los días. Muchos cuentan que entre finales de las décadas del 50, 60 y 70 se radicaban hasta cinco familias por día en estas nuevas tierras.
Padre de cuatro hijos, Flodoraldo Nolasco fue uno de esos hombres que se aventuró detrás de un sueño. Un sueño que él cree que consiguió. Nada menos que lograr ser reconocido por la sociedad y haber aportado para el crecimiento de un pueblo. En este caso el de San Vicente. Llegó a mediados de 1959 cuando en “El Cruce 60” (como conocían a este paraje ubicado en la intersección de la ruta nacional 14 y la ruta que conduce a El Soberbio, hoy ruta provincial 13) había algunas casas dispersas al costado de la carretera y otros colonos que ya se habían ubicado en algunos rozados que los madereros iban dejando inutilizados luego de sacar la materia prima.
“Mi papá conocía estos lugares porque trabajaba con la madera en el monte. Nosotros vivíamos en una chacra en Campo Grande y un día llegó a la casa y me dijo vamos a vivir a El Cruce porque allá vamos a tener futuro. Yo tenía treinta años y no dudé. Estaba en pareja con mi señora y tenía una hija. Tomamos nuestras cosas y subimos a un colectivo para estos rumbos. Éramos mi papá, mi mamá, mi señora y mi hija. Elegimos una chacrita en el kilómetro 64, a cuatro kilómetros de El Cruce y comenzamos a trabajar. Así fue que llegamos con mi familia a lo que hoy es San Vicente”, recordó, emocionado.
Admitió que “no fue difícil la decisión de dejar lo que teníamos en Campo Grande y venir para acá. Es que yo era muy pegado a mis padres y si papá me decía para hacer algo, yo creía que era lo mejor. No se equivocó y hoy doy gracias a Dios por haber venido. Me acuerdo que tomé dos ponchadas que con mi señora extendimos en el suelo y dentro de ellas cargamos nuestras cosas, fuimos hasta la ruta y tomamos el primer colectivo que venía para estos lados. Ya teníamos una hija, Amalia”, reseñó al justificar su decisión de venir hacia San Vicente.
Con su padre aprendió el oficio de agricultor y pronto logró plantar una hectárea de tung, una de yerba mate y otra de té. A la par plantaba tabaco misionero que era lo que más rápido daba dinero, además de las plantaciones anuales.
Pero tenía un secreto que lo permitió hacerse conocer. “Mi padre era cuidador de caballos de carreras cuadreras. En esos tiempos había muchos lugares donde se corría y era un deporte que dejaba dinero. A mí me gustaba la plata así que aprendí rápido el oficio de cuidador de caballos. Pero por mi estatura y mi físico encontré una veta que era la de corredor, jockey. Rápido me hice conocer en la zona y gané muchas carreras y mucha plata. Eso me permitió salir adelante”.
Su hija crecía y con el paso de los años fueron llegando otros: Roberto, Ramón conocido como “Nito” y Sergio. Eso le hizo buscar nuevos lugares para vivir y fue ahí cuando se radicó en el pueblo. “Amalia comenzó la escuela y yo tenía que traerla y buscarla porque tenía miedo que viniera sola. Comencé a buscar un terreno en el pueblo y encontré a Albrecht, un señor que vendía propiedades para la firma Ortmann & Tejeda, y me ofreció uno que estaba en la esquina de lo que hoy es la avenida Tejeda y Moreno, donde hice mi casa y viví muchos años”.
Ya en el pueblo, no pudo seguir con su oficio de cuidador y corredor de caballos y buscó otro que lo hizo conocido en todo San Vicente. “A mí me gustaba la calle y tuve la suerte de comprarme un auto. Como vivía cerca de la terminal de ómnibus la gente llegaba con sus cosas y tenía que ir a sus casas o a sus chacras y como veían un auto preguntaban si hacía flete. Así comencé a trabajar como taxista y es por eso que hoy todo el mundo me conoce como ‘don Piruca’, el taxista”.
“Ya no descansaba porque como todo el mundo me conocía, a cualquier hora llegaba a casa pidiendo un viaje. En aquellos años no había médicos en San Vicente o no le tenían confianza. Llegaban a cualquier hora a casa para pedir que lleve enfermos a Dos de Mayo o a Salto Encantado. No importaba la hora que fuera, hacía los viajes y la gente me reconocía por mi bondad. Muchos de los que venían no tenían plata y me pedían fiado. Igual los llevaba. Aparte les prestaba plata para que se queden con el enfermo internado. Nunca hubo una sola persona que no me haya pagado el viaje y devuelto lo que le presté. Ese reconocimiento lo tengo hasta ahora cuando me cruzo con algún vecino y me dice usted le llevó a mi mamá al médico cuando me iba a tener a mí. Cosas que los padres les contaron. Eso es gratificante”, aseveró.
Pero también cumplió un rol importante en el Consejo Directivo de la Cooperativa de Agua Potable de San Vicente. “Alrededor de ocho años fui presidente de la Cooperativa de Agua Potable. Allá por los 90 éramos unos 200 socios y nadie quería agarrar la presidencia. Me ofrecieron y yo tomé las riendas. Tuvimos que trabajar nosotros para arreglar redes y hacer conexiones porque no teníamos mucho personal. Fueron años que había que poner el hombro por la cooperativa, y lo pusimos”, graficó.
“Piruca” se siente bien por todo lo que vivió en San Vicente y percibe que se puede crecer mucho más. “Acá hay mucha gente valiosa y que tiene ganas de hacer mucho por San Vicente. Veo que podemos crecer muchos más todavía. Pude ver a San Vicente cuando no era más que dos o tres casas al costado de la ruta, recorrí cada una de las calles y las picadas cuando se iban abriendo y sé cómo creció y que creció con el esfuerzo de la gente. Y con el esfuerzo de la gente va a seguir creciendo”, aseguró.