Si de algo saben gran parte de los agricultores en Misiones es cómo se vive en un territorio rodeado de monocultivos, de exóticas y de uso de agrotóxicos. Son muchos años de un “desierto verde” que, paquete tecnológico de por medio, nada bueno sembró. Por eso no dudan en rechazar enérgicamente cualquier iniciativa similar, en este caso la plantación de maíz transgénico que el Gobierno de la Nación quieren impulsar aquí.
Miriam Samudio es parte de los cientos trabajadores que asumieron la lucha por recuperar todo lo que se llevó el monocultivo de pino elliottis en el norte misionero: la tierra fértil para la agricultura, las vertientes, el agua limpia, la buena salud, el monte y las vertientes. Esta mujer y la organización a la que pertenece, Productores Independientes de Piray (PIP), fueron los primeros en movilizarse tras conocerse el plan de la Secretaria de Agroindustria de la Nación de plantar 250 mil hectáreas de maíz genéticamente modificados.
“Para nosotros como organización, como integrante de esta comunidad, como familia, el uso de las semillas transgénicas se resume en la muerte; sabemos que tarde o temprano nos va envenenando, nos va matando y va disminuyendo la vida porque quita toda posibilidad de que la naturaleza se desarrolle normalmente como corresponde”, dijo Samudio.
“(El programa de Nación) vienen a reemplazar a nuestras semillas criollas y atropellar la naturaleza, la que tanto defendemos y que estamos luchando para recuperar en nuestra zona, recuperar nuestro ambiente y nuestra cultura de sembrar semillas para garantizar alimentos sanos para nuestra comunidad”, agregó enfática.
En este 2019 se cumplen doce años de movilizaciones en el lugar donde viven Miriam y sus compañeros, los integrantes de PIP, para frenar el incesante avance del monocultivo de árboles.
En el 2006 comenzó la lucha para recuperar territorio y para evitar en sus hogares el veneno que usan para combatir las plagas forestales. Los resultados son alentadores: lograron que el Gobierno provincial expropie a la multinacional forestal 166 hectáreas (de 600 prometidas) y les ceda para producir frutas, hortalizas, animales, cereales. Actualmente 80 familias de manera colectiva se autoabastecen, comercializan y recuperan selva, vertientes de agua y suelo.
“Para nosotros es fundamental continuar así, porque además de tener nuestra propia comida, notamos que mejoró la salud. Hace algunos años hicimos una encuesta en más de 300 familias y la mayoría, principalmente los que tienen niños, dijeron que sufrían de conjuntivitis, asma, problemas respiratorios, y sus casas estaban a 50 o a 70 metros donde empezaba el mar de pinos, y asociamos esas enfermedades a los agrotóxicos que ahí se usaban; mucha gente tuvo que cambiarse de lugar y hay casos hasta hoy día que tienen complicaciones de salud”, relató Samudio.