Luis Orlando Leal empezó ya entrando a la adolescencia, cuando su familia logró establecerse en Oberá. Y no sólo no se detuvo sino que comenzó a entrenar a un puñado de niños que, de la nada, lo iba siguiendo y compartiendo su entusiasmo. Por estos días “dirige” a un grupo de chicos de Los Helechos. Asisten a partir de los diez años y varios de ellos ya se destacaron en maratón dentro y fuera de la provincia.
“Tenía once años cuando empecé en los primeros prix nocturnos -competencia por distintos puntos de la ciudad- y me gustó. De la nada empecé a correr y cuando me di cuenta estaba corriendo más y más, hasta participar de las ultra maratones”, recordó Leal, mientras esperaba que bajara el sol y se aplacara el calor de los primeros días de enero en la cancha municipal de Los Helechos.
Agregó que en 2006 corrió la última, de 70 kilómetros, que se realizó entre las localidades de San Ignacio y Posadas. “No tenía entrenador. Hacía lo que venía, 10, 20, 30, 42 kilómetros, o lo que fuera. Lo último fue los 70. Me esperaba el nacional de ultra maratón que se iba a hacer en Chubut durante ese mismo año pero los 70 kilómetros me dejaron muy castigado y no me animé. Lo pensé pero me achiqué”, reflexionó mientras se escucha un “profe, profe ¿otra vuelta? Leal levanta el pulgar, y la entrevista continúa. No puede avanzar en el tema sin recordar lo penoso que fue ese trayecto. “Sufrí mucho en los 70 kilómetros porque no conocía lo que eran las bebidas rehidratantes, no sabía para qué estaban en los puestos las bananas maduras. Yo los cruzaba de largo. Personal de Gendarmería te acompañaba en el periplo pero no te decía nada. Finalmente supe porque vi que cuando un atleta que me pasó, lo tomó. Si no veía y seguía unos kilómetros más, seguramente me iba a desmayar. Vi que tomó, hice lo mismo, probé que era dulce, pero después que hice casi 40 kilómetros”, agregó, mientras reiteraba las indicaciones al pelotón que acababa de dar la quinta vuelta a la cancha con el césped crecido.
Aclaró que “no tenía idea de los alimentos, me calcé una zapatilla dura, una remera de algodón y rendí bien hasta los 40 kilómetros. Después sentí el cansancio de no ingerir nada ni hidratarme. Fue duro”.
Leal terminó la carrera de educación física y después empezó a hacer cursos de atletismo y otras cuestiones relacionadas al área deportiva. “Hago cursos de perfeccionamiento. En febrero inicio otro, de preparador físico. Me sirvió pero a fin de cuentas terminé trabajando en la construcción porque sabía hacerlo y porque había que llevar el puchero a la casa. Hice electricidad, carpintería, plomería. Mi papá trabajaba en construcción y yo seguí sus pasos. Fue mucho más duro que esto, por supuesto”, manifestó sin perder de vista el comportamiento de sus alumnos.
Hace un año y medio que “arranqué con estos chicos de Los Helechos y son muy buenos. Empecé de la nada. La gurisada se interesó, y así empecé. La mayoría son de barrio Escondido, que es uno de los más humildes del municipio. Para llegar a la cancha donde entrenan deben recorrer unos cuatro kilómetros. Los que se destacan en velocidad son los que nunca faltan. Cada entrenador tiene su sistema de entrenamiento. Y yo creo en lo que hago. Los resultados están a la vista”. Sin ir más lejos, en las carreras “me reconocen. Estoy caratulado como que tengo buenos exponentes en algunas categorías. Siempre me preguntan sobre eso”.
Y citó a Rocío Maciel (18), que salió tercera en el campeonato “Misiones corre”. Compitió en Asunción y en Encarnación (Paraguay) en 21 kilómetros, y en Brasil. Salió subcampeona del cross country y fue a participar al nacional. “Esa fue la más importante, pero hubo otras. No le fue bien porque necesitaba zapatillas con clavos y en ese momento salían muy caras. El Ministerio de Deportes colaboró con el viaje y la Municipalidad de Los Helechos con la comida”, comentó.
Antonella Caballero y Candela Bareiro no quedaron atrás. La última salió campeona provincial en cinco kilómetros en “Misiones corre”, en la general de una maratón en Posadas, y segunda, en Posadas, el 1 de enero. “Dentro de todo tienen un buen tiempo. Yo diría excelente, las tres. Cuando van juntas, entre ellas nomás compiten”, acotó orgulloso de sus logros y de los de sus alumnos.
Además de ser entrenador, personal trainer, instructor de entrenamientos específicos para deportistas, Leal se ocupa de gestionar los insumos que necesitan los participantes. Por lo general “pido los pasajes. La Municipalidad a veces tiene y otras no, entonces gestiono de otro lado. Me entero, me informo, me comunico. Inscribo a los chicos, paso los datos, pregunto qué es lo que necesito para los permisos, los consigo y los mando. Necesito la autorización de los padres y siempre un mayor tiene que ir a cargo. Para las inscripciones y los pasajes, fueron pocas las veces que se debió poner dinero extra, siempre fue producto de la gestión”, describió.
Este año se viene duro
Por lo general los fines de semana, que es cuando se desarrollan las competencias, Leal no tiene otras ocupaciones. Y durante la semana “pido a los que pueden, que viajen hasta Oberá y entrenamos en la plazoleta Malvinas. Cuando salgo del trabajo tengo el tiempo justo para llegar” hasta ese paseo público. “No todos lo hacen. No todos pueden. A Los Helechos trato de venir una vez a la semana o los fines de semana. No puedo venir todos los días porque entre ida y vuelta son 22 kilómetros y yo me muevo en motocicleta”, graficó durante una pausa en el entrenamiento que se extiende entre 45 minutos y una hora, porque “este año tenemos que prepararnos para varias carreras”.
Pero no se le hace fácil “trabajar” en un ambiente donde las carencias abundan porque la energía que debería estar puesta en el entrenamiento se disipa pensando en cómo cubrir las necesidades.
“Hace poco traje zapatillas, a algunos les anduvo, a otros le quedaron chicas. Algunos tienen, otros no. Les consigo remeras a través de los sponsors pero zapatillas no hay forma de gestionar porque no hay donde poner una publicidad”.
“Parte de lo que gano en las obras, también invierto en los chicos. La Municipalidad me ayuda a veces. Por ahí consigo el pasaje pero me falta para la inscripción y es ahí donde debo sacar de mi bolsillo. No es mucho pero un poco acá y otro poco allá, en el mes va sumando. Me tengo que mover bastante pero lo hago con gusto. Creo que estos chicos van a llegar lejos, hay muchos que tienen ganas. Me lo demuestran”.
Lamentó que los padres no se interesen mucho por lo que hacen sus hijos. “Yo me acerco para buscar los permisos. Me tengo que ocupar de todo, en un 100%. Me ocupo de llevarlos y de traerlos a las carreras. Debo saber que llegaron a sus casas. Si un padre no va en su búsqueda, a pesar del cansancio del día, debo tomarme la molestia y acercarlo hasta el hogar. No tengo gran apoyo de la familia. Por ahí, de casualidad, va algún padre y eso que del grupo que es constante son cerca de veinte, y después de las vacaciones, se agranda el número”.
“Lo único que les pido es que le pongan ganas”, admitió Leal que, en ocasiones, con su sueldo de albañil, paga pasajes o compra alguna zapatilla para que los niños puedan alcanzar la meta. “Conmigo tienen que portarse bien. Y si tengo que enojarme, lo hago. Soy como un padre, les digo las cosas como son. Ellos saben que es para mejorar”, aseveró.
Insistió con que “hay mucho por hacer por la gurisada de Los Helechos, más allá de la indumentaria y el calzado. Con el short o la remera te podés acomodar, pero una zapatilla mala en el asfalto la sentís. Acá utilizamos la misma para la tierra, el asfalto, para todo andar, multiuso, para la escuela, hasta que no se rompa no se sacan”.
“Quiero seguir corriendo”
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Rocío Maciel (18) es una de las que se destaca en el grupo. Menuda pero muy ágil. Empezó a entrenar a fines de abril de 2018 y su primera carrera se concretó durante los primeros días de mayo. “Quería hacer algo, un deporte, y buscando en las redes me apareció el perfil del profesor y le pregunté cómo era el sistema. Fui a la plazoleta Malvinas y hasta ahora sigo entrenando. En todas las carreras que participé me fue muy bien, desde la primera”.
Residente en Villa Christen, contó que la idea “era ir al complejo deportivo para hacer voleibol con mis amigas pero las chicas nunca se decidieron. Entonces encontré esto, fui a averiguar y ya me quedé. El primer día trotamos de manera tranqui, si tengo que comparar digo que ese día no hicimos nada. Llegué a casa cansada, me duché, me acosté a dormir y no pude levantarme para ir al colegio. Ahora ya no me cuesta, estoy acostumbrada”.
Cuando se acerca algún campeonato el entrenamiento es más duro y muchas veces optan por comenzar con las primeras luces del alba “porque hay más oxígeno a la mañana. Aunque muchas veces nos dormimos debido al cansancio que se acumula en estas jornadas”. Pero Rocío es perseverante y confía en su rendimiento. Se muestra contenta por estos logros, y porque este año buscará “terminar quinto” en la Escuela Provincial de Comercio 1, de Oberá.
“Corrí dos carreras de 21 kilómetros, una en Asunción, Paraguay, y en la maratón del asfalto. Hice otras de diez, ocho y cinco kilómetros”, logros que merecen las felicitaciones de sus compañeros de escuela, y el orgullo de su papá, Rubén, y de mamá Ermelinda.
“Quiero seguir corriendo porque me gusta. Y quizá más adelante pueda conseguir un sponsor para poder solventarme los gastos que esto demanda”, sostuvo la joven que al finalizar la secundaria pretende seguir estudiando aunque “todavía no sé por qué inclinarme”.