El día que la conocí, Silvia estaba muerta de miedo. Era el día en que iba a pintar por primera vez. Cada acción era un mundo totalmente nuevo para ella. Tomar el pincel, cargar de pintura, llevar al lienzo y transformar la pasión, hasta ese momento latente en su interior, en arte que sale del corazón.
Ese día pintó de maravillas, temblaba para hacer la firma, cuando ya había logrado toda una obra. Miraba su cuadro y ni ella lo podía creer, las cebras que había pintado estaban divinas.
Describe sus momentos de pintura como su “paz” y la entiendo porque cuando uno pinta logra desconectar del mundo, para simplemente encontrarse con uno mismo. Y aunque en su ocupada vida le cuesta encontrar ese momento, ella lo busca.
Es productora de seguros, una mujer maravillosa. Christian su compañero de vida lo sabe muy bien, se nota el amor que los une. Tienen tres hijos varones, Imanol, Jonás y Ulises y la familia completa siempre está para brindarse al más necesitado. Incluyendo los animalitos, perdí la cuenta de cuantas mascotas tienen de los rescates que hicieron.
Silvi es puro amor, una vida dura le enseñó muchas cosas y la más importante es que le enseñó a dar al que lo necesita. Siempre está juntando donaciones para acercarle a la gente que está pasando un mal momento.
Por ejemplo, en el hospital hay gente del interior afuera, que tiene a un ser querido enfermo, y no tienen condiciones para hospedarse en algún lugar, incluso para comer, y Silvia hace tiempo en su vida para ir hasta allí y llevarles lo que necesiten. Este es solo un ejemplo de las cosas que hace y se las transmito para hacer extensivo su pedido. Que lleven algo, hielo, alimentos, elementos de higiene, yerba, ropa. ¡Todo es bueno!
Colabora
Claudia Olefnik.
Artista plástica.
Responsable
del Taller Monarcas.
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