Juró dedicar su vida al servicio de la humanidad y velar, ante todo, por la salud y bienestar de sus pacientes. Así lo hizo.
Durante décadas enfrentó situaciones extremas sin siquiera el mínimo instrumental, también lidió con la pobreza, a la que desafió con el poder de las hierbas que tan bien conocen los hermanos mbya. Sin embargo, el doctor Guillermo Gaudioso asegura que su historia “es muy sencilla”.
Los 86 años que lleva sobre sus hombros poco se reflejan en su rostro, en su andar y, menos aún, en su espíritu. Caballero, observador, detallista, desanda la historia de su vida en una charla que atrapa desde sus primeras palabras.
“Ingresé muy joven al hospital, al vecinal de Lanús”, recordó y reconoció que es poco frecuente que un estudiante de tercer año ya tenga posibilidad de vivir la experiencia única de un quirófano, de ser parte de fortuitos encuentros con la muerte en los que la rapidez en la toma de decisiones puede significar un punto a favor en la batalla, pues generalmente esta oportunidad se da recién en cuarto o quinto año.
La dedicación que puso a cada jornada posó los ojos del médico de guardia sobre él, quien lo llamó a todas las cirugías y, ya siendo practicante mayor, lo dejó a cargo de la mesa de operaciones mientras se ocupaba de otro paciente en la sala contigua, porque, aunque no estaba permitido, “sabía de mi responsabilidad”.
“Advertían que mi dedicación era tremenda, por eso tuve tantas facilidades, eso me sirvió para mucho, cuando me recibí de médico fui a hacer un curso de Cirugía General, al finalizar, casualmente estaba un cirujano famosísimo en el país en ese momento, el doctor (José María) Mainetti, me acerqué y le dije ‘me gustaría ir a su servicio’”.
Y allí estuvo, al lado de una eminencia de la medicina, de reconocimiento internacional, durante alrededor de tres años. Obviamente no fue una tarea sencilla. Debía viajar a diario desde Palermo Chico a La Plata, ello implicaba arrancar a las 4 y sin remuneración alguna, entonces fue clave el papel de su esposa Alcira Prats, médica dedicada a la oftalmología.
“Fue un gran sacrificio, me puso al lado de uno de los mejores cirujanos que había en el servicio, siempre como segundo ayudante. Aprendí a hacer cirugías de todo tipo, hice una vida de locos, cuando terminaba, como tenía que generar ingresos, estuve mucho tiempo en la guardia de la Clínica de Lanús, así aportaba algo a mi casa, todo me sirvió de mucho”, confió Gaudioso.
Como en toda etapa, llegó el final, de la mejor manera, por supuesto, con la entrega de uno de los reconocimientos más importantes entre los médicos de los servicios de cirugía en el aula magna de la universidad. A partir de ahora lo esperaban nuevos desafíos, pero en la tierra colorada.
A su esposa le ofrecieron un puesto como oftalmóloga en Eldorado y él tenía posibilidad de desempeñarse en el hospital local, aunque en un principio sólo como “oyente” hasta tanto se genere el nombramiento.
Otras tierras, otra realidad
Corría el año 1966 y al doctor Gaudioso le tocaba ahora, con un increíble bagaje de conocimientos, afrontar un nuevo reto, un quirófano sin instrumental y, como suele ocurrir en estos casos, no tuvo tiempo para grandes preparativos.
“Vivíamos a una cuadra del hospital del 4, era mi segundo día y estaba de guardia, alrededor de las 15 la enfermera viene a casa y me dice ‘doctor hay un chico de 23 años que fue a cazar con otro, se asustó y le pegó un tiro en la cabeza, está muy mal, tiene convulsiones, ya pedí la derivación’. Cuando fui le pedí que desde ese día en adelante no se derive nada quirúrgico, salvo lo que no se pueda resolver, la mandé a buscar al anestesista, pero no había, ‘somos nosotros, le ponemos una máscara, éter y cuando deja de patalear está en el plano quirúrgico’, me contestó. Solicité la caja de cirugía, pero cada cirujano llevaba la suya, la que había era de 1890, toda oxidada, no había siquiera una sierra, entonces la mandé a la Ford, que quedaba cerquita, y pida una sierra, un escoplo y un martillo, en lo posible nuevos, porque había que abrir una cabeza”, recordó el cirujano.
Finalmente, añadió, “todo estaba encaminado, un médico, muy buena persona, que hacía algo de traumatología, me pidió para ayudarme; el enfermo dejó de patalear, estaba en el plano, y cuando abrí la cabeza el ayudante se desmayó, aunque una vez recuperado continuó. La bala estaba dentro, apenas tocando la parte interna del hueso, lo limpié, se hizo todo lo que se debía hacer, le quedó un agujero bárbaro, pero cuando vi que más o menos estaba, lo cosí y lo puse al cuidado de las enfermeras, se recuperó”.
Claramente su primera incursión en la sala de cirugías del kilómetro 4 no pasó desapercibida.
“En Posadas se enteraron, casualmente solían invitar a celebridades, jefes de grandes servicios de cirugía y estaba el jefe de traumatología craneal de Buenos Aires, lo trajeron en auto a Eldorado, un tipo imponente, yo era un croto al lado suyo, pidió ver al enfermo, lo hicimos pasar, se agarró la cabeza y dijo ‘qué agujero le hiciste’, ‘sí doctor, pero con un martillo y un escoplo, no había instrumental, pero vive’, le contesté. Quiso llevarlo a Buenos Aires para colocarle el parche que necesitaba, pero el chico, que estaba escuchando, dijo que no porque se salvó de una, de dos no. Lo vi después de un año y estaba bien”, apuntó.
“De este tipo de cosas me pasaron muchas veces, una noche me traen a cuatro hombres mutilados, estaban jugando truco, todos llevaban machete, estaban todos cortados, uno con un brazo colgando, sólo uno sobrevivió”, ejemplificó.
También mencionó la oportunidad en que llegaron desde una clínica local con un niño de cinco años, “su familia tenía una chacra y un empleado le dijo al nene ‘mirá cómo te mato’ con tan mala suerte que el pistolón estaba cargado”.
“Todas las balas estaban en la panza, el separador de cartuchos pasó el estómago, habían sugerido a los padres que pidan la extremaunción, alguien que vio la situación les dijo ‘vayan al 4, ahí hay uno que lo va a operar’”, contó.
La doctora Kennedy ofició de anestesista, “fue una anestesia extraordinaria”, remarcó Gaudioso, quien cuando abrió el abdomen del pequeño “no lo podía creer, todo el estómago era un colador, pero era un milagro, porque no afectó ningún conducto importante, sólo el estómago”, agregó el médico que para hacer frente a semejante situación debió extraer todos los órganos con una maniobra que aprendió de su maestro, el doctor Mainetti. Su paciente mejoró, pero nunca pudo ver a los padres, acudían cuando él no estaba y lo llevaron un día antes del alta.
“En las guardias de Eldorado de aquella época te aparecía cualquier cosa, como un hombre que se peleó con un tigre y demandó varias horas de sutura, enfermos de todo tipo y había cosas que no se podían entender, como cuando estaban dos pescando en una canoa, el de atrás agarró el machete y le dio en la cabeza al de adelante, un pelado, y cuando preguntamos qué pasó dijo: ‘doctor, no me pude resistir, estaba tan lindo’”, memoró entre risas.
También se encontraban gratas sorpresas, como cuando operó y salvó a un cacique mbya y la hazaña lo hizo merecedor del homenaje de unas cien personas que se congregaron frente a su consultorio con grandes obsequios, hasta un arco de guayubira y sus flechas.
Pero una de las cosas que más preocupó a Gaudioso desde que llegó fue “ver que no había medicamentos, se daban recetas y los enfermos pobres no podían comprarlos”, entonces acudió a las plantas medicinales, compró un libro y viajó con su señora a Paraguay y a Posadas. Y, una vez retirado del quirófano, ya a cargo de la Atención Primaria de la Salud instaló reuniones sobre este tema, luego recorría los periféricos con las listas de hierbas, las solicitaba a quienes pudieran acercarlas, daba cursos y llevó a cabo importantes campañas.
Fue tal su dedicación que en Pozo Azul lo nombraron “opí”, líder espiritual de los mbya que, entre otras cosas, se encarga de curar con plantas medicinales, investidura nunca cedida a un “extranjero”.
Claro que no todo fue sencillo, “a muchos no les gustaba lo que hacía, tuve muchos problemas por tratar a los aborígenes, por hacer medicina no clásica”, reconoció. Pero también vivió muy de cerca el poder medicinal de las plantas. Su esposa un día alerta que tenía un tumor y “es muy maligno, conozco este tumor”, le indicó.
Pidió a un jefe de cirugía que lo extraiga y prepare para que ella pueda hacer el examen patológico. “Lo máximo de vida que tenía eran tres años, con suerte”, fue el resultado con que se encontró. Viajó a Buenos Aires y, tras mucho andar, regresó devastada, médicamente no había solución, su estado era irreversible. Pero nada en la vida es casualidad, y Gaudioso recibió una carta de algún lugar de Rusia con una receta, vino oporto, uña de gato y alguna otra hierba. Otros 32 años de vida dan cuenta por sí solos de los resultados.
Más allá de la medicina
Dedicarse a la medicina no fue la primera idea de Gaudioso. La figura de su padre lo había marcado hondo y en los aviones estaba su pasión.
“Mi papá fue un gran aviador y figura en todos lados como pionero de la aeronáutica argentina, hizo muchísimas cosas que en esa época siquiera se imaginaban, fue una figura importante, el primer piloto en tirarse en paracaídas porque el avión tuvo problemas; se estrelló tres veces y sobrevivió”, aludió.
Entre sus hazañas también se destaca el pelear con Luis Ángel “Firpo, en una exhibición en Palomar. Medía 1,90 y me tenía al trote, de chiquito iba todos los días al río a nadar, no me dejaba competir, pero estuve cerca del récord de la época”.
Obviamente “quería ser aviador, fui a rendir a Córdoba, aprobé el examen pero me dijeron que no podía serlo, que iba a ser oficial de aeronáutica, me cayó muy mal, me empezó a trabajar la cabeza hasta que me echaron, entonces dije ‘tengo que hacer algo’, me gustaba la mecánica, pero no la aritmética, me gustaba dibujar, crear, y entonces me dije ‘voy a ser médico’”, admitió.
“En la medicina siempre fue igual, afronté muchas situaciones y la mayoría las pude solucionar, tuve mucha práctica; también suerte en la vida, me salvé de muchas cosas”, observó el doctor e hizo hincapié en que “tuve una gran mujer que me ayudó muchísimo”.
“Opí Salvador”
Una corona de “lágrimas de novia”, una pipa de barro con un tacuapí en la boquilla completan la ceremonia en la que en la aldea de Pozo Azul lo nombraron “opí”.
“Fue uno de los días más especiales de mi vida”, reconoció Gaudioso, pues desde entonces formaba parte de una comunidad mbya que lo marcó para siempre y muchos de los conocimientos sobre las plantas que adquirió los resumió en un libro, “Opí Salvador, fitomedicina mbya”, en el que detalla propiedades y formas de utilización de gran cantidad de hierbas medicinales.
Detrás de un gran hombre, una gran mujer
Alcira Prats fue la compañera de vida del doctor Guillermo Gaudioso. Una mujer extraordinaria y una gran estudiosa. Llegó a la Capital de Trabajó como oftalmóloga, hasta que esta rama de la medicina dejó de llenar sus expectativas, entonces volvió a la universidad y se inclinó por la citología.
Lejos de conformarse con lo aprendido, voló a Canadá, en dos oportunidades, donde estudió junto al discípulo de George Nicholas Papanicolau y regresó a la tierra colorada con valiosa información sobre el Virus del Papiloma Humano (VPH), clamidias y fumigatus. Datos que compartió en cursos de citotécnica que dictó para la región.
También supo incursionar en el mundo de las leyes, aunque no era lo que quería y abandonó la carrera de Abogacía faltándole pocas materias. Y, con 76 años, obtuvo el título de médica legista.