Ese “¡Hagan algo ahora, no importa el Gobierno anterior!” viene siendo la sensación de muchos electores de Cambiemos y, con mayor énfasis, de quienes votaron otros proyectos, incluso los que se inclinaron por más de ese “Gobierno anterior”.
El reclamo está puesto en cada fin de mes desde los últimos tres años y un poco más, el tiempo que Mauricio Macri y sus rotativos ministros llevan en el poder; en cada elección en las góndolas de los almacenes, supermercados y mayoristas; en cada factura dolarizada por servicios del tercer mundo; en cada recibo salarial, cuya diferencia con la inflación es cada vez más amplia; en cada chico de la calle, de los que ya existían y de los muchos que se fueron sumando en todo el país; en cada discurso cargado de hipocresía a los que nos fueron acostumbrando a los argentinos en las últimas décadas.
Las razones para el tremendo clamor de un obrero sobran en cada sector productivo y de servicios de todo el país. Resuena en las economías regionales que se fueron hartando de exhortaciones al optimismo y casi nulas señales concretas de apoyo y estímulo. Se hace eco en las pequeñas y medianas empresas ahogadas impositivamente. Pero se hace más evidente en las economías familiares de las clases media y baja que se ven cada vez más limitadas para proyectar en el corto y el mediano plazo.
Los alcances de la democracia deberían ir mucho más allá del simple acto eleccionario. La democracia también debería plantearse como herramienta cotidiana.
No puede ser que sus efectos se agoten en lo que pasa en cada elección.
El humilde obrero que ayer le hizo sentir el rigor de la crisis al Presidente es un argentino de millones que necesitan canalizar su bronca y su desánimo contenido mucho antes de que llegue octubre.