La víctima hoy tiene trece años, pero desde los diez acarrea las secuelas psicológicas de haber sido violada por su padre, bajo amenazas de muerte, utilizando la fuerza y frente a sus hermanos menores.
El acusado y detenido, hoy tiene 42 años y sus recursos judiciales para evitar el juicio oral se agotaron esta semana con la confirmación del juez de Instrucción 1 de Eldorado, Roberto Horacio Saldaña, de elevar el expediente al Tribunal Penal de la misma ciudad.
El peón rural de oficio y con domicilio en Santiago de Liniers, poblado lindante a 9 de Julio y a pocos kilómetros de la Capital del trabajo, fue encartado por los delitos de “abuso sexual agravado por el vínculo con acceso carnal, dos hechos” y un caso de “abuso sexual sin acceso”, pero también calificado por el parentesco y guarda.
La navidad de 2015 para la víctima, por entonces de diez años, se convirtió en un recuerdo dramático que repercute con repentinos ataques de ansiedad.
Los mismos trastornos que detectó su madre y una tía pocos después de que regresara, junto a sus dos hermanos, de la vivienda de su abuela paterna, en el kilómetro 36 de Santiago de Liniers, donde su padre habría aprovechado la oscuridad durante tres madrugadas para ultrajarla alumbrándola con la luz de un teléfono celular y las amenazas de matarla sin piedad si contaba lo que sucedía. Y que tal consecuencia podría alcanzar al resto de la familia si rompía el silencio.
Silencio
La niña calló durante dos días, su madre notó que su conducta se retrajo y no sólo ocultaba el calvario, no hablaba con nadie y los reflejos de temor y dolor preponderaban.
Cuando la progenitora decidió revisarla y notó una herida genital, le tomó una foto y se la envió a un médico de Eldorado y a un familiar directo. De inmediato la menor fue derivada para ser revisada y se confirmó el ultraje.
La niña quebró el silencio y relató a una tía, en detalle, lo que sufrió y luego a los primeros profesionales de la salud que oficiaron de contención.
La secuencia se completó con la denuncia policial y la instrucción de la causa con el juez Saldaña al frente. Los pasos siguientes correspondieron a ordenar la detención del sospechoso y a solicitar las testimoniales en Cámara Gesell de la niña de diez años, su hermano mellizo y la más chica de ocho.
El horror
Sus relatos por separado, en cuanto a tiempo, espacio y las circunstancias de lo que se investigaba fueron coincidentes.
La menor dormía en una habitación junto a su hermano cuando la despertó el padre apuntándole con la linterna del celular, le tapó la boca con una mano y la alzó rumbo a su pieza para concretar la violación.
La acostó nuevamente al lado del mellizo y le dejó la frase que le retumba la memoria: “No digas nada o voy a matar a todos tus hermanos y a tu madre”.
Siempre de acuerdo a las pruebas, testimoniales y evidencias en el expediente, el agresor repitió el acto a los pocos días, aunque con mayor crueldad.
Llamó a su cuarto a la víctima, por la fuerza la obligó a no gritar y la sometió sin importarle que conservaba los dolores y el sangrado por el primer episodio.
La noche siguiente regresó por más, pero lo frenó el repentino despertar de la hermana menor en el momento que la estaba manoseando. Le volvió a advertir para que no hablara y se retiró.
Tras regresar a la casa de su madre, durante varios días la niña no volvió a comer y ocultaba el dolor físico con prolongados silencios, sin dejar que la tocaran, acurrucada en su cama.
La primera sospecha de la madre se transformó en acción rumbo al hospital SAMIC de Eldorado, donde notaron el trastorno de ansiedad y le prescribieron el tratamiento psicológico, pero también le aconsejaron que insista y dialogue con la menor para que relate qué le ocurría.
Decidió revisarle el cuerpo y notó la lesión genital, tomó una imagen y se la envió a un galeno de su confianza.
El silencio estalló cuando se aproximó una tía. Con ella y su madre, la contención habría sido suficiente y señaló quién la lastimó, cuándo y cómo y por qué contuvo la voz tantas horas.