Sólo en Argentina, que sufre una de las peores crisis de su historia, puede un ministro autofirmarse un suculento bono de poco más de un millón de pesos, aunque la explicación siguiente sea que el dinero va a repartirse entre los empleados (o es mentira, o la resolución fue escrita con un ambigüedad que asusta).
Sólo en Argentina la falta de credibilidad casi absoluta en los gobernantes de profesión política tiene como efecto resultante que un presentador de televisión evalúe sus chances para ocupar el sillón de Rivadavia. Sólo en Argentina sufre la presión fiscal e impositiva y es demandado el que produce bajo todas las normas escritas, talladas y elucubradas en un Estado cada vez más parásito.
En contraposición, sólo en Argentina sucede que el que emplea en negro y evade todas las reglas existentes crece a niveles siderales casi riéndose de la estructura del Estado y del que cumple cabalmente con todas las normas.
Sólo en Argentina se pagan tarifas dolarizadas por servicios de países del subdesarrollo.
Sólo en Argentina asume un presidente proclamado bajo la promesa del cambio y, como una de sus primera medidas, decide condonarle la deuda a una empresa familiar.
Sólo en Argentina pueden volver a ser candidatos quienes tienen encima severas sospechas por casos de corrupción asociadas al partido que integraron y por el que volverán a presentarse.
Sólo en Argentina sucede que preocupa más la crisis de un país a casi cinco mil kilómetros de distancia que la brutal pobreza ahí nomás, a la vuelta de la Casa Rosada, o la que se desarrolla vertiginosamente en cada barrio del país.
Sólo en Argentina pueden la expresidenta multiprocesada y el presidente responsable de la debacle aspirar a otro mandato.