
El vínculo con la entidad nació por una amiga del matrimonio que era integrante de la comisión. “Me invitó, fui y asistí a todas las reuniones sin ser parte de la comisión. Lilian no habla, decían, pero yo escuchaba porque quería interiorizarme de lo que significaba LALCEC, porque no conocía. Me hice socia a través de otra amiga, Ofelia, y colaboraba con mi cuota mensual”, relató la mujer, que desde el 2000 formó parte de la comisión y que ahora ocupa el cargo de protesorera. “No llegué a la presidencia porque es un cargo con el que no me sentiría cómoda pero ejercí como secretaria por muchos años. Hay un libro de actas entero confeccionado por mí”, agregó.
Manifestó que “desde hace muchos años voy todos los miércoles aunque ahora me serené por los años que tengo. Si está el tiempo lluvioso o las veredas húmedas, me quedo en mi casa. Pero siempre voy, tengo asistencia perfecta. Para mí, pertenecer a LALCEC es mi vida, porque me gusta estar con la gente, ayudar, dar lo que tengo, compartir”.
Desde el living de su casa, recordó que las reuniones iniciales se hacían en las casas de los integrantes de la comisión y que una socia le contó que en el garage de su vivienda había una heladera donde se guardaban los medicamentos para los pacientes de la institución. La primera sede alquilada estuvo sobre calle Colón 24, frente a la Escuela de Música. “Cuando Salud Pública y el hospital no trabajaban de la manera que lo hacen ahora”, y LALCEC debía proveer los medicamentos a los pacientes que no podían comprarlos, desde Buenos Aires “nos mandaban remedios de manera gratuita y los colocábamos en la heladera”.
Narró que a partir de la redacción del estatuto, desde el 2002 “somos una asociación sin fines de lucro. Antes dependíamos totalmente de Buenos Aires y eramos la filial Nº 32 del país. La primera institución fue fundada por iniciativa de Helena Larroque de Roffo, y acá fue gracias al doctor Rodolfo Torres con un grupo de señoras. Lo conocí porque él era miembro del Rotary Club, del que mi esposo forma parte”.
Tognola comentó que vino a Misiones porque por cuestiones políticas en Corrientes era difícil conseguir trabajo de maestra. Uno de sus tíos, que era director de la Escuela Nº 5 de Posadas, fue el que intercedió para encontrarlo. Como no había rutas, llegó en barco, después de navegar dos días. Su pariente la llevó hasta el kilómetro 202 de la ruta 14, en Aristóbulo del Valle, donde estaba emplazada la escuela de madera, levantada sobre cepos, que marcaría su destino. Cuando el colectivo se detuvo frente al establecimiento, el personal estaba de reunión. Durante una pausa, los colegas fueron a conocer a la nueva compañera de tareas. Entre ellos estaba Encina, un maestro nacido en Azara, en un hogar compuesto también por docentes correntinos (su padre era de Garruchos y su madre, de Santo Tomé) y diez hijos.
Fue maestro, profesor, supervisor, vocal, vicepresidente del Consejo de Educación, hasta jubilarse, en 1985, pero “nunca dejé de hacer algo”. Hace 48 años es miembro del Rotary Club Posadas y se considera “el rotario más antiguo. Fui gobernador de distrito (abarca Paraguay, Chaco, Corrientes, Norte de Santa Fe y Misiones) y con mi esposa nos ocupamos que la gente siempre esté tendiendo la mano, actuando con sentimiento y con corazón. Viajamos a varios países cumpliendo misiones de servicio”, señaló, quien en LALCE fue en dos ocasiones tesorero, y ahora es revisor de cuenta.