
Encarnación Ezcurra (51) compartió con el Círculo de Periodistas que lleva el nombre de su padre, Ignacio Ezcurra, el Día del Periodista en Oberá. Sencilla, cálida y con una sonrisa permanente, su presencia reflejó el espíritu de los fundadores del Círculo, quienes recibieron en varias oportunidades al cronista que honró la tarea de comunicar con su vida.
En ese marco se desarrolló un emotivo acto donde se descubrió un busto del desaparecido corresponsal del diario La Nación, en pleno cumplimiento de su profesión en Vietnam 1968, cuando tenía tan sólo 28 años. “Este tipo de situaciones me recuerdan lo mejor de su persona. Él fue eco de una época, en la que alguien era capaz de morir por lo que creía. Qué más se puede pedir de un padre. De su persona sólo recibí bendiciones”, confesó Encarnación, quien tenía sólo un año cuando su padre desapareció en la absurda guerra de Vietnam.
En una charla íntima con integrantes del Círculo de los trabajadores de la comunicación en Oberá, Encarnación Ezcurra, quien abrazó la misma carrera que su padre, repasó su experiencia del año pasado, cuando junto a su hermano, Juan Ignacio, siguió el camino que él recorriera rumbo a Vietnam. Reflejó el perfil del apasionado cronista al que conoció por relatos de sus compañeros de trabajo, su abuela y tíos. “Todos siempre me dijeron que murió como vivió. Su historia me impresiona, a veces uno se olvida el porqué es periodista, aquí volví a encontrarme con su esencia”, remarcó. “Estar en Vietnam fue muy impactante, el Museo de la Guerra, tiene un contenido fuerte, cruel, mucho más terrible de lo que podemos imaginar. Me saqué los fantasmas que tenía yendo allá. Él había insistido para ir, porque sostenía que debía estar allá para contar lo que realmente ocurría, sabía que era muy diferente a las informaciones que recibían. En las cartas personales a mi madre y en la crónica del día que desapareció advertía que la realidad era peor de lo que imaginaba”.
Encarnación llegó a Oberá acompañada por Luisa Duggan, una de sus cinco hijos. Arquitecta de profesión, Luisa, lleva consigo a modo de tesoro innegociable, la cámara fotográfica analógica que perteneciera a su abuelo. “Nunca dejó de funcionar. Cuando fuimos a Vietnam, (acompañó a su madre), quisieron que la dejáramos, pero no quisimos. La utilizó siempre. Acompañar a mamá es encontrar la historia de Ignacio a través de su mirada”, afirmó la joven.
La obra de Silvana Kelm
Por iniciativa del inquieto vecino de la ciudad, Teófilo Acosta, referente del Grupo Amigo de lo Nuestro, la artista plástica Silvana Kelm diseñó y realizó la escultura que quedó emplazada en la plazoleta que lleva su nombre, ubicada sobre Avenida de las Américas y Leguizamón. “Me pasaron sus fotos, pero necesitaba saber más de él, así que me puse a investigar. Quise plasmar su espíritu y amor por la profesión. Además que tuviera el instrumento, que le permitía mostrar lo que pensaba y escribía, así que la máquina fotográfica me pareció un buen símbolo”, expresó la artista.