Hoy se conmemora en Argentina el Día Nacional de la Solidaridad, instituido en honor a Santa Teresa de Calcuta. Con motivo de ello, PRIMERA EDICIÓN recurrió a varios referentes locales en busca de distintas aproximaciones a un concepto complejo, sus orígenes, sus disparadores y -por qué no- sus mitos.
Al respecto, el coach y activista Jorge Kordi cifró la génesis de la solidaridad “hace más o menos 50 mil años, cuando los seres humanos entendimos que no somos los más fuertes ni los más veloces, pero tenemos capacidad para coordinar acciones entre nosotros; entonces decidimos unirnos en pequeños grupos para sobrevivir. En esos grupos cada uno tenía asignadas tareas y de esa forma prosperó la humanidad: necesitando uno del otro”.
Por ello, consideró que la solidaridad “es parte de nuestro ADN, de hecho decimos que el hombre es un ser social, no puede estar solo”.
“La solidaridad no es sólo una construcción social, es parte de nuestra biología: estamos construidos biológicamente para empatizar, para poder sentir el bien o el mal ajenos como propios. Hace más o menos 20 años se descubrió que el ser humano tiene las llamadas neuronas espejo, que nos permiten sentir como propio lo que el otro siente. Por eso reaccionamos ante determinadas escenas de las películas: por más que sabemos que son ficción, no podemos dejar de sentir lo que estamos viendo en pantalla”, explicó.
Kordi remarcó que “la solidaridad no implica solamente ayudar al otro, sino poder ver la necesidad del otro y sentir lo que esa necesidad causa en el otro. El siguiente paso es pasar a la acción: sentir que esas personas que están sufriendo podemos ser nosotros o son parte de nuestro entorno e intentar ayudarlas”.
Pero, para ser solidario, “lo primero que necesito es valentía, porque no resulta fácil ser permeable al dolor ajeno, que es lo que nos mueve a hacer algo para que esa persona no sufra. Ver el sufrimiento ajeno no le gusta a nadie, es demoledor, hace falta coraje para poder sentir lo que siente el otro y después pasar a la acción”, insistió.
¿Y de qué depende activar ese ADN solidario y dar ese salto desde lo que tenemos innato a ejecutarlo? Para Kordi, “tiene que ver con la cultura, con las creencias. En otras épocas teníamos que cuidarnos unos a otros, era muy importante hacerlo; hoy, la tecnología nos permite separarnos un poco y creer que no necesitamos tanto del otro, que somos seres individuales y que la mirada del otro no nos afecta ni nuestra mirada afecta al otro”.
Lo que pasa es que “vivimos en narrativas, en formas de ver el mundo, que muchas veces inhiben los impulsos naturales a ayudar a los que están sufriendo. Nos contamos una historia que nos está trayendo muchos problemas: en Buenos Aires una de cada tres personas vive sola; y hay un estudio realizado en Harvard que dice específicamente que la soledad es tóxica. Hoy no tenemos tan claro que nos necesitamos unos a otros como sí lo tenían nuestros padres, que se unían en cooperativas, en clubes, y eso los impulsaba a ser solidarios. Creemos que pertenecemos a otro sector, nos contamos una historia que no es real, porque inevitablemente pertenecemos a una sociedad que está interconectada, no hay forma de escapar a la interacción y lo que le pasa al otro termina afectándome”, amplió.
Además de eso, el individuo hoy “trabaja todo el día para no sufrir o para no ver sufrir a su familia, y eso le lleva a no querer conectar con el sufrimiento del otro, ni exponer a su entorno al sufrimiento, por la creencia de que así cuida a los suyos”.
Algo que recuerda a la vieja frase “La solidaridad empieza por casa”. Según Kordi, eso “suena a reproche, a que sos solidario con los demás pero en casa no lo hacés. Pero la solidaridad empieza por casa, pero no termina en casa. Si yo quiero enseñar a mis hijos a ser solidarios, debería ser solidario hacia afuera. Como familia, la relación de interdependencia está bien clara, me siento obligado a ser solidario; pero con el vecino ya es una elección, y cuanto más alejado de mí, más se diluye el vínculo y más fuerza tiene la solidaridad”, sentenció.