Hace 19 años que Corina Guimaraes trabaja en el voluntariado del “Hogar Padre Antonio Sepp”, de Parada Leis, de Garupá. “Comencé en el 2000 porque una amiga mía, que ya estaba trabajando en el hogar, me invitó a participar. Así entré a hacer el voluntariado”. Drogas, violencia, alcohol o abandono son las principales razones por las que los chicos llegan a este lugar. Allí, están de lunes a lunes: “Es su casa, viven ahí. Hay hogares que los dejan salir los fines de semana, no es nuestro caso porque consideremos que los momentos más conflictivos para los chicos son justamente los sábados y domingos”.
Una gran familia
El hogar es exclusivo para varones y, actualmente, alberga a 16 chicos. “Tratamos de que no sean más de 20 porque sino se haría muy difícil y los recursos económicos no alcanzarían”. Las edades de los niños son variadas, el más pequeño tiene tres años y el más grande 16. Todos los chicos están judicializados, lo que significa que “están a cargo de un Defensor y es la Justicia la que nos da a nosotros la responsabilidad de ser una especie de tutores para ellos”, aseguró.
Hoy en día, la comisión directiva está a cargo de Guimaraes aunque va cambiando cada dos años. Sin embargo, destacó que “no estoy sola, somos un equipo enorme que venimos trabajando desde hace muchos años”. Desde psicopedagogos, abogados, trabajadores sociales, contadores e incluso los celadores que se turnan durante la semana: todos ellos, junto a los niños, conforman una gran familia que, como cualquier otra, tiene sus altibajos.
Después de casi dos décadas trabajando con chicos vulnerados, Corina notó ciertas diferencias en la juventud de ahora con respecto a la de antes. “Los chicos del hogar como cualquier otro, están pasando por etapas difíciles: todo es superficial. La exigencia en la escuela no es la misma, los chicos no tienen el hábito del esfuerzo. Pareciera que todo les da igual, no tienen motivación”.
“Esa es nuestra mayor satisfacción”
Corina también habló del principal beneficio del voluntariado. Aquella satisfacción que genera cuando los chicos, después de pasar por el hogar, vuelven a agradecerles y contarles cómo viven actualmente. “Tenemos el ejemplo de un chico que estuvo en el hogar y ahora se recibió de la secundaria, comenzó un terciario y actualmente trabaja en el hogar como celador los fines de semana. También vino hace poquito un chico que estaba acá y que ahora está en el Ejército”, contó, y afirmó que “son muchas más las alegrías que las tristezas”.
Pese a las satisfacciones que genera ayudar, “el trabajo de voluntariado no es para cualquiera. Hay que aprender a manejar las emociones”, explicó. “Una especie de coraza que sólo se construye con el tiempo”.
Aquellos que no lograron controlar sus emociones, se fueron. No hay que olvidar que se trata de niños con historias duras que requieren de mucha contención y paciencia. “A mí me costó mucho aceptar que no se puede salvar a todos. Pero, después de muchos años, entendí que con si un chico está bien, nuestra misión está cumplida”.
Ni un tornado vence
Momentos tristes o alegres, Corina atesora cada uno de ellos. “Al poco tiempo que ingresé al hogar, pasó un tornado”, recordó. “Por suerte al edificio no le pasó nada, pero se rompieron todos los vidrios y estaba por comenzar el invierno. Como no teníamos subsidio, no alcanzaba el dinero para comprar los materiales. Entonces pusimos agrotileno con chinches y frazadas tipo cortina. Así empezamos”, dijo entre risas. Finalmente, como cualquier madre orgullosa de sus hijos, Corina sacó el “álbum familiar” que, en pleno siglo XXI, son fotos conservadas digitalmente. A medida que pasaba las fotos, diferentes emociones la inundaron. Y es que, al igual que en todas las familias, unos crecieron y otros, se fueron.