La Banda Musical Recordando el Pasado (RP) 2000 cumplió 43 años llevando sus variados ritmos a los lugares más recónditos de la región. Tienen la agenda prácticamente al límite pero sus seguidores siempre intentan conseguir un lugar en la grilla de presentaciones. Sus integrantes son alegres, divertidos y contagian el entusiasmo con el que hacen su trabajo. Pero lo más llamativo del caso es que se trata de un emprendimiento que tiene a una familia -la Werlang- unida por la música.
La banda es liderada por Dionisio, con sus hijos: Melisa e Ivan, que es el integrante más pequeño, y su hermano Otmar, con sus hijos: Mariano, Patricia y Fernando.
Desde su chacra de Capiovisiño, a pocos kilómetros de Capioví, Dionisio rememoró cómo se fue gestando este sueño que con el paso de los años se convirtió en un verdadero fenómeno ya que la presencia del grupo en las diferentes fiestas significa diversión garantizada. “Éramos chicos, gurisada, y teníamos esas ganas, ese interés por la música. Es que mis tíos tenían grupos musicales, compuestos en su mayoría por instrumentos de viento, y papá -Claudio Werlang- era baterista en uno de esos grupos”, dijo.
Y como las ganas de tocar las destilaban por los poros, en casa hacían música sin instrumentos. Uno de los hermanos “agarraba un embudo de esos para hacer chorizo y lo utilizaba como trombón; el otro, tomaba un peine con papel, y hacía de saxo. Así empezamos”, agregó. Con el tiempo “papá compró un acordeón viejo que terminamos rompiendo de tanto usarlo. Después adquirió instrumentos, fuimos aprendiendo, y así fuimos avanzando, metiéndonos, adentrándonos más en la música”. Pero mientras esto sucedía y el éxito perfilaba su camino, los Werlang seguían trabajando en la chacra, realizando tareas pesadas y se abocaban a plantaciones de maíz, de soja, de tung, de pino. Los sábados y domingos hacían una pausa para las actuaciones, mientras que habían establecido los miércoles como día de ensayo.
En 1982 grabaron un disco y para eso viajaron a Asunción. Después llegó el casete, en Corrientes, junto a Teodoro Cuenca. En 1986, se repitió la experiencia con el músico obereño, pero esta vez en Buenos Aires. En 1988 consiguieron una grabadora propia y empezaron a trabajar sobre su primer CD, en Capiovisiño. Allí también grabaron otros grupos de la provincia como Jorge Ratoski, Los Tejanos, Los Salvajes. En total fueron más de cien, de quienes no hay registros tangibles, pero cuyos nombres quedaron plasmados en las paredes de la habitación que albergaba a los huéspedes cuando estos venían a concretar el trabajo. “Y así, fuimos surgiendo y la gente nos fue conociendo, en Paraguay, en Brasil. Fuimos evolucionando, y hoy nos convocan de otros países”, confió, quien fue docente de muchos músicos.
Dionisio aseguró que “nunca pudimos dejar la chacra para dedicarnos de lleno a la música porque el agro era lo que nos sustentaba. Y hoy pasa lo mismo aunque soy el único integrante que sigue en la colonia. A la vez es como un cable a tierra. Cuando la música te deja fuera de sí, la chacra es como que te lleva a la base”. Sus manos callosas, son el fiel reflejo de lo que relata.
Admitió que “luchamos mucho con la tecnología, con un montón de cosas a las que había que adaptarse. Cuando apenas aprendías una cosa, ya había salido otra y había que volver a aprender. Pasaba tanto con los teclados, los equipos, las consolas. Tenías que meterte y aprender a programar, a sintonizar, a componer. Lo mismo la grabadora, había que aprender a usarla. También la computadora”. Y como en otros rubros, en el de la música también funciona el modo “prueba – error”. Les pasó de “no comprar el instrumento adecuado. Aveces te equivocaste, compraste mal y había que salir a vender. Y era todo tan caro. Acá donde estamos nunca tuvimos a alguien que nos pudiera instruir. Por ahí había alguien en computación o en electrónica que te podía dar una mano, pero no en nuestro estilo”.
Sostuvo que en buena parte, “fuimos aprendiendo de la experiencia, de nosotros mismos. Por suerte eramos tres hermanos que empujábamos para el mismo lado, hasta que hace once años, Osmar se retiró del grupo. Y enseguida fuimos integrando a la descendencia. Ahora estoy con mis dos hijos, y mi hermano Otmar con sus tres hijos”.
Los Werlang, cuyas raíces están en Santo Cristo (Brasil), no tienen preferencias. Pueden actuar desde las fiestas más sencillas hasta los eventos más convocantes, siempre con la misma dedicación y esmero.
Hubo ocasiones en las que también les tocó perder. “Ocurrió que viajábamos y no salía el baile. Tocábamos y la gente no entraba. Y tocábamos porque entraron diez que no tenían la culpa, a esos diez no los podes abandonar. Pero a la hora de los arreglos no nos quedaba nada”.
Según Dionisio, uno de los lugares donde no habían pensado llegar era a la Oktoberfest, que se realiza en Blumenau, en el Estado de Santa Cararina, Brasil. “Es que hay tantos grupos grandes y a ese lugar asisten los mejores”, se justificó. También viajaron a un “lugar tan distante” como el Chaco Paraguayo y Buenos Aires, y ya cerraron una gira por Porto Alegre. Asimismo, recibieron solicitudes para actuar en Brasilia, en San Pablo, en Tierra del Fuego. Incluso un grupo de empresarios chilenos, insisten para que crucen la frontera. Pero “nos cuesta salir porque las chicas están estudiando. Muchas veces cursan hasta el viernes por la noche, y el lunes deben estar de vuelta. Entonces se complica y tomamos los compromisos que están más cerca”, acotó.
Para explicar como logran la sincronización de los seis miembros de la familia, Dionisio señaló que “inicialmente es un don que uno adquiere. Los ancestros eran músicos y ellos querían que continuáramos. Papá decía: muchachos ¡sigan adelante! yo se que ustedes pueden. Para él era un orgullo que nos interesara la música, quería que fuéramos los mejores. Así que sale un poco natural y lo otro uno se ve obligado a poner ánimo, potencia”. Pero, a su entender, “la música también tiene que ser afinación. En eso yo soy muy crítico. Aveces hacemos cinco o seis voces juntas y tienen que estar bien afinadas. Lo mismo los instrumentos de viento. Son muy difíciles de afinar. De por sí, uno es difícil, pero cuatro o cinco, peor aún porque es como que tienen que seguir una línea”. En ese sentido, admitió que “soy un poco loco. No puede faltar un milímetro. Exijo. Tiene que estar bien afinado. Si faltó, no llegaste. Siempre tenes que pisar sobre la línea fina. Y eso cuesta. No hay dolores, ni frío, ni calor, tenes que estar ahí cuando la hora exige, atendiendo a la gente en los casamientos, en los cumpleaños. La gente nos contrata para que le demos diversión. Tenemos que estar de buena cara y tiene que sonar bien”. Pero tienen la suerte que al finalizar una fiesta “nos dicen: quedan contratados para el año que viene”.
Y eso es lo que la gente valora. Por actuación, “le damos pilas durante cinco horas. Hacemos ritmos variados: polka, varios estilos de chamamé, cumbia, cuarteto, polka paraguaya. Dentro de la música cervecera hacemos banda, bandinha, estilo 4 Ases, estirando al ucraniano, cantamos en alemán, en portugués, castellano. Tratamos de hacer de todo un poco para poder llegar a más público. También, depende la fiesta que se organice, requiere de un estilo diferente”.
Al efectuar un balance, agradeció que “siempre estuve bien acompañado, mi gente me confió y no di motivo para que no lo hiciera. Hay que ser responsable. Si dijiste mañana a las 5, es a las 5, no a las 6, y así toda la vida”. Destacó el acompañamiento de su madre, Natalina Bamberg, de la que “siempre tuvimos apoyo”; también de su esposa, Myriam Beatríz Da Silva, y la de su hermano Otmar, Gladyz Beatríz Schlindwein, que comprendieron lo que implica ser un apasionado de la música, y aún así decidieron emprender un camino juntos.