De chicos, más de una vez se metieron al arroyo “de corajudos” y hubo ocasiones en que “tomaron agua” con la complicidad inocente de sus hermanos. Ahora son ellos los que, lejos de ese peligro, aconsejan a quienes se acercan al río o al mar, a tomar las precauciones del caso. Franco Atilio Cantalupi (28), Renzo Octavio Cantalupi (25) y Giuliano Augusto Cantalupi (23), son guardavidas. En esa profesión deben ser estrictos, tener conducta.
Y aseguran que buena parte se lo deben a su padre, Atilio, a quien siempre vieron en medio de la naturaleza, haciendo canotaje. “Siempre nos gustaron las actividades en el agua. Hacíamos canotaje, salíamos a nadar y vacacionábamos en la playa, y eso nos motivó a estar en esta profesión, que es hermosa, porque no solamente estamos a cargo del cuidado de la playa sino que tenemos mucha responsabilidad porque estamos al cuidado de las personas que ingresan al agua”, disparó Franco.
Trabajó en agencias de turismo, viajaba mucho a Brasil y siempre “me gustó nadar mar adentro. Pero cada vez que lo hacía pasaban cosas con personas que estaban al lado y había que ayudarlas a salir del agua. No sabía cómo tomar a quien se encontraba en peligro pero cuando ingresé a la Escuela de Guardavidas -bajo la dirección de Ariel Cabrera- nos dijeron que no debíamos hacerlo, que dejáramos actuar al guardavidas. Pero por tratar de ayudar a los demás, uno hace lo que puede, lo que está a su alcance”, dijo, y agregó que eso fue lo que lo motivó a continuar la carrera. En 2016 se recibió y se siguió capacitando. Fue a vivir un año a Mar del Plata para adquirir conocimientos y experiencia sobre el mar porque es distinto al río Paraná. “Son distintas corrientes, el tema del oleaje también es diferente, la marea, que hace que se produzcan muchas variaciones en el terreno”, acotó.
Todos los años se realizan congresos en distintos puntos de la Argentina y los chicos tratan de asistir. “Participé en Mendoza en aguas rápidas. Fue una experiencia muy buena porque nos tirábamos en los rápidos en los que normalmente se realizan actividades de rafting y kayak con guías. Nos enseñaron cómo arrojarnos al río peligroso y cómo tratar de ayudar a las personas que por ahí se caen de las embarcaciones, y hacer el rescate. Requiere de mucha adrenalina, comparado al río y al mar”.
Este año Franco inició una diplomatura en instructorado de salvamento porque “en esta profesión te tenés que estar actualizando todo el tiempo, sea en la parte de primeros auxilios, salvamento, los congresos ayudan porque siempre se comparten cosas nuevas. Hay que estar pendiente, interiorizándose”. Agradeció a Dios porque “puedo trabajar en lo mío, en un hotel de Puerto Iguazú” y consideró que son pocos los que tienen estas oportunidades porque en Misiones la temporada es de tres meses o cuatro, depende del sector.
Arrancó como guardavidas en la playa Sarandí, de Candelaria, donde se desempeñó a lo largo de tres temporadas, hasta que lo convocaron desde la ciudad de las Cataratas. “Agarré mi bolso, siempre dispuesto a ir tras algo mejor”, acotó.
Renzo se recibió en 2015 y fue el primero de la familia en iniciarse en la actividad. Recordó que justo en ese tiempo, se había habilitado la playita, y “nos llamaron para trabajar. Realmente fue bastante complicado porque como nunca se prestó el servicio de guardavidas, la gente nos restaba autoridad.
Era como si fuera cualquier persona, tenía que tener carácter. Y nunca falta alguno que diga: ‘vengo todos los años y sé nadar’. No importa, estamos acá para que puedas nadar hasta la parte delimitada. Sólo podes cruzarte si tenes elementos que te ayuden a flotar”. Generalmente pasaba con visitantes de otros lugares que se metían sin conocer el escenario. Sarandí es una playa donde el agua corre bastante porque está cerca del canal y es donde “pasaban cosas todos los años”.
Entendió que es un trabajo complicado en ese sentido y además, porque “tenes que estar atento”, sobre todo al comportamiento de los chicos. “Ellos no entienden que más allá de esa valla pueden ocurrir accidentes”, señaló, quien siempre vuelve al río “en el verano o en días de calor aunque no sea temporada”. Le pasó de tener que salir detrás de niños mientras los padres están distraídos, tomando mate y no miraban a sus hijos.
“Uno tiene que estar como niñero. Me pasó que una nena pequeña que jugaba con los chicos y sin que los padres se percataran de sus movimientos se fue al hondo. No pasó a mayores más allá de tomar bastante agua. Esa situación me enojó. Fui hasta donde estaban y les hablé respetuosamente pero con un tono elevado. Si bien son experiencias, me pongo en lugar. Soy padre de una nena de un año y no me gustaría que por una distracción mía, pase eso”, manifestó quien ahora es agente del Servicio Penitenciario Provincial (SPP) y en la temporada pasada estuvo cumpliendo tareas en la finca de oficiales, alejado de la actividad que lo apasiona.
Giuliano, el más chico de los Cantalupi, también se sintió tocado por esta pasión. Siempre acompañaba a sus hermanos a tomar tere en la playa y quería saber de qué se trataba ser guardavidas. Y “tomé la iniciativa de hacerlo también. Como otros, viendo de afuera me parecía que esto es fácil, están tomando tere en el mangrullo, lucen el lomo, pero puedo asegurar que no es tan así porque una vez que ingresás a la Escuela es totalmente diferente. Nadar en el río durante dos horas, hacer flotación forzada, y todas esas cosas no las tenía en cuenta. Me gusta nadar pero me costó mucho porque no era algo fácil. Ademas está bueno el entrenamiento porque te ayuda a fin que a la hora de tener que recatar a una persona, tengas esa fuerza que realmente necesitas.
Precisas fuerza y técnica para poder ayudar, y pocas veces tienen en cuenta eso”. Como dijeron sus hermanos, “muchas veces uno quiere ayudar desde afuera y no sabe cómo. El hacer el curso para poder ayudar a las demás personas, el estar dispuesto de dar la vida por otra persona, es una gran satisfacción. Es fuerte, pero me gusta mucho ayudar a los demás. Eso lo aprendí de mi padre. El poder ayudar a alguien, es lo mejor”, sintetizó el estudiante del Profesorado en Educación Física y que junto a Franco intensifica el nado tanto en el río como en piletas para poder rendir la reválida, que es lo que permite poder trabajar en la temporada.
“Es una prueba para corroborar si uno está apto y capacitado para salvar a una persona. Es una gran responsabilidad estar en el mangrullo y controlar a cada una de las personas. Son ocho horas bajo del sol, con temperaturas superiores a los 40 grados y pendientes de cada movimiento, que a lo lejos no se te pierda ninguna de las cabecitas”, explicó quien también asistió a un curso en Mar de Ajó para escuchar otras experiencias “porque fue un congreso internacional al que asistieron rescatistas y guardavidas de varios países. Y está bueno saber sobre otras técnicas de salvamento”.
Nacidos en Posadas, los tres hermanos recordaron que cuando vinieron a vivir a Candelaria, el balneario sobre el arroyo Garupá -hacia Profundidad-, era muy conocido y concurrido. En ese tiempo, prácticamente “vivíamos en el agua. Nos levantábamos y nos quedábamos hasta las 12, mamá Silvia nos llamaba para comer, y después de descansar, volvíamos junto a amigos y compinches del barrio. Ahí prácticamente nos criamos. Papá es amante del río, hacía canotaje y nos enseñó mucho, y lo demás, aprendimos, viéndolo. Nos metíamos de corajudos y así también tomamos agua muchas veces. Al arroyo lo respetábamos pero no le teníamos miedo”.
Los tres se mostraron “muy agradecidos por la enseñanza y por el apoyo que nos dieron nuestros padres en todo lo que nos propusimos hacer. Como todos los hijos, tenemos las mañas y los hacemos renegar pero siempre estamos agradecidos. Cuando uno crece, muchas veces se da cuenta que tienen razón. Que seamos guardavidas los tres es una gran satisfacción”.