Agustín Johann acaba de cumplir 23 años la semana pasada, y está a cuatro materias de recibirse de profesor de Portugués. La ayuda incondicional de su familia, según afirma, y su carácter que siempre lo impulsó a seguir adelante, son las claves de todos los logros que a su edad pueda celebrar, empezando por la efectiva inclusión social que logró, manejándose solo prácticamente por donde él quiera siendo no vidente, como también haber avanzado en la educación tradicional por todas las etapas.
Si bien en este momento su atención se concentra en todo lo que consiguió, reconoce que no fue un camino fácil, sino lleno de duros obstáculos que debió ir entendiendo y aprendiendo a superar desde su más temprana infancia.
“Mi etapa escolar si bien la cumplí en distintas instituciones, el denominador común es que fue dura por igual, no fue una etapa feliz porque me costó mucho integrarme. Recuerdo que sentía que nadie entendía qué hacía yo ahí, como si no era mi lugar. Los otros chicos no se querían relacionar conmigo, siempre me dejaban de lado, no querían estar conmigo. Los docentes siempre intentaron integrarme pero para mí fue muy difícil lograrlo”, contó Agustín al referirse a su etapa escolar de primaria y secundaria.
Hoy, esa parte de su vida, ha quedado atrás pero siente que otros niños pueden sufrir lo que él sufrió, porque la sociedad aún tiene mucho por aprender para que se pueda lograr una auténtica inclusión.
En diálogo con PRIMERA EDICIÓN, fue consultado qué haría si pudiera reparar lo que está mal en la sociedad, y que los niños con discapacidad no pasen por lo que pasó: “No soy ningún especialista pero, para que cambien las cosas, se tiene que trabajar en la casa de cada persona, para que los niños dejen de discriminar hay que concientizar a los padres no a los niños. Y explicarles qué es la discapacidad, cómo funciona, cómo ayudar, cómo hacer para que no se sienta mal la otra persona. Yo les explicaría eso a los padres”, respondió el joven.
Agustín agregó: “Por otro lado, no es solamente una cuestión de desconocimiento, sino también de comodidad, de no querer hacer el esfuerzo, y de falta de empatía, porque la inclusión es eso, empatía. Además, si las personas solamente le ponen buena onda a las intenciones, con eso basta, como te salga va a estar bien porque ese acercamiento y ese cariño siempre va a ser bien recibido por la persona con discapacidad. No es tan difícil, es simplemente querer, con eso ya se logra toda la diferencia”.
A trabajar
El joven, a punto de recibirse de profesor, asegura que se siente una persona normal como cualquiera, con derechos y obligaciones, que desarrolla su vida y puede realizar las actividades que desea como ir a la universidad, al gimnasio, todo lo que quiere sin impedimentos. A futuro, asegura que su meta es terminar el profesorado e insertarse pronto en el campo laboral, terminar su rehabilitación y continuar con su banda de rock.
“Quiero agradecer el cariño de la gente de la comunidad. Si bien en Puerto Rico no hay muchas oportunidades, menos para un joven con discapacidad, de todos modos siento que la gente me deja ser y desarrollarme porque la inclusión es algo que se hace todos los días”, dijo.
En el recorrido de agradecimientos que él propone, se detuvo para explicar con claridad lo que ha significado el apoyo familiar. “El acompañamiento de mi familia siempre fue muy bueno, mis padres me apoyaron mucho y me tuvieron paciencia, cuando yo no tenía amigos ellos se ocuparon de buscar actividades para que yo no me sienta solo, fue un acompañamiento incondicional, sin ellos no estaría donde estoy, estaría encerrado en mi pieza todo el tiempo”, contó a este Diario.
Con su papá, José, aseguró tener una relación normal como la de cualquier chico de su edad aunque, mientras explicó eso, se le quebró la voz. “Él me enseña mucho, quiero agradecerle por todo el acompañamiento y decirle que espero que sigamos adelante juntos. Perdón porque a veces me mando esas de las mías, como cualquier joven, pero no es nada que no se pueda remediar. Gracias por nunca haberme dejado solo”, expresó con toda la sinceridad que pudo.
Patricia es su mamá, con quien también dijo llevarse muy bien. Al preguntarle qué le gustaría decirle, todo su cuerpo habló y sus palabras salieron con el peso de su alma: “Mi mamá aprendió braille para ayudarme a leer y escribir, mi mamá siempre le puso el lomo a la situación y me banca. Me gustaría decirle gracias porque es algo que nunca lo digo en persona, pero quiero que lo sepa”.
Finalmente, habló de Samanta, su hermana de 12 años: “Es genial porque, al convivir con mi situación, adquirió otra madurez. Sabe colaborar conmigo y aprendió cosas que otros chicos de su edad no tienen idea, porque no tuvieron la experiencia que tuvo ella. A ella también le digo gracias por bancarme siempre”, destacó.
Agustín Johann está finalizando una etapa de su vida y, como cualquier joven, se siente feliz y realizado pero por sobre todo preparado para enfrentar con independencia la vida que tiene por delante. Lo ha logrado gracias a muchos factores y es un ejemplo de que se puede, con fuerza de voluntad y apoyo familiar, lograr los objetivos por más imposibles que parezcan.
“Ahora la gente se sorprende al verme dar una clase, ya tuve mis primeras experiencias haciendo las pasantías y los chicos me hacen muchas preguntas, porque claro, es raro, pero se llama inclusión, no estamos acostumbrados a verlo pero debería ser algo normal”, finalizó.
Rock y ladridos amigables
En el otro extremo de la exclusión y la falta de amigos, Agustín siempre pudo contar con su familia, su grupo scout al que califica como su segunda familia, y su banda de rock, “La Bicicleta del Opa”, como parte de su mundo y la contención vital para que hoy esté donde está.
Por otro lado, también contó con la ayuda de Alúa (un macho golden), el perro guía que le fue entregado por el Gobierno en 2015.
Cabe recordar, Misiones es la primera provincia en el país en contar con una normativa que habilita el acceso irrestricto de perros lazarillos a todo espacio y transporte de carácter público, acompañando a una persona ciega. Esto fue posible, a partir de la sanción de la Ley XIX-52, que fue aprobada por la Legislatura provincial en 2010 e impulsada por el entonces diputado Hugo Passalacqua, hoy gobernador.
Si bien la experiencia con Alúa fue buena y siguen juntos, hay algunas actividades que Agustín Johann realiza solo, como por ejemplo su traslado al gimnasio desde septiembre pasado.
El joven fue uno de los primeros en obtener un can entrenado en la Brigada de la Policía de Misiones para ese fin. Agradecido, Agustín sin embargo esperó mayor acompañamiento. “Al perro lo tengo pero el Gobierno provincial no le dio seguimiento al programa, directamente se cortó y no se continuó. Además, falta mucho aprendizaje social, yo lo sigo usando pero falta mucha educación”, resaltó.
También apuntó que el Estado “no acompañó con la publicidad y la difusión de información, no vinieron nunca ni siquiera a ver cómo estamos con el perro, lo dejaron y no vinieron nunca más”.
De acuerdo a las fuentes consultadas por este Diario, el programa de adiestramiento de perros lazarillos, se habría discontinuado y, actualmente, los perros que tiene esa división policial, son entrenados para la lucha contra el narcotráfico.