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Carlos López Meza (65) no olvidará nunca la mañana del miércoles 7 de abril de 1982. En plena formación ante la bandera, en el Liceo General Belgrano de Santa Fe, recibió junto a sus compañeros la noticia del traslado hacia Buenos Aires. Ya sabían del conflicto armado en el Atlántico Sur pero, en principio, sólo iban a viajar para cumplir con cursos de perfeccionamiento.
Tenía apenas diez horas para despedirse de su esposa. Eran sólo cursos de perfeccionamiento, sí, pero a la vuelta de la esquina estaba la guerra. Y la angustia era doble: su mujer estaba embarazada y tenía fecha de parto para las próximas semanas. “Volví de Malvinas sin saber cómo se llamaba mi hijo”, rememora.
Carlos recuerda hoy con orgullo su paso por el conflicto. Reconoce también que no fue fácil la derrota, mucho menos el regreso y, todavía más, superar lo vivido en Malvinas. Es entonces donde aparece el deporte, siempre para dar una mano y reconstruir. En el caso de López Meza, se trató del tiro, una disciplina de la que poco se habla y que lo cautivó desde la primera vez.
Los años pasaron, Carlos ya está retirado pero nadie puede quitarle dos cosas: los reconocimientos como veterano de guerra y las medallas que ganó con el deporte que eligió para superarlo todo y, al mismo tiempo, superarse. La última, una de plata en carabina calibre .22, llegó a principios de mes en Bahía Blanca, en la 18º edición de las Olimpiadas de Veteranos de Guerra. Ese fue el disparador para que le cuente su historia de vida a EL DEPORTIVO.
Carlos, primero lo primero… ¿cómo fue que llegaste a combatir en Malvinas?
Bueno, hice el servicio militar en 1975 y después seguí en el Ejército Argentino. Antes me había tocado estar en otros conflictos, como en el Canal de Beagle, en el 79. Yo nací en Comandante Fontana, Formosa, pero anduve por todos lados y hace casi 30 años que vivo en Misiones. En 1982 estaba en Santa Fe, con mi señora y mis dos hijos, era suboficial de Infantería, cuando ese 2 de abril nos sorprendimos con la noticia de que se habían recuperado las Islas Malvinas. Había algarabía en los cuarteles y en la población. Hasta que el 7 de abril, en la formación de la bandera, empiezan a dar una lista de los que nos teníamos que presentar en la Escuela de Artillería de Buenos Aires.
Muchas sensaciones…
El primero en la lista era yo. Fue algo tremendo, emocionante, recuerdo hasta hoy que se me puso la piel de gallina. Y fue una mezcla de sensaciones, porque mi señora estaba embarazada y le faltaban dos semanas para dar a luz. Y el tiempo que me dieron fue hasta ese día a las 22 para despedirme, porque a las 22.30 salía el tren para Buenos Aires. Lo más difícil fue decirle a ella que me iba… Me fui sin saber si volvía. Y volví de Malvinas sin saber cómo se llamaba mi hijo. En esa época no teníamos celular, Internet ni nada…
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¿Cómo siguió ese camino?
De Buenos Aires me reasignaron al Regimiento de Infantería XII de Mercedes, Corrientes. De allí a Paraná en tren y a Comodoro Rivadavia en avión. Cada vez nos íbamos alejando más de casa. Después me enteré que mi hijo nació 21 de abril. Yo estaba en Caleta Olivia y, dos días después, pisé Malvinas. Era sargento y fui como jefe de lanzacohetes de mi unidad.
¿Qué recordás de la guerra?
Todo ese fragor de combate, las bombas, los ataques aéreos, el bombardeo naval y el combate cuerpo a cuerpo en Darwin, donde murió el teniente Estévez. Yo estuve ahí.
¿Y del final del combate?
Lo más triste fue cuando recibimos la orden de no disparar más porque se estaba pactando un cese de fuego. En realidad, fue una noticia chocante, por un lado me daba alegría porque se terminaba la guerra, pero por el otro estaba la incertidumbre de qué iba a pasar con nosotros. Estuvimos tres días más en las islas a la intemperie, en un campo de concentración con alambres de púa, hasta que nos llevaron en barco a Uruguay. Las noticias decían que en mi regimiento no había sobrevivientes. Cuando regresé, era un fantasma para mi familia. Creo que tuve mucha fortuna en volver con vida.
¿Fue difícil superar todo eso?
Fue muy difícil superar la guerra. Tenía el peso de la derrota en mi espalda, nuestros propios compañeros, los que no habían ido, nos hacían sentir culpables por la derrota. Creo que eso fue lo más doloroso. Hoy siento orgullo de haber estado en Malvinas. Hace dos años pude volver a las islas en un viaje extraordinario, emocionante. Pude visitar a muchos amigos que quedaron allá.
¿Practicar tiro te sirvió?
Sí sí, sin dudas. Estaba en Comodoro Rivadavia, en el 85, y lanzaron un torneo dentro del regimiento. Ahí me anoté e hice 24 sobre 25 puntos posibles con una pistola 11.25. Y desde entonces no paré más. Ese primer triunfo marcó un antes y un después. Volví a Formosa y me sumé a un equipo de tiro. Gané otro torneo de precisión y, a los pocos días, un interfuerzas. Entonces me di cuenta que era lo mío, lo que quería hacer, así que me puse a entrenar y a tomármelo con toda seriedad.
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Llegaste a Misiones y seguiste…
Exacto. Apenas llegué, en los 90, me hice socio del Tiro Federal. Y gracias a los excelentes tiradores que había y hay acá, aprendí mucho y logré un buen nivel. Así pude ganar tanto en interfuerzas como en las competencias de tiro deportivo. Fui dos veces campeón provincial de tiro con Fal y llegué lejos en pistola .22 y carabina .22.
¿Cuándo debutaste en las Olimpiadas para Veteranos?
Se venían haciendo hace varios años, pero yo me sumé hace cinco. Y en las tres últimas ediciones gané medallas. Mi primera vez fue en Posadas 2017, donde gané bronce en tiro con Fal 7.62 y carabina .22; en Córdoba 2018 gané la medalla de oro en aire comprimido 5,5; y este año, en Bahía Blanca, gané la de plata en tiro con carabina calibre .22. Ahí la competencia es dura, porque participan entre 80 y 90 tiradores de todo el país. Hay equipos muy competitivos. Además también participo en el equipo misionero de tiro con arco y flecha. Ahora estamos esperando el próximo año, que dicen que se podrían jugar en Misiones o San Juan.
¿Cuál es el secreto del tirador?
Hay tiradores que ya nacen para esto y les cuesta menos, pero el secreto siempre es el entrenamiento. Es una disciplina exigente y, como tal, siempre hay que ejercitarse y practicar. Hoy por hoy, yo hago hasta 80 disparos por día. Esa es la clave. Estas medallas son el resultado de todo eso.
¿Qué significa para vos el tiro?
Es mantenerme ocupado con algo que me gusta y me dio muchas satisfacciones. Para mí, es reconfortante seguir con este deporte a los 65 años. El tiro me ayuda a vivir una vida a pleno. Me hace sentir muy joven. Siempre me gustó y creo que aquel primer resultado en Comodoro Rivadavia me ayudó mucho en todos los sentidos.