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Don Mario recibió a PRIMERA EDICIÓN en su librería en el centro apostoleño y, entre otras historias, relató la de Lidia, una que vivió en carne propia: “Hay en ella cosas que hoy parecen increíbles, pero que hace 50 años tenían plena vigencia. Las familias de inmigrantes no aceptaban que sus hijas tuvieran una relación con un criollo, por la sencilla razón de que los calificaban como poco adeptos al trabajo”, advirtió.
Contó que “Lidia era una muchacha simple, hija de colonos, trabajadora, buena y sencilla. Como a todas las chicas de la colonia, tenía un vestido floreado para los bailes y una blusa blanca, cerrada con botones, para ir a misa. No se cuidaba las manos ni las uñas, no había tiempo para eso: acompañaba a sus padres en todos los trabajos de la chacra, ordeñaba las vacas, cuidaba los terneros, carpía el mandiocal y el maizal, con una azada tapaba los hormigueros cuando con su padre mataba las hormigas en la chacra con gamexane o arsénico... Terminada la jornada, ella era la que guardaba el veneno y los elementos en un galponcito cercano al gallinero. Juntaba leñita en el yerbal para encender cada mañana al amanecer el fuego en la cocina a leña. El ruido que provocaba al quebrar la leña despertaba a sus padres”.
“La radio a batería era su única compañía en la soledad de la chacra. Nunca todavía el amor había golpeado las puertas de su corazón. Un sábado, Lidia fue al pueblo, acompañando a su comadre Isabel y el esposo de ésta. Fueron a un baile y allí conoció a un militar salteño que había llegado hace poco al Regimiento de Monte 30 de Apóstoles. Ese mismo día, en el baile, después de tomar una cerveza y una chinchibira, el militar le propuso matrimonio. Cuando Lidia les dijo a sus padres, mientras almorzaban al mediodía del domingo, éstos rechazaron terminantemente la idea. Jamás su hija se casaría con un ‘chorni’: se casaría con algún ucraniano, nunca un criollo ni un polaco”.
“Lidia tomó la drástica decisión esa misma tarde: caminó con los ojos llenos de lágrimas el trecho que quedaba de su casa en la Estafeta hasta la capilla San Miguel, se arrodilló ante la imagen de Nuestra Señora de Częstochowa y después salió en silencio, no se dio cuenta que un pajarito negro le seguía los pasos. Se dirigió al galponcito (ella era la única que sabía donde dejaba el veneno para las hormigas), con una tranca de madera cerró la puerta y cumplió su cometido. El ave seguía allí y solamente después que la joven ingiriera el arsénico alzó vuelo y se perdió en el yerbal”.
“En la vieja estafeta de la colonia se realizó el velatorio, donde vecinos y parientes acompañaron a la familia. Un carruaje tirado por caballos blancos de la empresa fúnebre de la ciudad condujo el féretro directamente al cementerio, ya que a los suicidas le estaba vedada la ceremonia en la iglesia”.
“Desde ese día, todas las madrugadas los padres de Lidia al amanecer escuchaban los ruidos en la cocina: cómo quebraban la leñita, el chasquido del fósforo, el crepitar de la llama y el ruido de la pava. Iban a mirar y no había nadie. Un día fueron a ver a Don Juan Bieski, el famoso curandero. Bieski hizo el ritual de siempre en el vaso con agua, con el rosario, y grande fue la sorpresa cuando observaron la imagen de su hija en el vaso con agua, mientras el adivino les decía: ‘Su espíritu no se quiere ir de ese lugar, va a ser por un tiempo, hay que rezar mucho. Van a encontrar un pájaro negro, siempre rondando el patio, persígnense ante ese bicho, que es el maligno’. Y no dijo nada más. Los viejitos se perdieron en el camino terrado en un viejo sulky”, finalizó.
Cruz del Gallo
Don Mario también contó sobre el origen del barrio Cruz del Gallo, recientemente inaugurado: “Había tres hermanitos que venían de la Escuela 236 y un perro rabioso los salió a perseguir, uno de los chicos cayó y lo mordió el animal. Los padres lo llevaron al hospital y el médico les dijo que no tenía posibilidades de vida y debía aislarlo. Entonces al chico lo ataron con una soga en un árbol. El gritaba pidiendo auxilio queriendo entrar a la casa. Falleció después de dos o tres días al amanecer, cuando cantaba el gallo. El padre mandó a construir una cruz de madera con un herrero en homenaje a su hijo, una cruz y un gallo. Dicen que cada noviembre se escuchan los gritos del chico fallecido”.
Sacerdote aparecido
En la década de 1960 también se hablaba de un sacerdote que murió en un siniestro vial y al que se lo veía cada tanto, sentado o caminando en las inmediaciones de la iglesia San Pedro y San Pablo.
Zaczkowski es docente jubilado. Ha publicado seis libros y diserta habitualmente en escuelas de la provincia, de Corrientes e incluso de Brasil. El 15 de noviembre presentará en el Centro Cultural de Apóstoles un libro para niños de preescolar y nivel inicial, con ilustraciones de Juan Carlos Nuñes.