En agosto, la misionera representó al país en La Pampa de la Viuda, La Rioja, donde consiguió el tercer puesto. La competencia internacional convocó a deportistas de Chile, Venezuela, Paraguay, Colombia, Perú, EEUU. Alemania y Australia.
Si de olas se trata Antonella sabe surfear el asfalto misionero. Nació y creció en San Javier, tiene 19 años y es una apasionada de “las tablas”, la adrenalina y el descenso a alta velocidad.
Tenía 15 años cuando vio, por primera vez, una competencia de longboard, en Mojón Grande. “Ese día supe que sería una de ellos”.
Y por supuesto, sus padres se asustaron: “no querían que practique ese deporte, por ser de alto riesgo. Pero yo insistí, realmente quería hacerlo”. Entonces, “mi papá me regaló mi primera tabla, que todavía la conservo. Luego, mi mamá me acompañó comprándome todo el equipo de protección”.
Hoy lleva cuatro años de práctica, representa a Misiones y también al país en las competencias nacionales e internacionales más importantes: Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán, Moconá, Mojón Grande y La Rioja. En esta última consiguió su propio récord personal, donde subió al podio con el tercer puesto en la categoría damas. “Sinceramente no esperaba ganar el tercer puesto ya que no puedo entrenar tanto como debería”.
Ser una longboard llevó tiempo, fue progresivo e implicó constancia. Sé que siempre habrá caídas pero cuando subo a la tabla siento una combinación rara: hay miedo pero lo querés hacer, subís y volás”.
Es que además del deporte, Antonella estudia la carrera de veterinaria, “estoy en segundo año, en la Universidad Nacional del Nordeste y me encanta mi carrera, amo a los animales y me gustaría vivir en el campo para cuidar de ellos. Quiero, en un futuro combinar ambas pasiones: el deporte y la carrera”.
Y si bien es una de las mejores longboard, nos explica que “siempre habrá caídas y por eso tenés que estar preparado a cómo vas a reaccionar”. También, tenés que saber “cómo actuar frente a un imprevisto porque vas a una velocidad muy alta y puede ocurrir algo: se te atraviesa un perro o un compañero se cae, por dar algunos ejemplos”.
Durante la entrevista con Revista SextoSentido, la adolescente nos contó que su récord en velocidad lo alcanzó en el Moconá, donde llegó a los 100 km/h. Y ahí si, “tuve miedo, a esa pista le tenía respeto. Para mí era un sueño bajarla”.
En cuando a la exigencia física, el adiestramiento de las piernas es esencial, “mucha resistencia”. Sin olvidar lo espiritual, ya que te permite “controlar las situaciones y conectarte con la tabla, tanto que pasa a ser parte de vos”.
Apasionada por el mundo longboard, alienta a que más jóvenes se animen a probar este deporte. Pero, quienes deseen hacerlo deben “ser prudentes, ir paso a paso, nada de tirarse de una bajada y siempre debemos utilizar los elementos de protección, principalmente el casco ya que es un deporte de mucho riesgo”.
En esta disciplina, se exige a los deportistas que lleven casco cerrado, guantes y rodilleras. En las categorías más destacadas, es necesario el mameluco de cuero de seguridad, un traje hecho medida, que lleva una licra debajo. “Es a medida, es decir al cuerpo. No puede quedarte flojo porque al caer se puede romper”.
Entre sus proyectos inmediatos, la deportista nos adelantó que planifica crear una asociación de deportes extremos: “lo que pretendo es ayudar a mis compañeros, por medio de la asociación, conseguir el apoyo necesario para que los deportistas puedan competir y entrenar de forma segura y el tiempo que demande la disciplina”.
En Misiones, los longboars tienen pistas preferidas, lugares donde frecuentan, por su nivel de dificultad, curvas y velocidad: Mojón Grande, La Cruz de Santa Ana y el Moconá.
En la actualidad son más las chicas, adolescentes y jóvenes que se animan a practicar longboar. Un deporte del cual se desprenden varias sensaciones e ideas: adrenalina, libertad, autosuperación, motivación, sentido de igualdad y de pertenencia.
Las tablas para los días de sol
El longboard se realiza con una tabla más grande que una patineta y con otro formato. Nació en California, a principios de los años 70, y fue una idea de los surfistas.
Resulta que, cuando las olas dormían y el mar estaba planchado, algunos jóvenes buscaron una manera de pasar el tiempo montados en sus tablas, pero a las que le agregaron ruedas. La transformación se dio de manera espontánea, casi sin proponérselo dieron vida a esta disciplina que atrae a una tribu urbana en crecimiento.
Por
Susana Breska Sisterna
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Prod. Fotográfica. O. Ibarra