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Quizás desde que era niño, cuando sentado a los pies de su madre, Érica Urzay, miraba la serie “Combate” mientras ella tejía con premura. Había en el film un hombre con un casco de la Cruz Roja que asistía a los heridos y al que todos llamaban “Doc”. “Siempre decía que quería ser como el Doc”, manifestó. Y concretó el sueño, convirtiéndose con el tiempo en el primer neurocirujano infantil de la provincia.
Nacido en Rawson, San Juan, llegó a Misiones siendo pequeño, junto a sus padres y a sus hermanos mayores: Elsa, Betty y María Lucía. Su papá, Mario Armando, llegó a la tierra colorada impulsado por la empresa de vinos en la que trabajaba. Cuando la firma cerró, ya no quiso regresar a la provincia cuyana. “Siempre digo que me recibí gracias a mi perseverancia, más allá de mi inteligencia y de las dificultades que atravesamos por cuestiones económicas. Tenía posibilidades de abandonar pero siempre quise ser médico y la perseverancia me llevó ahí”, confió. Alquilaba una oficina donde vivió a lo largo de la carrera, sin heladera ni ventilador pero “nunca me faltó qué comer.
Mi viejo me mandaba dinero o provista o iba al comedor universitario. Fueron épocas difíciles. Había compañeros de estudio que la pasaban peor. Siempre digo que eso te forjaba el carácter y que te estaba preparando para lo que iba a venir. Lo veo así desde la madurez”, acotó, quien más tarde contrajo matrimonio con la docente de Puerto Rico, Carmen Graef, y es papá de Florencia y Franco.
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Hace 25 años que recibió el título y desde ese entonces, los niños son sus pacientes preferidos. Siempre sostiene que su profesión “colmó mucho más allá las expectativas que podía tener, sobre todo en la respuesta, en el cariño que recibo de los pacientes y de sus familias. Porque como pediatra atendés a la familia, a la abuela, que dice que sabe mucho porque ya crió a unos cuantos y que te tiene cosas por aconsejar. El vínculo es muy amplio, no es sólo la relación médico-paciente.
Con los chicos soy feliz. Recibo mucho afecto, mucho cariño, a diario”. Rotando por las especialidades, Barrera fue descubriendo que quería ser cirujano. “Nunca pensé en ser neurocirujano. Pero como me había recibido a los 30 y tenía pocas posibilidades de ingresar a una residencia, opté por pediatría. Siempre ayudaba en las cirugías a ‘Buby’ Demaio, al ‘Turco’ Abduladhi, que me dieron la posibilidad de despuntar el vicio. Hice la residencia en pediatría durante tres años y fui jefe de residentes”. Después de casi diez años de ejercer como pediatra en la esfera pública y privada, volvió a ser estudiante cuando “me ofrecieron, a través de una beca de la provincia, a hacer neurocirugía pediátrica” en el hospital “Juan Pablo” II, de Corrientes.
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Cuando Jorge Gutiérrez era director quiso cubrir esa necesidad y “pensó en mí, a pesar que teníamos diferencias. Vio que podía ser útil para su proyecto y lo planteó a José ‘Pepe’ Guccione, que era ministro de Salud y dio el visto bueno, en momentos que se formaba el Parque de la Salud.
“No había becas ni figura legal para formar el recurso humano crítico que hacía falta en la provincia. A través de Roberto Mazal, que estaba en contaduría, se embarcaron de buscar la forma, la logística”, para que pudiera volver al Juan Pablo II, desde donde, después de tres años regresó como neurocirujano infantil, en 2007.
Hace doce años que es neurocirujano pediátrico y hace tres años que es acompañado por el colega Ezequiel Figueroa, que vino a Misiones porque de aquí es su esposa. “Vino bien porque hizo su formación y fue jefe de residentes del Hospital Gutiérrez y hoy trabaja con nosotros. Eso vino a aliviar, por un lado, la carga de estar solito, y tuvo salto de calidad la neurocirugía pediátrica al incorporar otro neurocirujano. Tengo con quien compartir mi trabajo porque tenía que decidir a entrar a operar a un chico, y era yo solito, cargando con toda esa situación. Si bien siempre recibí el apoyo del servicio de cirugía dentro del hospital, sobre todo en la figura de Marcelino Gamarra, que era mi coequiper, pero era cirujano. Ahora hay otro que habla el mismo idioma, que hace lo mismo, que tiene su experiencia, que puede aportar, enriquecer”.
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En los diez años de estuvo solo, superó ampliamente las mil cirugías. “Parece nada pero el hospital Gutiérrez que tiene un servicio con quince neurocirujanos, hace entre 500 y 600 neurocirugías por año y yo solito hacía entre 90 y 100 por año”. Hoy, con Figueroa, sigue en ese promedio, y adquirió experiencia “en el traumatismo de cráneo porque vivimos a diario la epidemia vial”. Destacó el aporte que tuvieron cuando Oscar Herrera Ahuad era ministro de Salud que compró equipamiento para poder resolver esas cosas. “Eso nos dio mucho sustento. Primero pidiendo ayuda a gente que tenía más experiencia, y después a partir de nuestra experiencia, fuimos logrando respuestas para la gente”, narró.
El médico conduce, además, un programa de televisión donde cuenta historias médicas desde el punto de vista no médico. “Eso también me relaciona de una forma que es muy confortante como ser humano. Creo mucho en Dios y esta es la misión que él me encomendó y trato de hacerla de la mejor manera. No creo que soy un salvador de vida, sino un mero instrumento de una marca en el destino, en el camino de cada uno”, manifestó el profesional, que asiste a niños de la provincia, de Corrientes y Paraguay.
Agradecido a sus mentores
Barrera es un agradecido a los doctores que lo formaron: Romilio Monzón, Daniel Giménez y Alberto Braverman. Al primero de ellos “le manifestaba mi miedo: una cosa es romper el huevo y caer al lado del nido, y que te den de comer, te enseñen a volar; otra es romper el huevo y aprender a volar, porque terminó mi residencia y regresé 300 kilómetros. Ese era el miedo, de cómo iba a resolver. Él me decía, estás preparado para las urgencias, y para lo programado, me avisás y voy”.
Al principio, cuando estaba en el hospital, “Monzón venía a la noche, se pagaba el hotel, me llevaba a cenar, al otro día operábamos, y se iba, terminada la cirugía. No muchos profesionales hacen eso”.
Barrera lo sigue invitando cuando surgen cirugías más complejas, “que tienen mucho de artesanal y que al neurocirujano le gusta. Lo invito ya no para auxiliarme sino para compartir ese hecho que disfrutamos tanto la cirugía”.