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Tadeo “Chiqui” Rackowski es uno de los pocos luthiers de acordeones de la región, se podría decir, del país. El músico se dedica a pleno a una actividad que requiere de mucha precisión debido a que las piezas con las que trabaja son muy pequeñas. Con su genialidad recompone instrumentos no sólo para la región y toda la Argentina, sino para diferentes músicos del mundo. “Casi todos los años vienen desde Estados Unidos para que le hagan los arreglos acá, en mi taller…”, manifestó quien empezó a dedicarse a esta tarea allá por el 2001, arreglando sus propios acordeones.
Admitió que para instalar un taller de acordeón “no tenés adonde aprender, vas probando con aciertos y errores, viendo qué es lo que te sirve como también las herramientas. Todo es ir probando.
Uso mecánica dental para algunas cosas; para otras, pinzas de cirugía, mini tornos, un granulado de cartón para los fuelles nuevos. No hay un lugar específico para adquirir cosas, entonces fui fabricando las mismas herramientas, los elementos para los arreglos. Con cada instrumento que uno tiene es un romance que uno tiene”.
Acotó que la matriz de los esquineros de los fuelles, “la fui mejorando, mejorando, hasta conseguir el que realmente era. Ahí te van haciendo ver los errores, vas aprendiendo de eso”. Desde su taller del barrio Centro, donde permanece todo el día, contó que hubo oportunidades en las que “me trajeron un acordeón con bichitos, con cucarachas y hasta con una ratita seca. También con dulce leche y harina, que utilizaron para pegar el acordeón. Vi acordeones con clavos y por mis manos pasaron instrumentos que tienen cien años y que están casi como nuevos”.
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“Llegué a lo que quería como afinador, con el conocimiento y el servicio que quería, pero voy por más. Una meta es conocer la Capital Mundial del acordeón en Italia. Conozco a muchos que fueron.
Llegar ahí es como que recién empezás a aprender. Es increíble el desarrollo tecnológico que hay, el balanceo, las teclas, la ingeniería que hay sobre una acordeón, lo trabajan para alivianar el peso o para una frecuencia en la madera o el metal. Así, logran la excelencia de sonidos. Son fabulosos”, confió, entusiasmado, Rackowski.
Sobre sus inicios dijo que “cuando empecé a afinar tenía una forma de hacerlo, ahora cambié totalmente la técnica. Errar es humano. Ahora tengo cada vez más acordeones: me llegan desde El Calafate, Junín de los Andes, Neuquén, Jujuy, Formosa. Me mandan desde distintos puntos del país.
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Los tengo de Paraguay, Brasil, tengo un cliente de San Francisco, California (Estados Unidos), que viene exclusivamente una vez al año y me trae su instrumento”. Como anécdota, comentó que “restauró a nuevo el primer acordeón amarillo, 32 bajos, del “Chango” Spasiuk. No se de donde rescató ese acordeón pero lo trajo totalmente desarmado para que quede a nuevo, y lo está usando actualmente en los conciertos. Ese trabajo duró seis meses. Cuando lo hice, en un principio me fijé en la estética, pero el me recalcó el paso de los años y me aclaró que quería que fuera funcional”.
A su “Mi taller” vienen importantes músicos de Corrientes “ los que restauré sus instrumentos. Entre ellos, a ‘Tato’ Ramírez, que integra la orquesta de la provincia; de Chaco, y muchos de Buenos Aires, que mandan hacer su trabajo en este lugar”.
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Recordó un encuentro donde, sin dudas, aprendió muchísimo. Hace cuatro años participó del Encuentro Latinoamericano de Luthiers, que se realizó en el Centro Cultural “Néstor Kirchner”, de Buenos Aires, que “fue un mega evento impresionante”. Allí estuvo “el creador de los instrumentos de los Le Luthiers, que es realmente un capo. Hizo uno con una pelota de básquetbol. También hubo gente de España, de Bolivia, de Chile. Fui llamado como representante de luthiers de acordeones, y sentí orgullo”. Referentes de Anconetani -firma que fabricó acordeones como el de Spasiuk, Gravobieski, Raúl Barboza- visitaron mi stand para presentar ahí su película y, a través de eso, tengo un contacto muy importante con ellos. Un orgullo por así decirlo, se trata de una relación que me nutre de experiencia y vínculo”, contó.
“Estuve cerca de la Universidad de Quilmes, donde se dedican al tango y donde fabricaron un bandoneón 3D, funcional para el estudio. Con varios referentes, hablamos del chamamé, de cómo se interpreta. Tenés que estar en el lugar para saber lo que te aprecian”, aseveró, al tiempo que aclaró que “hay muy buena relación entre los luthiers de Misiones, entre los que se dedican a instrumentos de viento. Entre todos tenemos una gran relación para mejorar en lo nuestro”.
Como músico, acompaña a su hijo Santiago, que toca el acordeón y a su hija, Luciana, que es clarinetista. “Tocamos juntos con Santiago, el género nos lleva a eso”, acotó quien hizo su despliegue sobre el escenario del Festival Nacional del Chamamé, representando a Misiones, gracias a la convocatoria de músicos misioneros y la invitación de “Joselo” Schuap. A su entender, el Festival del Chamamé “es único, lo que genera en el escenario, el movimiento que genera a Corrientes, la capacidad hotelera que se agota. Es un orgullo estar con mi hijo en semejante escenario”.
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Confesó que “la música es mi alma, pero éste es mi trabajo. A Santiago también le gusta este trabajo, entiende mucho de esto, de desarmar, armar las acordeones, me ayuda con los instrumentos, sabe cómo se afinan. Junto con Luciana, son alumnos de Ricardo Ojeda. A él la gusta mucho ser acordeonista y le gusta el trabajo de taller”, reveló.