Por Francisco José Wipplinger
Presidente de PRIMERA EDICIÓN
En casi todas las elecciones a Presidente llevadas a cabo en el país desde 1983, quedó demostrado que existe un tiempo de romance entre la gran mayoría de los ciudadanos y el mandatario electo, aun de aquellos que no lo votaron, pero que por conducta democrática o por la esperanza de que las cosas mejoren, actúan con un apoyo tácito a las medidas muchas veces odiosas que son tomadas en un corto lapso de tiempo.
Esto es lo que muchos creen que fue el fracaso del gobierno anterior, que desperdició ese breve momento y optó por el “gradualismo” que luego, quedó demostrado, fue el principio de una larga cadena de desaciertos.
Y es que transcurridos los primeros cien días, un gobierno que no cuenta con mayorías en las Cámaras ya no puede avanzar (si es que alguna vez quiso hacerlo) con los cambios necesarios. Cambios que en su gran mayoría son desagradables, pero al mismo tiempo sumamente necesarios para ordenar un país que venía, al igual que ahora, con incontables problemas irresueltos que se propagan como lo hace el cáncer en el cuerpo humano.
En estos primeros 45 días se tomaron medidas de todo tipo, las salientes son del orden económico y significaron un nuevo apriete, vía suba de impuestos, a la clase media, al campo, a los jubilados y los exportadores. Se suma la nunca bien vista imposición de una doble indemnización en caso de despidos, que supuestamente será por seis meses y que no comprende a las nuevas contrataciones a partir de la sanción de la norma. Sin embargo, el empresariado no cree ni en la duración ni en la diferencia para los nuevos contratos, por lo cual, por las dudas, no toma nuevos empleados.
Lo que me preocupa es que una gran parte de la población verdaderamente no se da cuenta de la magnitud y profundidad de los problemas que tenemos. El voluntarismo del sector empresarial se va perdiendo a medida que pasan los días y las promesas de campaña van quedando en el olvido. Tal y como fue aquella “revolución productiva y salariazo”.
No hay crédito, el consumo interno está por el piso, los costos suben permanentemente, el tan mentado plan de pagos para desahogar a las PyME, es costosísimo y se debe estar muy desesperado para tomarlo.
No se habla de ahorro fiscal, más bien se ha incrementado el número de ministerios y secretarías. La inflación sigue su camino y en el corto lapso habrá neutralizado la competitividad del dólar oficial (los exportadores reciben 58 a 59 pesos por dólar exportado, al cual hay que descontarle las retenciones que van del 5% al 33% en el caso de la soja). Pero todavía más profundo que los problemas mencionados, es que tenemos una crisis que supera lo económico y se ha metido como una cuña perversa en la sociedad para separar a “unos” de “otros”.
Los “unos” gobiernan y por medio de una política de distribuir hasta que no quede nada y seguir todavía más, han consolidado un caudal político y una imagen positiva sin precedentes. Esta política lleva a distribuir la riqueza que generan los “otros”.
Y los “otros”, los que trabajan, los que producen, los que no están prendidos de las ubres del Estado, son cada día menos. Así las cosas, la perversidad de este sistema le ha hecho mucho daño al país.
Ha propiciado varias generaciones de personas que no ven a sus padres levantarse a trabajar, no comen juntos alrededor de una mesa. Ven que sus padres y abuelos mendigan un subsidio, lo que lleva a una falta completa de autoestima y de futuro para sí mismos.
Al mismo tiempo, los que financian la distribución, los ven como parásitos que viven a su costilla y así se genera un abismo entre pobres con trabajo y con planes.
Y sin embargo ambos son víctimas agobiadas por las injusticias del sistema engendrado desde hace décadas por el Estado, que cree que es parte de la solución y nunca quiso darse cuenta que es el causante de todos los problemas por el despilfarro, las mentiras y especialmente la CORRUPCIÓN.
Y justamente el despilfarro y la corrupción son los responsables inmediatos de la inflación, ya que ni siquiera alcanza con la presión fiscal inédita en el país, la mayor de toda su historia y una de las más intensas del mundo. Por lo tanto sistemáticamente se apela a la emisión de moneda, lo que directamente se transforma en inflación.
Las mentiras crean incertidumbre, especulación, circunstancias adversas que conspiran contra la planificación, previsibilidad y por lo tanto expectativas contrarias a la inversión. Y es necesario advertir que sin inversión no hay generación de fuentes de trabajo ni de riqueza. La inversión es la única forma genuina de combatir la inflación.
Se está viendo lo peor de la política justo en un momento en el que no quedan reservas. Se van a sembrar 2.000.000 de hectáreas menos, el equivalente a Uruguay. La inflación puede desenfrenarse. Hay que pagarles a múltiples acreedores internos y externos con dinero que no hay. Todos los días la gente se abalanza sobre los bancos y casas de cambios para comprar dólares, que tampoco hay. La inseguridad y la droga son flagelos y no sensación, y la lista sigue y es larga. Así las cosas, el combo es insoportable.
Pero creo sinceramente que el mayor de todos los males, el verdadero cáncer que carcome el tejido social de este hermoso país, tan lleno de gente buena y dotada de gran capacidad, sin conflictos raciales ni religiosos, con grandes recursos naturales, junto a una gran extensión territorial y una población pequeña, es la CORRUPCIÓN.
El Presidente deberá enfrentar este flagelo frontalmente, de forma inmediata, urgente y sin cuartel, investigando los hechos pasados, presentes y futuros. Por ello deberá prescindir de favoritismos o comunión partidaria y sólo se deberá a los ciudadanos comunes que le dieron su voto de confianza y a todos los otros hombres y mujeres de bien que trabajan a diario por el país con sacrificio y honestidad y reclaman que la Justicia se desempeñe de forma independiente y sin ningún tipo de contemplaciones ni complicidades con los corruptos.
Ojo que los corruptos son tanto los funcionarios como los pseudos empresarios que hacen sus negocios únicamente con el Estado. Aquellos que crean sus negocios por contactos con funcionarios y no piensan en competencia, eficiencia, calidad, sino sólo en cuánto hay que repartir y cuánto les queda. Ambos lados de la corrupción deben ser atacados sin dar tregua.
Sólo así el nuevo Presidente generará las condiciones de confianza que le demanda la sociedad y también el sector realmente empresario. También deberá tomar medidas para mejorar la competitividad de las empresas a fin de ponerlas nuevamente en el contexto de la competencia internacional. De qué otra manera, sino es exportando más de lo que se importa, se puede generar riqueza genuina.
Señores, en economía no hay magia. Una devaluación sirve transitoriamente, pero es un mecanismo para impulsar solamente.
Si esto no va acompañado de un conjunto de medidas tendientes a rebajar la carga impositiva y a premiar la eficiencia y la competencia, la inversión de los privados no se producirá y seguiremos dependiendo de las obras del Estado y del empleo público para dar fuentes de trabajo.
Cuando hablo de mejorar la competitividad de las empresas, de ninguna manera me refiero a subsidios. Esa política fue una herramienta necesaria y válida, que debería haberse terminado hace más de diez años, cuando el país comenzó a crecer fuertemente.
Sin embargo las políticas populistas y la corrupción que se genera en torno a los subsidios se impusieron y le han costado al país cantidades impresionantes de dinero.
Muchos de esos recursos se fueron a las campañas y a los propios funcionarios, y al mismo tiempo espantaron a la inversión. Sino veamos cómo funciona el sistema eléctrico y la telefonía. Lamentablemente entre las nuevas medidas figuran el congelamiento de tarifas y combustibles, por lo que se volverá al esquema de subsidios que, de persistir, una vez más alejarán las tan ansiadas y necesarias inversiones.
En todo caso podría establecerse algún sistema de ayuda o asistencia a los pequeños emprendedores cuando recién comienzan y sólo por un período de tiempo determinado.
Y otra cosa que aconsejo como empresario y dador de más de 360 puestos de trabajo, es rever todo el sistema indemnizatorio en lo laboral. Verdaderamente se ha transformado en un grave escollo para todo tipo de actividades. No premia a los buenos empleados ni promueve la permanencia laboral. De hecho muchos empresarios optaron por despedir a sus planteles a fin de que no acumulen antigüedad, un hecho sin precedentes en el mundo. Deberíamos ir a uno en el que se premie el cumplimiento y se persiga la trayectoria, se valoren la capacitación y los conocimientos adquiridos con el transcurso del tiempo.
En mis empresas hay algún porcentaje de empleados de antigüedad superior a los veinte años que, antes de jubilarse, comienzan a generar problemas e incumplimientos a fin de lograr un despido. Aunque este sea justificado, ellos saben que con un abogado promedio pueden revertir las decisiones en la Justicia y así lograr una sustancial indemnización inmerecida.
Tengo muchos años trabajando y emprendiendo en el país. Siempre he creído en la innovación y la inversión y lo seguiré haciendo. A largo plazo no hay mejor país para invertir que la Argentina.
Se verá en los primeros meses de romance si el nuevo Presidente me lleva a pensar lo mismo del corto plazo. El pueblo está cansado de la codicia y las mentiras de los que sólo quieren llegar al poder para servirse del puesto y no servir desde su puesto.
Espero que los nuevos tengan conciencia del peligro de la situación actual y de los riesgos que su accionar equivocado puede producir. Y espero que trabajen denodada y honestamente para que Argentina vuelva a ocupar el sitio que ha tenido en otros años. Que lo hagan por sus hijos, sus nietos y toda esa población vulnerable que tanta esperanza tiene puesta en ellos.