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La palabra “viejo” aterra, se evita pronunciarla y se la reemplaza por malabarismos verbales como “adulto mayor”, “persona de cierta edad” y “tercera edad”, entre otros. Como si al no articular la palabra se la hiciera desaparecer (y con ella, a lo que significa). “Todo el mundo habla de la vejez como algo que le pasa a todo el mundo menos a uno, es algo allá a lo lejos”, dijo a PRIMERA EDICIÓN Silvia Risko, actual delegada del INADI en Misiones.
“Es algo cultural”
Se podría considerar a la vejez como una construcción histórica y sociocultural, ya que cada sociedad define y le da significado a las diferentes etapas de la vida de una persona. Los actos, las prácticas y las conductas discriminatorias vulneran derechos básicos de las personas y frustran las posibilidades de acceder, en condiciones de igualdad, a los beneficios sociales, culturales, educativos, laborales, recreativos o de salud.
“Se usa el término edad-fobia, para hablar del miedo no a la vejez en sí, sino al viejo”, aseguró Risko y agregó que “es algo cultural y muy occidental. Si te fijás en las culturas orientales o sin ir más lejos, en los guaraníes, ellos tienen un respeto absoluto hacia sus ancianos”.
En cambio, la actual mirada moderna y occidental, toma a la vejez como una carga económica y social. “Es que sólo vales cuando aportás (o tenés las condiciones para hacerlo) a la sociedad, de lo contrario sos descartado”, dijo y añadió que, en su opinión, el mayor problema es la falta de decisiones políticas concretas.“Si el Estado no se apropia de una problemática, las cosas no cambian y no se modifican las malas prácticas sociales y culturales. El Estado es el único regulador de las conductas sociales”.
Viejismo
Las miradas negativas que tiene la sociedad con respecto a las personas adultas mayores se definió como viejismo para hacer referencia a una inquietud profunda, e incluso, repugnancia por la vejez que, muchas veces, suele asociarse a la pasividad, enfermedades y muerte.
Sin embargo, envejecer es acumular experiencias, historias y aprendizajes. “Es todo lo vivido que se traduce en arrugas, deterioros físicos y cicatrices”, explicó Risko.
“Mi abuela falleció a los 94 años con una lucidez extraordinaria y, de no haber sido porque ‘era una viejita’, la hubiesen tratado médicamente como correspondía: le hubieran hecho todos los estudios. Le atribuyeron sus problemas a su edad, pero era algo que se podía evitar. Pero no, total ‘la abuela ya vivió todo lo que pudo’. ¿Le diríamos eso a un chico de 15 años? Jamás”, contó.
“¿Qué nos lleva a que, como sociedad, nos tomemos la atribución de decidir que la vida de una persona ya es suficiente, que vivió demasiado?”, agregó.
“Discriminamos porque tenemos miedo”
En instituciones públicas y privadas, en la calle, en los medios de transporte, en su propio hogar o en asilos, las personas mayores de 60 años se enfrentan diariamente a la violencia discriminatoria y a la exclusión.
“Discriminamos porque tenemos miedo. Miedo a la vejez porque es la antesala de la muerte, y le tenemos pánico a la muerte. Creemos que si los alejamos, reducimos las posibilidades de que nos suceda”, expuso la delegada del INADI.
Sin embargo, hay que reconocer que así como la piel se arruga y se mancha, la mente también envejece. Y es que la vejez nos iguala. Es el lugar al que vamos a llegar todos. Y sólo si tenemos buena salud y suerte. Es raro, pero el viejismo se discrimina a sí mismo, pero con anticipación.
Números
En Argentina hay más de 6 millones de personas que tienen más de 60 años, lo que significa un 15% de la población actual y, sin embargo, se sigue asociando la edad avanzada a enfermedades y pasividad.
Más del 70% de ellos están sanos y ocupan gran parte de los puestos de conducción de la mayoría de las empresas, organizaciones sociales, clubes u oficinas gubernamentales.
Por eso, a aquellos que se dejan llevar por el prejuicio de un número en el DNI sepan que viejos, son los trapos.
“Tengo 92 años y me cuesta ser vieja”
Por ser hermana de seis varones, Hermiña siempre fue muy independiente. “Desde chica, nunca me gustó que me digan lo que tenía que hacer”, contó a PRIMERA EDICIÓN.
Hermiña Venialgo tiene 92 años y todavía le cuesta sentirse vieja. “Hace dos años empecé a sentirme vieja porque dejé de manejar, perdí mi independencia. Ahora dependo de otros”, dijo. Y es que ella es un caso especial: “La edad nunca me deprimió, desde que me despierto intento mantenerme activa. Odio estar en la cama, me cuesta mucho ser vieja”, aseguró y agregó que tampoco la pasó mal cuando se jubiló ya que “aproveché ese tiempo libre para viajar, viajé mucho”.
Pese a todo, una cosa es la autopercepción de la vejez y otra, muy diferente, es la del resto. Al preguntarle si alguna vez se sintió discriminada por su edad, contó que nunca le dijeron nada aunque “sufre discriminación cuando va al cajero, o no la ayudan o no tienen la suficiente paciencia con ella”, explicó a este medio su hija.
Sin embargo, Hermiña no deja que esto la afecte. “Soy una persona sana y siempre fui feliz”, dijo y agregó que las crisis por la edad, no valen la pena, son sólo un número. “La mente la maneja uno mismo y, aunque pienses que te falten muchas cosas, la vida tiene muchas cosas lindas”, concluyó.