“Da la impresión que a los hombres no les gusta mucho que las mujeres sepamos un poquito más que ellos sobre determinados temas”, consideró Cindy Gabriela Ostapovicz (31), quien desde hace varios años decidió incorporarse a la empresa familiar, en un rubro netamente masculino.
En la ferretería que su padre, Carlos, posee en la Capital del Monte, es una más. Puede separar metros de arena o piedra para cumplir con un pedido, asesorar sobre algún producto o conducir el autoelevador para efectuar una carga.
La actividad le resulta conocida porque desde pequeña se movió en ese ambiente. En 2011, egresó de la carrera de gastronomía pero después de alguna experiencia en el sector, prefirió apuntalar a su padre, que necesitaba una mano en el negocio con el que habían arrancado sus abuelos paternos.
Para Cindy, ser mujer en un mundo de hombres es, a veces, un poco complicado. Es que algunos se esmeran en hacerlo notar.
“Hay quienes vienen a comprar y si bien me ven detrás del mostrador me ignoran por completo, y se dirigen a mi papá o a mi hermano Emmanuel, a un tío, amigo o viajante, que se encuentre en el local en ese momento. Y le dicen, vos que sabés de esto ¿con qué puedo arreglar este caño que tiene una pérdida? A mí ¡ni me miran! Me pasó una infinidad de veces, me pasa casi todos los días”, comentó.
En las oportunidades en que se encuentra su hermano, que recién empieza a incorporarse a la rutina, “mira al cliente y le dice: preguntale a ella, que es la que sabe. Y me preguntan, pero a veces no se convencen. Me da la impresión que al hombre no le gusta que la mujer sepa un poquito más que él sobre ciertos temas. Y más aún si es sobre la construcción, la ferretería”.
Añadió que “me vive pasando que preguntan por papá. Digo no está, pero ¿qué necesita? Hacer un pedido. Me lo puede pedir a mí. No pero quería arena, piedra y cemento. Sí, me lo puede pedir a mí, estoy acá para eso”.
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Con las mujeres, en tanto, el trato es distinto. Cuando ven a Cindy detrás del mostrador, se sienten más relajadas a la hora de efectuar la consulta.
“No tengo idea, fijate”, confían directamente, pero “cuando las atiende papá, se sienten cohibidas. Actúan con naturalidad cuando salgo a su encuentro. Muchas van a pedir cosas de construcción pero si bien algunas cosas están cambiando, siguen viniendo más hombres”.
La joven obereña entiende que quedaron atrás los tiempos en los que la mujer no hacía ciertas cosas. “Hace un par de meses vino una camionera que hace fletes de madera y cemento a Buenos Aires, compró algo y se fue. Cuando llego al negocio, escucho a papá decir a mi primo ¿viste cómo maneja?, ¿viste el camión que tiene? Se mostraron sorprendidos y estuvieron media hora hablando del tema. A mí me daba risa pero es la actitud que se percibe a menudo”, observó.
Aunque la tranquiliza saber que “a una chica que trabajaba en una casa de materiales de construcción, le pasaba lo mismo. Vienen los hombres y te ven como a una secretaria más o como una cajera, pero una atiende, sabe, aprende. Me parece que se subestima mucho a la mujer”.
A la hora de cargar los materiales al vehículo del cliente, siempre alguien la auxilia, puede ser su padre o un secretario. Pero “me pasó de quedar sola y justo vino alguien a pedirme una bolsa de cemento, que son pesadas. Entonces, mientras cobro, hago tiempo a que aparezca alguno de la casa. Pero por lo general no me dejan cargar, debo decir que son caballeros en ese sentido. Aunque no tengo problemas en hacerlo. Los que son habitué del negocio, saben cómo es el procedimiento y se cargan solos”, aclaró.
Entiende que en la actualidad “hay que trabajar, y tenemos que adaptarnos a la tarea que debemos cumplir. Muchas veces es difícil cargar peso, pero una busca la forma”, dijo, quien cree que “es posible ser femenina en un ambiente de hombres” aunque las uñas esculpidas le duren tres días en perfecto estado cuando por lo general deben ser dos semanas.
Al negocio “voy cómoda pero siempre bien arreglada aunque constantemente me choco con cosas, me ensucio y la ropa se arruina”.
Para poder hacer frente a todos los flancos, Cindy también aprendió a manejar el “sampi”.
Consideró que “no es difícil hacerlo, tenés que aprender a manejar los controles, a bajar y a subir las cosas, a enganchar con las uñas. El secreto es que hay que prestar atención. Me pueden encontrar al frente de la computadora o en el medio de los materiales, no tengo problemas en ensuciarme las manos”, sintetizó.
Confió que muchos de los que vienen no saben cómo solucionar la rotura de un caño en la vivienda, cuáles son las proporciones que deben utilizar para preparar una mezcla, o necesitan que le recomienden un pegamento.
“Es fácil aconsejar a los clientes cuando vienen en busca de alguna solución. Siempre trato de buscar la forma y si no tengo un repuesto, busco una alternativa”, comentó.
En el comercio debe darse maña con los materiales de construcción y ferretería, es decir, pinturería, pegamentos, caños, accesorios. Pero también con la cuestión bancaria, con las directivas del contador y el trato con los proveedores, que es moneda corriente. También se ocupa del control de stock porque “tenés que saber qué es lo que hay y que no, y qué hay que pedir. Son miles de cosas, a veces se te pasa uno que otro pedido o la reposición de los productos”.
Sostuvo que “lejos quedó el tiempo en que las mujeres no tenían que trabajar. Pero, además, se nos sigue exigiendo que seamos madres, que cuidemos la casa, que nos ocupemos de todo lo referente a los hijos. Y hoy se está buscando un poco el reconocimiento o que se valore un poco lo que la mujer hace. Creo que estamos cansadas que se nos exija tanto y no se nos valore”.
Comparó que “si bien tenemos las mismas capacidades que los hombres, me gustan estas diferencias que hay, como el ejemplo, que existan clientes que no dejen que cargue peso, que todavía se nos cuide en ese sentido. Así como algunos me ignoran porque piensan que no sé nada del tema de construcción, vienen otros que me enseñan o me piden consejos a mí porque tampoco saben. Me parece que es un constante aprendizaje”.
Perseverante
En el ambiente del que forma parte desde 2011, Cindy no deja de sorprenderse. Pero es perseverante. Está convencida que “si una quiere, siempre se puede. Puede superarse, y siempre se aprende. Si a una le gusta lo que hace, si una lucha por lo que quiere, siempre se puede. El secreto está en creer en una misma y saber que si le pone ganas y pasión a lo que hace, siempre se puede.
La superación a los límites que una se pone, es lo más gratificante, de conseguir lo que querías, saber que vos luchaste por conseguir lo que querías”.
Su abuela, Ana Galazin, fue una de las primeras mujeres ferreteras “que me dejó esa imagen de trabajo, de superación. Tengo el recuerdo vivo de mi abuela atendiendo a la gente en su casa. Hasta hoy quedan algunos clientes que la conocieron, a ella y a mi abuelo, y recuerdan que ella muchas veces cargaba los baldes, las bolsas, o que le ayudaba a mi abuelo a hacerlo. Y por eso se lastimó la espalda una vez”.
Añadió que “tengo ese recuerdo y mucha gente la recuerda así. Es algo muy lindo, además porque la extraño mucho, las historias que siempre me contaba. Me dejaba jugar a mí y a mis primos, sin importar que todo se desparramara. Siempre fue de una familia muy trabajadora. Es muy lindo, me da mucha nostalgia”.