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La pandemia de coronavirus se impone en la agenda de la opinión pública. Y no es para menos. La humanidad se enfrenta a un enemigo propio de una pesadilla y, hasta hace algunas semanas, presente apenas en alguna que otra saga de ciencia ficción. Los infectados y las víctimas fatales se cuentan lamentablemente de a miles y pareciera no haber rincón del planeta que pueda escapar. La sensación es que no hay dónde esconderse.
Y ni hablar si todo sucede lejos de casa. Si al lógico temor, a la incertidumbre de no saber cómo y hasta cuándo, se le suma el destierro, la situación puede ser desesperante. Y aún más si las chances de volver a casa son escasas, como sucedió con miles de argentinos que -por una u otra razón- se toparon con la situación a 5, 10 o 20 mil kilómetros del terruño.
Marianela Landi (21) fue una de esas personas. La posadeña fue una de las últimas argentinas repatriadas desde México, después de una odisea de novela. La misionera juega al tenis y estudia en Estados Unidos, donde inició un periplo de varios días que terminó con final feliz junto a su familia -siempre cuidando de la distancia, claro- en Posadas.
Del larguísimo retorno a casa, que culminó el último martes, y todo lo que vivió en el viaje en un colectivo único para repatriados que recorrió medio país y terminó en Misiones, de todo eso y más, Marianela habló con EL DEPORTIVO, en una entrevista que devela la situación a nivel mundial y nacional respecto al coronavirus.
Marianela, antes que nada, contanos desde cuándo y por qué vivís en Estados Unidos…
Bien, vivo en Estados Unidos desde agosto de 2017. El tenis es mi pasión, juego desde los 7 años y con el deporte y gracias a mi profe en Posadas, Pulga Damus, pude obtener una beca para estudiar allá. Estuve dos años en una universidad de Tennessee y desde hace dos semestres estoy en Georgia, en el College of Coastal, cerca de Atlanta. Allí estoy estudiando Matemáticas y una tecnicatura en Economía.
¿Fue difícil la adaptación?
La verdad es que no me costó mucho, porque llegué y el equipo de tenis de la primera universidad a la que fui hablaba mucho español. Tenía allí dos argentinos que venían de España, entonces con ellos compartía algunas costumbres como el mate. Y después había dos colombianas, una chilena, varios españoles. Todo eso hizo que fuera mucho más fácil.
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Bien, contanos un poco… ¿cómo arrancó el tema del coronavirus en Estados Unidos?
A principios de marzo, en Estados Unidos no se hablaba del tema, ni en la universidad ni en ningún lado. Pero de un día para el otro, explotó todo. Creo que fue el martes 10 de marzo que se empezó a hablar del coronavirus en las clases y los profesores empezaron a preocuparse. Y el jueves 12 de marzo ya todo el mundo estaba hablando del tema, al punto que ese día nos llegó un mail de la presidenta de la universidad en la que nos informaba que se suspendían todas las clases por dos semanas. Ahí nos anunciaban que, en ese tiempo, los profes iban a poder preparar sus clases online.
¿Qué hiciste entonces?
Como en principio, todo se suspendía dos semanas, resolví viajar desde Georgia hasta Cancún, en México, para pasar esos días con mi novio, que es argentino pero vive allá. Los días fueron pasando y ahí comencé a notar que en Estados Unidos cada vez estaba peor el tema, cada vez con más casos. Fue entonces que resolví que tenía que volver a casa, a la Argentina, a Posadas. Eso no fue nada fácil, porque no lo tenía planeado y para esa altura ya comenzaban a cerrarse las fronteras acá. Por fortuna, pude quedarme con mi novio y su familia, así que no terminé varada en el aeropuerto, como sucedió con muchos.
¿Pensás que en Estados Unidos se subestimó el alcance y los efectos de la pandemia?
Personalmente creo que las medidas correspondientes se empezaron a tomar bastante tarde. En general, en universidades y colegios, al menos en Georgia, la reacción fue rápida, pero no así en otras áreas. Tengo amigos españoles en la universidad y estoy en contacto con ellos todos los días. Allá en Estados Unidos, ellos siguen haciendo vida normal, van a la playa sin ningún problema, por ejemplo. Y me dicen que en las calles todavía no se ve tanta gente con barbijos u otros elementos de protección personal.
¿Qué fue lo que más pesó a la hora de decidir volver a casa?
Mirá, si bien estuve en México con mi novio y su familia, quienes me atendieron súper bien, dentro mío sentía que quería volver a estar en mi casa, en mi país. Es como que pensás que, si te contagiás, querés estar en tu casa. En esa situación te das cuenta de cuánto necesitás a tu patria. Es como que no hay lugar seguro en el mundo más que tu país.
¿Cuánto tiempo estuviste en Cancún?
Estuve desde el 13 de marzo hasta el lunes 6 de abril. Ahí en México se notaba que había cada vez menos gente en la calle, pero los comercios seguían abiertos y todavía se podía hacer vida normal, más allá de que cada vez se veía más gente con barbijos y todo eso.
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¿Fue difícil conseguir un lugar en los vuelos de repatriación?
Sí. Empecé enviando mails a la embajada argentina en México, pero no me respondían. Entonces entré en una página de Instagram que se llama “Argentinos varados en el exterior”, donde subían sugerencias y consejos. Ahí pude completar un formulario y registrarme. Desde Cancún salieron varios vuelos de repatriación antes del mío, pero daban prioridad a personas en situación de vulnerabilidad, es decir, con enfermedades prexistentes o, por ejemplo, con hijos.
¿Cómo conseguiste el vuelo?
Mirá, en Cancún había todavía 1.500 argentinos varados cuando me vine, así que tuve mucha suerte en conseguir ese vuelo. Tuve que comprar el pasaje de Aerolíneas Argentinas, algo así como 58 mil pesos. La verdad es que pensé que podían llegar a cobrarme de más por la desesperación que había, pero ese es el precio normal. A diferencia de mi situación, mucha gente que ya había adquirido tiempo atrás un boleto de vuelta tuvo que volver a comprarlo, porque por toda la situación no dejaban cambiar las fechas. Yo por suerte no tuve problemas.
¿Y cómo fue estar en ese avión?
Antes de subir, nos hicieron rellenar dos formularios, uno respecto a la ciudad a la que íbamos una vez que llegáramos al país, porque ellos se iban a encargar de llevarnos. Y el otro formulario era por si tenías síntomas. Y bueno, el avión estaba repleto, la mayoría de gente con barbijos. Yo traté de no hablar mucho con nadie por las dudas (se ríe). Se notaba que la gente tenía miedo pero, a la vez, muchos iban aplaudiendo porque estaban felices de volver a casa.
¿Te hicieron controles cuando llegaron a la Argentina?
Sí, en Ezeiza hicimos colas por tres horas para salir de la terminal. Cuando nos bajamos del avión, nos tomaron la temperatura a todos. Después hicimos otra cola en la que nos dieron una charla sobre cómo cuidarnos; otra fila para que nos pusieran alcohol en las manos y bolsos; otra cola para el trámite migratorio; y otra fila dependiendo de la región del país a la que íbamos, para organizar los colectivos, porque el traslado terrestre lo brindó el Estado. Y bueno, llegamos a las 19 y salimos de Ezeiza a eso de las 22 del lunes. A los que eran de Buenos Aires, los mandaron a hoteles.
La parte final del viaje…
Así es. Y el viaje en colectivo duró poco más de 25 horas. Sucede que en ese cole íbamos pasajeros con destino final a Rosario, Resistencia y Posadas, siempre todos con barbijos. En Chaco se bajó la última pareja y yo quedé sola, era la última pasajera. En el camino nos pararon varias veces. Y de nuevo antes de pasar el puente Chaco-Corrientes. Cuando les decía que volvía de México, empezaban las llamadas a uno a otro, había que esperar un médico, te tomaban la temperatura y de nuevo todo el protocolo. Al entrar a Misiones, también me pararon y me tomaron la fiebre. Llegué a la Terminal de Posadas y llamaron a una ambulancia. Después de todos esos controles, vino la Policía y me acompañó hasta mi casa. Me advirtieron, claro, que si salía de casa me iban a detener.
Fue toda una odisea…
Fue el viaje más largo de mi vida. En todos lados vos decías que venías de otro país y te paraban para hacerte los estudios. La verdad que esto que estamos viviendo es algo increíble. En marzo, en Estados Unidos, nunca imaginé que iba a estar ahora en casa. Siento como si hubiese vivido una película. Es que fue un viaje de película.
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¿Cómo te recibieron en casa?
Cerca de casa, avisé a mis viejos y a mis hermanos que estaba llegando, así que todos se metieron en sus habitaciones y los saludé desde lejos. A mí me prepararon la pieza de mi hermano, que está atrás, aislada del resto de la casa, separada. Así que entré sola y la única que me recibió fue mi perra, que me quiso venir a saltar y saludar, pero me la tuve que sacar de encima, por las dudas.
Es decir que ya pasaste seis días en casa pero aún no pudiste abrazar a nadie…
Claro, claro, somos muy estrictos con la cuarentena. Ya pasaron seis días y todavía no pude darle un beso a mi viejo o a mi vieja. No tengo contacto con ellos más que a la distancia. A la hora de comer, me dejan la comida en una bandeja, yo espero que se vayan y ahí recién voy a buscar. Todo esto es así, es que tenemos que cuidarnos entre todos.
¿Cómo pasás los días?
Bueno, sigo con las clases online, estudiando, y además soy profe de matemáticas y de español en la misma universidad donde estudio, así que también ocupo mis horas preparando las clases. Además, toco el violín y hago ejercicios para no perder el ritmo. El tenis está suspendido y va a ser difícil este año, así que por ahora queda estudiar y esperar que me vaya bien a la hora de rendir los exámenes.
Me imagino que vas contando con ansias los días hasta que se termine la cuarentena… ¿cómo imaginás ese esperado abrazo con la familia?
Sí, sí (se ríe), pero no queda otra. Son 14 días de cuarentena y recién pasaron seis, así que me queda bastante todavía. No llevo contados los días, pero creo que el miércoles 22 de abril cumplo con la cuarentena. Igualmente, si bien no tengo síntomas ni nada, por seguridad voy a permanecer aislada algunos días más. Y el abrazo con mis viejos, con mis hermanos, es lo que más espero. Antes de todo esto, no los veía desde hace varios meses. Ahora los tengo al lado pero tampoco puedo. Me imagino ese momento, va a ser hermoso.
A correr del huracán
Entre innumerables anécdotas que suma Marianela, se cuenta la que vivió en agosto último, cuando el huracán Dorian golpeó a Florida y Georgia. “Nos prestaron un auto y tuvimos que dejar todo e irnos, así de simple, por una cuestión de seguridad. Con una amiga manejamos más de 500 kilómetros hasta salir de la zona de peligro”, contó.
Toda una vida ligada al tenis
Marianela comenzó a jugar al tenis a los 7 años en el Itapúa Tenis Club de Posadas. Compitió en todo el país, además de Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Demostró así su categoría y logró entonces una beca para jugar al tenis y estudiar en Estados Unidos, por intermedio de Pulga Damus.
Respecto a lo deportivo, Marianela cuenta que en Estados Unidos recorrió casi la mitad del país con el tenis. “Hay complejos que tienen más de 60 canchas, es una locura. Todo es muy lindo”, sintetizó la misionera, quien aseguró que la experiencia que vive en el norte del continente “es algo inolvidable que te sirve para la vida, así que es más que recomendable”.