La entrega anterior hablamos de la trampa que encierra la perspectiva que opone economía y salud, y propusimos el enfoque del punto de equilibrio como la forma más adecuada para entender y/o actuar frente a la pandemia con la máxima eficacia y eficiencia posibles.
Si definimos la salud como el nivel de malestar o bienestar (sea este demostrablemente objetivo o subjetivamente percibido), lo sociosanitario establece con qué herramientas científicas contamos para reducir ese malestar o enfermedad.
Un ejemplo de análisis sociosanitario: la inevitabilidad del contagio. Los ciudadanos debemos saber que -con alta probabilidad- vamos a enfermarnos de COVID-19, antes o después, según criterios científicos.
Por lo que sabemos hasta ahora, esta nueva enfermedad ataca mayoritariamente a personas que tienen el sistema inmune debilitado, bien sea por las características propias del envejecimiento (adultos mayores), por tener condiciones inmunodepresoras previas, o la combinación de ambas. Es decir que, en una amplísima proporción, la población presentará síntomas leves por un breve período o ningún síntoma en absoluto al contraer el virus. Y aunque el porcentaje de enfermos severos sea bajo, si el número de contagiados es muy elevado -debido a la infecciosidad del coronavirus-, acaba por desbordar la capacidad de atención sanitaria, produciendo un mayor número de muertes evitables.
Por otro lado, si el contagio masivo es un hecho predecible, la fortaleza o debilidad del sistema inmune es un factor clave en esta enfermedad; deberíamos entonces intensificar la promoción de acciones en salud que lo potencien (ejercicio físico adecuado, alimentación saludable, niveles de estrés moderado, entre otros aspectos). De este modo, los individuos se encontrarán en mejores condiciones de salud para enfrentar la enfermedad y reducir el agravamiento de la sintomatología cuando el contagio suceda.
Mantener la curva de propagación aplanada es útil para no colapsar los sistemas sanitarios, pero no para mejorar las condiciones inmunológicas per se frente a la enfermedad.
Lo anterior constituye un claro ejemplo de análisis sociosanitario.
Muchas disciplinas, un común objetivo
Aunque solemos pensar en esta dimensión como los recursos exclusivamente médicos, se trata, más bien, de la integración e inclusión de todo el conocimiento sobre un tema determinado con el fin de reducir un daño en la salud o incluso, mejorarla. Cuando tratamos temas tan complejos como los efectos de una pandemia y los mecanismos para su control, no podemos esperar que médicos, infectólogos o epidemiólogos puedan solucionarlos por sí mismos. Tampoco los economistas, sociólogos o psicólogos, entre otros, pueden encontrar una respuesta aislados. Lo sanitario debe pensarse desde un enfoque interdisciplinario y aplicado: de acuerdo al tipo de problema en cuestión, deben participar todas las disciplinas relevantes para definirlo y debe estar orientado a la aplicación práctica (terreno o campo) para su efectiva solución.
Primum non nocere o no hacer un daño mayor que el que produce la enfermedad. Definimos el punto de equilibrio como el punto óptimo y dinámico entre las capacidades sociosanitarias y las capacidades socioeconómicas para dar respuesta a un problema de salud concreto, definido con las herramientas de conocimiento y tecnología disponibles en un momento determinado.
Por lo tanto, este modelo plantea reflexionar sobre los elementos a tener en cuenta ante los efectos de la pandemia y encontrar el punto del menor daño posible.
Un enfoque diferente de la salud pública
Al comprender la cuestión interdisciplinaria y aplicada de lo sociosanitario, sumada a la consideración del punto de equilibrio, estamos en condiciones para realizar la mejor gestión de la salud pública posible.
Dependemos de la investigación y experimentación para producir ciencia y tecnología y un adecuado tratamiento sociosanitario de estas respuestas (interdisciplina y aplicación) para generar mejoras de nuestros niveles de bienestar, pero es aún más crucial una adecuada gestión de la salud pública, es decir, como ese conocimiento se aplica realmente para dar respuesta a las amenazas en la salud de la población, reduciendo sus efectos y daños.
Lo primero a considerar es la necesidad de contar con mesas de expertos de todas las áreas (sociólogos, médicos, administradores, representantes del sector social, empresarial y laboral, psicólogos, especialistas en comunicación, legisladores y representantes políticos, expertos en innovación, tecnologías, logística, entre otros) para: a) realizar un análisis de los factores implicados y definir el problema. b) aplicar o desarrollar tecnología. c) crear estrategias y agenda. d) medir sus resultados (evaluación) y modificar procesos. e) comunicar el análisis, la agenda, los resultados y los ajustes, eficazmente.
Tenemos integradas así las dimensiones psicosocial, socioeconómica y sociosanitaria alrededor del enfoque del punto de equilibrio, con lo cual podemos establecer soluciones expertas a problemas complejos, como el que estamos atravesando actualmente.
Por Saxa Stefani Irizar Psicólogo, investigador y docente