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Los primeros días de cada mes la vivienda situada en Ángel Acuña 466 se llena de pilas y pilas de sobres que llegan del correo. Aunque suene insólito la misma dirección es compartida por todos los vecinos del barrio San Roque; pero no es lo único que tienen en común: el 90% de sus habitantes también comparte algún grado de parentesco. Allá por 1940 cuando Villa Sarita era un humilde poblado a las afueras de la ciudad, cerquita del río Paraná, se fueron asentando distintas familias, las cuales en cinco generacionales fueron estrechando vínculos de amistad y de sangre.
“El barrio fue atravesando distintos momentos de transformación. La más importante fue sin duda cuando comenzó a construirse la costanera y la gran mayoría fue relocalizada en distintos barrios de Posadas: San Lorenzo, Johasá, Itaembé Miní, Fátima y otros”, recordó Javier Noguera uno de sus miembros que vio transcurrir la mitad de la vida del barrio desde su casa materna.
De hecho, actualmente el barrio comienza en Ángel Acuña 466, al lado de la iglesia San Roque y desde allí se encuentra una hilera de casitas todas pegadas entre sí, en un pasaje sin nombre y donde residen todos quienes son parientes. “Sin ser exagerado hace 50 años teníamos a toda la familia viviendo en el barrio y ahora, aunque muchos se fueron, la mayoría seguimos juntos”, indicó.
“Acá llegaron nuestros bisabuelos y nacieron nuestros abuelos, nuestros padres y ahora los hijos. El barrio es parte de nuestros lazos de sangre”, añadió el hombre.
Tíos, primos, primos hermanos, abuelos de los apellidos Noguera, Bareiro y Vázquez tienen también en la sangre el sentir de un lugar que los vio crecer y unirse mucho más con el paso de los años.
“No sólo nos relaciona el parentesco, sino también el fútbol. Todos somos socios del Club Guaraní y eso hizo que nuestra amistad trascendiera los lazos de sangre. Muchos de nuestros familiares que fueron relocalizados encontraron en el fútbol la excusa para volver y eso nos hizo inseparables”, confió Javier.
Si bien ahora, a consecuencia del aislamiento obligatorio, las juntadas quedaron interrumpidas, la familia siempre es la familia y sus miembros encuentran la forma de atender todas las necesidades de sus integrantes. Así nació la idea de constituirse como grupo solidario para llevar comida y otros elementos indispensables a quienes ya no viven allí.
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Un símbolo de unión
Eulalia Barreto podría decirse es, en el árbol genealógico del barrio, el principio de las raíces que iban a echar las familias con el paso de los años.
“Ella era una mujer muy especial del barrio porque además todos recurrían a ella para curar el empacho y otras artes que le atribuían como curandera”, recordó Javier sobre su abuela.
“Ella también era la curandera de los jugadores de Guaraní, porque antes se tenían fuertes creencias sobre la buena suerte y las cábalas en los partidos”, sonrió.
“Hay una historia muy fuerte con nuestra familia y Guaraní porque en su momento le llevaban las camisetas para bendecir al equipo”, rememoró sobre la rica historia del barrio y sus integrantes íntimamente relacionados entre sí.
Durante un tiempo también pasaron por allí, como vecinos, personajes de la cultura local quienes escribieron canciones, poemas y hasta identificaron el barrio con la cartelería, todos elementos de la memoria colectiva que persisten al día de hoy. “Hay mucha historia, hemos resistido varios intentos de desalojo, pasado por situaciones extremas y ahora una cuarentena por pandemia y acá estamos, juntos y resistiendo”, enfatizó el vecino.
La abuela de todos
Eulalia Barreto miembro inicial de quien luego se formaron todas las demás líneas de parentesco fue una mujer muy querida y reconocida como la curandera del barrio y del Club Guaraní.