Por: César Daniel Batista
El centro de la ciudad estaba vacío. Nada es más melancólico que caminar un domingo a la tarde por las calles de Posadas. Esas mismas calles que días antes estaban repletas de personas, que se empujaban en busca de un lugar, ahora parecían desiertas. La vereda estaba a disposición de Don Aurelio, quien amaba los domingos céntricos de la ciudad. Se paseaba con plena libertad al caminar, disfrutando cada paso que daba.
Era otoño, con aire invernal. Don Aurelio caminaba con lentitud, pensando cuando llegaría la hora de jubilarse. En su tiempo mozo fue uno de los mejores empleados en la oficina de correo, pero ahora, con el peso que traen los años consigo ya no tenía la lucidez de épocas anteriores. Creía que había llegado el momento de darle fin a ese estilo de vida que tanto lo sofocaba, y dedicar su tiempo para sí mismo.
Se paró taciturno frente a una vidriera, y contempló a través del cristal la exhibición de vestidos. Cuánto deseó tener una compañera de vida. La única vez que estuvo realmente enamorado, fue de una colega del correo. Ella era galante, de ojos color café que irradiaban ternura y tenía una piel trigueña tan fresca como el agua de manantial. Su figura esbelta y porte seductor, captaban la atención de cualquier mortal.
« ¿Por qué tuvo que ser así? » se dijo al continuar viendo la prenda que entallaba el frío maniquí. Era un vestido de seda fina que ansiaba el calor corporal. Suspiró imaginando tenerla allí y comprarle el hermoso vestido y que ella esbozara esa sonrisa tan encantadora, de la cual él se había enamorado. Pero el tiempo, tirano en su juego, se interpuso truncando el amor, dejándole un gran vacío en su costado izquierdo.
Una carcajada robó su momento melancólico. Giró su cuerpo para ver de dónde provenía, pero no vio a nadie. « Qué extraño… » Carraspeó y continuó ensimismado en su caminata. No se percató que estaba a tan solo unas pocas cuadras del lugar que trabajaba. Ese que tanto amaba, y a la vez, el que se mostraba reacio en los últimos años. “Junín y Bolívar” comprobó en el indicador de la calle. Automáticamente elevó su vista al cielo aterciopelado, intentando encontrar su oficina, entre las muchas que tenía el enorme edificio. « Pasé toda mi vida entre esas cuatro paredes » murmuró.
Lo último que quería hacer en su paseo de domingo céntrico era ver aquel sitio rutinario, por ello inmediatamente se dispuso a continuar su camino. Pero unas risas traviesas se oyeron justo detrás de él. Estaba completamente seguro que no fue producto de su imaginación. Don Aurelio estaba preso de la curiosidad y con la necesidad de darle un poco de adrenalina a su vida. Escuchó claramente que era una mujer quien reía, pero no veía a nadie cerca. Escudriñaba el lugar, su vista recorría los rincones de las calles cómo un águila en búsqueda de su presa.
Se dirigió presuroso a la oficina de correo. Plantó su presencia en la puerta del edificio, esperando la llegada del guardia de seguridad. El rocío caía con lentitud, llevando un hálito frío en el cuerpo de Don Aurelio. Esperó por más de diez minutos, pero el guardia no se hizo presente. Decidió continuar con su caminata.
Las calles de la ciudad continuaban vacías y nostálgicas. Al pasar tres cuadras una voz atormentó sus oídos. Ya no eran risas, sino que la alegría fue reemplazada por gritos ensordecedores que atravesaron sus delicados tímpanos. « ¡¿Qué fue eso?! » inquirió, tratando de encontrar una explicación.
En un idioma ininteligible percibió un incontenible llanto, colmado de dolor y sufrimiento. Pensó « debe ser una broma, de mal gusto por supuesto. Molestar a un anciano por pura diversión ». Se frotó las alargadas manos y ladeó su vista con cierta esperanza de encontrar a alguien.
No había nadie. Un frío recorrió su espina dorsal. La respiración comenzó a entrecortarse. En su amplia frente las gotas de sudor por la caminata se mezclaban con las del temor. Seguía escuchando los gritos, en plena soledad céntrica. Cada vez más cadentes y vacías. Y ya no supo si los gritos pertenecían a un muerto, o era él quien estaba muriéndose por dentro.
El autor
27 años, nació el 8 de abril de 1993, en Posadas, Misiones. Profesor en Historia y miembro de la Sadem Joven. Participante en “Antología – Sadem Joven”, publicada 2019. Ganador del tercer premio en el concurso “Los Millennials también escriben sobre amor, locura y muerte”. Redes Sociales: Instagram: @cesarbati.oficial Twitter: @CesarBati_Of