Por Sergio Dalmau
Sentado en mi departamento, mientras todavía trato de cumplir al máximo posible el aislamiento, miro por la ventana y busco hacer memoria para recordar cuántos días llevamos de “cuarentena”. A esta altura las cifras se me mezclan, sé que son más de 80, pero la cuenta la perdí hace rato. Lo que sí tengo presente es que hace no mucho tiempo, precisamente en Pascua, me encontraba en esta misma situación: reflexionando y convencido de que estábamos, a pesar de todo, ante una oportunidad para comenzar a cambiar muchas cosas.
Hoy, creo que lentamente todo va volviendo a la normalidad. Claro, quizás exista de ahora en más una nueva normalidad, pero también estoy convencido de que hay cosas que nunca cambian y ejemplos sobran. Podría aquí citar a Eduardo Galeano y decir que tenía razón cuando expresó que “en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”.
A esa afirmación que describe en parte la naturaleza del hombre, en este momento puedo agregarle al menos una conducta más, la de crear bandos y generar constantemente enfrentamientos.
El accionar de la Justicia liberando a los violadores, la motivaciones políticas encubiertas detrás de una “falsa pandemia”, la efectividad de las medidas de aislamiento y la intervención de una empresa llamada Vicentín, son temas de nuestra agenda mediática y si bien parecen no tener nada en común, son elementos centrales de los debates en redes sociales y volvieron a convertir a las mismas en un verdadero escenario de peleas virtuales.
Lejos quedó esa unidad que supimos mostrar cuando la mayoría de la población tenía miedo acerca de lo que podía pasar con esta nueva enfermedad y volvimos al ruedo calzándonos los trajes de “especialistas en casi todo”.
Con el correr de los días, acontecimientos de la agenda política y económica se fueron abriendo más espacio en los temas de conversación y volvieron a florecer las divisiones, aquellas que muchas veces parten de los propios actores políticos y que se trasladan de forma instantánea al resto de la población. Y es esa grieta de la que tanto hablamos la que encuentra terreno fértil para ensancharse en las distintas plataformas virtuales.
Y es que sí, las redes sociales nos dieron la posibilidad de explayarnos y que nuestro punto de vista sea leído por centenares de personas. En este escenario, muchos no buscan captar seguidores, se conforman con estar en el centro del debate. En este sentido, las redes sociales se convirtieron en el ambiente perfecto para un argentino promedio, aquel que nunca va a desaprovechar la oportunidad de decir lo que piensa sobre determinado tema y menos si se siente interpelado directa o indirectamente.
Así es como de la noche a la mañana podemos pasar de ser jueces a infectólogos, de políticos a economistas y ya prepararnos para la nueva especialidad que nos pueda llegar a demandar el tema de mañana.
Con Internet ampliamos el acceso a la información pero al mismo tiempo perdimos la costumbre de chequear las fuentes. Dejamos de ser simples destinatarios y nos encontramos con la posibilidad de ser nosotros mismos los generadores de contenidos; actividad que llevamos a cabo sin tener presente la responsabilidad que eso conlleva. Que las redes sociales sean nuestro campo de acción nos expone constantemente al peligro de ver, generar o reproducir informaciones falsas.
Es entonces cuando la gente empezó a creer que a través de un perfil de Facebook, Twitter o una cuenta de WhatsApp se difunden conocimientos únicos para legitimar así el mensaje. Muchos piensan en que son los únicos en recibir algún audio grabado por una eminencia en la temática del momento y con ese archivo en su poder se sienten en la obligación de expandirlo.
En este contexto, si uno recorre las distintas plataformas, vamos a encontrarnos con discusiones que constantemente están protagonizadas por la falta de respeto y entre los pocos argumentos brindados sobre algún tema, descubriremos meras repeticiones disfrazadas de grandes reflexiones y que en realidad tienen la misma profundidad que una simple chicana.
Nunca falta aquel que vierte sus opiniones judiciales citando al azar artículos de la Constitución Nacional que se le vienen a la mente porque los estudió en la secundaria durante una clase de Ética.
También está el que por un rato se pone el uniforme del médico y te demuestra con datos de estudios universitarios de dudosa procedencia que en el mundo se muere más gente por gripe que por COVID-19. Por último, a no olvidarse de aquel militante que te recuerda constantemente que “vamos a ser Venezuela” y tampoco del que siempre está celebrando alguna medida del Gobierno con unas pocas líneas del relato oficial.
Y así estamos navegando en un mar de opiniones sobre cuestiones que tal vez hasta la noche anterior nunca habíamos escuchado hablar. Oímos a algún político o periodista de renombre y nos aferramos a su mensaje y cual copia fiel del original lo vertimos en la red social. Si hay algo que perdimos, son los límites, ya casi nadie decide llamarse a silencio por no conocer un tema en profundidad.
Es que ahora todo parece más fácil, aquella información que uno buscaba leyendo la Constitución Nacional, los expedientes judiciales y los informes elaborados por entidades reconocidas o los organismos oficiales, ahora están siendo reemplazadas por alguna publicación viral, que te sintetiza todo en un concepto y además claro, de seguro te da la tranquilidad de que el “ignorante” es aquel que publicó algo diferente.
Entramos en el círculo vicioso del hablemos sin saber y cada día crece más. Repetimos mensajes que muchas veces ni siquiera representan realidades. Están las publicaciones que hablan de médicos que entregaron su vida, acompañadas de fotos de actores y nunca faltan las comparaciones absurdas entre acontecimientos y tampoco las analogías desacertadas entre diferentes causas judiciales. Pero ahí estamos, participando activamente de discusiones sobre temas que apenas conocemos.
Y no es casual que hable de discusiones, ya que verdaderamente son eso. No existe un diálogo, se trata de hacer que el otro piense de la misma manera que yo; nadie busca llegar a un consenso. Aunque no tengamos datos confiables, tenemos la verdad absoluta y nos transformamos en militantes digitales de la verdad.
Como dije antes, aunque estaría bueno parar la pelota, es imposible volver a comenzar el partido, porque hay cosas que nunca cambian. Entonces, ante esta realidad, reflexionemos y tengamos presentes nuestras limitaciones. Abramos paso a la información de fuentes confiables y sobre todo analicemos la situación.
Siempre recuerdo: “No siempre el que calla otorga” y “es mejor guardar silencio y ser considerado un tonto, que hablar y despejar las dudas de todos”.