Por: María Fernanda Paredes
Hace mucho, mucho tiempo, un gran sabio creó un maravilloso reino. En él, todo era hermoso y perfecto. Las personas, eran muy inteligentes y vivían en armonía. Sí, fueron dotados de mucha sabiduría y poder para crear lo que necesitaran, lo que quisieran.
Fue así que comenzaron a descubrir y crear grandes cosas ¡Cosas increíbles! Y todo eso, los hacía felices. Siguieron descubriendo y creando más y más. A medida que uno descubría algo nuevo, el otro trataba de superarlo.
Así, casi sin darse cuenta, comenzaron a competir y a invertir largas horas en descubrir. Poco a poco, fueron cambiando sus rutinas ¡Estaban muy ocupados!
Ya no compartían momentos entre amigos y a veces ni con la familia. No porque no quisieran, sino porque simplemente no tenían tiempo.
A esta nueva forma de vida y a las competencias, le siguieron los celos, la envidia, los reclamos y las discusiones, que muchas veces desencadenaban en grandes peleas. Pero seguían trabajando en sus objetivos.
Poco a poco, se fueron alejando unos de otros. Fue entonces que el creador, triste por verlos pelear y tan separados, decidió ponerlos a prueba.
Un día, repentinamente, todo oscureció. Afuera se llenó de una espesa niebla que no les permitía verse los unos a los otros, únicamente a sus familias.
¡Se asustaron mucho! Y se refugiaron en sus casas muy desconcertados ¡Nadie entendía qué estaba pasando!
Algunos sonreían con ironía y pensaban, que así sería mucho mejor, que no tendrían que cruzarse con los demás, que nadie los molestaría. Otros, comenzaron a desesperar y a pensar en cómo salir de esa situación. Trataron de inventar algo que disipara esa espesa y tenebrosa niebla.
Jamás conocieron algo similar, nunca lo habían vivido. Y los transgresores, se organizaron para salir a pesar de ella. Lo intentaban, pero caminaban completamente a ciegas y eso les causaba mucho miedo, por lo que tuvieron que quedarse en sus casas.
Mientras tanto, un grupo de personas, muy valientes, “héroes” los llamaban, se quedaron afuera trabajando, investigando, buscando la manera de cómo salir de esa horrible situación.
Los que se quedaron en casa, empezaron hacer otras cosas que antes ya no lo hacían. Muchos aprovecharon para descansar, compartir con sus familias, jugar con los niños, conocerse más los unos a los otros, ¡Hasta a sí mismos! Otros, que no tenían cerca a sus seres queridos, sentían sus faltas y la soledad les comenzó a doler más.
Pasaron días, meses y todo seguía igual. Entonces, sintieron más la soledad. Muchos tenían todo lo necesario, pero estaban solos y se dieron cuenta de lo valiosas que son las personas. De la importancia de mirarlas a la cara, de abrazarlas, de compartir una reunión con amigos, con compañeros de trabajo… hasta charlar con los vecinos.
Extrañaron cosas sencillas. Un abrazo, una sonrisa a cara descubierta; tomarse de las manos, salir a caminar, a correr; compartir unos mates… momentos simples con la familia.
Ya no sentían ganas de pelear o de competir, sino más bien, de ayudar.
¡Y se hizo la magia!
Ayudaron en lo que podían, para que otros se sintieran bien. Así, fue mutuo el bienestar.
Se dieron cuenta del valor del otro, de la naturaleza que ya no podían disfrutar… de la vida.
Muchas cosas pasaron. Mucho aprendieron, cada uno a su manera. Ya no volverían a ser las mismas personas ¡Jamás!
Entonces el sabio creador, que estuvo observando y escuchando todo, desde lo alto del infinito, los vio tan diferentes y decidió
darles otra oportunidad. Y… una mañana, lentamente comenzó a verse de nuevo, el brillo del sol. La niebla fue desapareciendo…
¡Todos pudieron salir de nuevo a la calle! Corrieron a abrazarse, no importaba con quién. Dejaron de lado las diferencias y lloraron de felicidad ¡Rieron a carcajadas con la cara descubierta! Y celebraron cada minuto de esa nueva oportunidad.
¡Habían sobrevivido a una dura prueba! Habían recuperado la humanidad…