En muchas ocasiones durante los últimos meses hemos desarrollado en esta columna la descripción del contexto del que venimos, en el que estamos y hacia dónde nos dirigimos. Lo hicimos y lo seguiremos haciendo teniendo como único objetivo que el lector cuente con las herramientas necesarias para una mejor toma de decisiones. No fueron pocas las líneas que advertían del estado de las cosas con el fin del macrismo el año pasado.
Tampoco se ahorraron letras para describir el ocaso que representó casi en tiempo récord la administración de Alberto Fernández.
Hoy es el INDEC el que describe y le pone números a la situación dándonos la razón en el pasado y en el presente y, consecuentemente, argumentando nuestra tesis acerca de que nos adentramos a una de las peores crisis de la historia argentina.
En el primer trimestre del año, es decir en la prepandemia, el PBI resultó tremendamente afectado por la profunda recesión que Argentina sufre hace ya más de dos años y se contrajo un 5,4% en comparación con el mismo período del año anterior.
En el mismo lapso, la desocupación registró una leve suba y alcanzó el 10,4%. Sin embargo el impacto de la pandemia sobre el empleo aún no se habría reflejado en esta estadística, ya que la cuarentena fue impuesta sobre el final del período, el 20 de marzo último.
La foto de la puerta de ingreso a la crisis previa a la cuarentena, cuyos números quedaron oficializados ayer, hablan de una situación que ya en ese instante era determinante.
El surgimiento de la pandemia y el fulminante parate de más de tres meses profundizaron insospechadamente la debacle haciendo que muchos emprendimientos de diversa envergadura cayeran en una crisis insostenible.
Decíamos semanas atrás que a partir de ahora comenzaremos a ver el peor rostro de la crisis y las cifras de ayer del INDEC así lo demuestran. El retardo que protagoniza el Gobierno en adoptar medidas que frenen la inercia se vuelve llamativo. Y es que prácticamente no queda margen para torcer el rumbo.