Dary Nelson Lucas dejó su oficio de jangadero para dedicarse a otro, un poco más tranquilo y se puso a trabajar como balsero en El Soberbio. Como jangadero hizo más de 60 viajes aguas abajo por el río Uruguay, llevando jangadas de madera desde el puerto de El Soberbio hasta las provincias de Corrientes y Entre Ríos. Su nieta, María Celia Lucas, puso letras a las palabras de Dary en un libro que él siempre soñó escribir.
El hombre se radicó en esta localidad fronteriza en 1963, para hacerse cargo de la balsa que unía a esa ciudad con Porto Soberbo, Brasil. Por más de cinco décadas dejó estelas en el apodado “río de los pájaros” y durante otras cuatro, atravesó el cauce, a diario, entre los dos muelles.
Nació el 2 de diciembre de 1927 en la localidad de Alba Posse, y murió el 18 de julio de 2006, mientras construía su propia lancha, en El Soberbio. Se casó con Renita Götz y tuvo tres hijos: Héctor Nelson, Luis Eugenio y Estella Maris, que le dieron once nietos y quince bisnietos.
Para Dary Nelson Lucas, ser marinero del Uruguay fue amor a primera vista. “Mi interés por el río y la navegación comienza -por casualidad o destino- cuando tenía entre ocho y diez años. Vivía con mi madre y mi padrastro a orillas del arroyo Mangueron, paraje 3 Bocas, en Alba Posse, y apareció la necesidad de ir al pueblo a vender huevos y, más tarde, pescado.
Teníamos un caballo y me iba al puerto con 15 o hasta 20 docenas para hacer unos pesitos, de los que me permitían ocupar para comprarme ropa y demás. Como veía pasar embarcaciones de todo tipo cerca del lugar en el que vivía, quise conocer el puerto, ver de cerca cómo se cargaba y conocer esa vida de embarcado. Quien diría que me atraparía por el resto de mis días”, describió en las páginas del libro “Toda una vida navegando un río no navegable”, que publicó su nieta María Celia Lucas, años después de su muerte, cumpliendo el sueño del abuelo.
Durante su niñez, Dary incursionó en muchas cosas, y consiguió trabajo en una sedería en Alba Posse. Su patrón, el señor Zarate, se compró una lancha a la que bautizó “La Hilaria”. Ese fue el destape que necesitó el mozo. “No podía embarcarme porque no tenía edad, pero hacía algún viaje ‘chimbo’. Y entonces se estaba ya en lo que había soñado”, narró Lucas en el libro de su nieta.
“Y a partir de allí comenzó mi peripecia, pues la navegación en este río ‘no navegable’ resultó ser más difícil de lo que pensaba, principalmente, en bajante. En verano se hacía el transporte de cargas desde San Javier al Norte, Alba Posse, Pindaití, Saltito, Colonia Aurora, Londero, El Soberbio y Colonia Paraíso. Y en épocas de creciente, trasportaba las jangadas a Santo Tomé, Paso de los Libres, Monte Caseros y Federación”, agregó.
Los viajes llevando jangadas por el río Uruguay, desde los puertos madereros de El Soberbio y zonas vecinas, hasta el Puerto de Federación, en Entre Ríos, duraba entre quince y 20 días. “Opino que no es mucho el riesgo que se enfrenta, en cuanto a la pérdida de madera, me refiero. En 60 viajes que creo tener, se rompieron totalmente dos jangadas por tormenta”. Eso hablaba de un buen “capitán” de jangadas, como era Dary.
Una de las metas que siempre se propuso fue la de dejar escrito en un libro sus anécdotas y su trabajo como jangadero y como balsero. “Tenemos que escribir todo esto en un libro para que quede para otras generaciones. Tiene que quedar escrito para que sepan cómo se hacían las cosas en otros tiempos y cómo era el trabajo de la gente”, dijo Celia Lucas, autora del libro de las memorias de su abuelo, que era un pedido que reiteraba con frecuencia.
Para describir lo que significaba navegar por el río Uruguay, el hombre contó una de sus experiencias. Lucas fue maquinista en las jangadas pero en el libro cuenta que le tocó ser “práctico” en una jangada.
“Aquí tengo que hacer una aclaración, sobre el rol del ‘práctico’ en los ríos navegables, en el mismo Uruguay, desde Concordia hacia el Sur, el Paraná, el Paraguay, para ser práctico es necesario hacer un curso, rendir un examen obteniendo un título como tal otorgado por la Prefectura Naval Argentina (PNA), en cambio aquí, como no es navegable, no hay boyas ni cartas marinas, y el conocimiento se adquiere sobre el terreno, pasando lo aprendido de persona a persona”.
A fines de la década del 50 el trabajo de la jangada comenzó a disminuir y Dary Nelson Lucas comenzó a buscar una nueva alternativa de trabajo. Su pasión por el río Uruguay no le permitió buscar otra chance que no fuera una tarea en el cauce. Adelantándose un poco, tal vez a otros jangaderos, consiguió la concesión argentina de la balsa entre El Soberbio y Porto Soberbo.
Aunque sus descendientes dicen que su intención era conseguir la concesión de la lancha del puerto Alba Posse, que era el lugar donde nació y en ese entonces tenía mucho más movimiento intrafronterizo.
Héctor, uno de sus hijos, relató a Ko´ape que “él vio que las jangadas estaban en su punto límite, que le quedaban poco tiempo. A la orilla del Uruguay ya se estaban acabando los montes y se comenzaba a usar la ruta nacional 14 para ir a otras ciudades. Entonces él comenzó a ver nuevas oportunidades de trabajo, siempre en el río, que era su vida.
En el puerto, lo entusiasmaba ver a tanta gente que se movilizaba de un lado al otro, de un país a otro, para hacer compras. Lo entusiasmaba mucho y buscó la posibilidad de conseguir la concesión de una balsa. Consiguió acá en El Soberbio, y se vino”.
En 1963 se hizo cargo del cruce fronterizo en El Soberbio. Héctor añadió que “papá llegó en el año 1963 y se hizo cargo del paso fronterizo entre puertos. El puerto había comenzado a funcionar en 1961. Cuando mi papá vino acá, en el puerto no había lancha a motor. Él fue quien trajo la primera, que fue toda una novedad para la zona, era grande para esa época, por la cantidad de gente que pasaba.
Tenía techo y comodidades para los pasajeros. Sólo pasaban pasajeros, no automóviles como ahora. Hasta que llegó con su lancha se pasaba con canoas a remo”. Hubo épocas muy buenas “para nosotros, donde se llegaron a pasar 1.500 personas en un día, de un lado al otro. Los brasileños venían a comprar los productos básicos como comestibles.
En esa época se trabajaba en el puerto con dos lanchas nuestras, y dos del lado brasileño”. Pero también hubo otra época muy mala, “creo que fue a fines de la década del 70, que no pasaba nadie. En una tarde pasaban cuatro o cinco personas. Esa época fue muy fea y mi papá no sabía qué hacer porque no alcanzaba para vivir”, narró el hijo del balsero.
Los altibajos del negocio de la balsa estaban atados a la economía de Argentina y del Brasil. Pero cuando sucedía en nuestro país “golpeaba más duro a los emprendedores como Dary que buscaba superarse y mejorar sus instrumentos de trabajo”. Manifestó que “en el año 70 y pico, quisimos hacer balsa acá en un amarradero, pero no pudimos.
Habíamos sacado un crédito del Banco de Desarrollo y se compró hierro y otros materiales para la construcción de una nueva embarcación, pero la inflación no nos dejó. La inflación era tan alta que no pudimos concretar el sueño de mi padre. Me acuerdo que esa situación puso mucha presión a la familia”.
En ese entonces “yo estaba estudiando en Posadas. Papá vendió todos los hierros y materiales que había comprado y devolvió la plata al banco. Canceló la deuda y suspendió el préstamo. Ahí los brasileros ofrecieron hacer la balsa allá. Mi mamá era brasileña y se pudo asociar con compoblanos para hacer la balsa allá. Por muchos años trabajamos con esa balsa”, contó.
Pero el hombre con alma de emprendedor no se quedó quieto y buscó concretar el sueño truncado de construir su propia balsa. La oportunidad llegó en los primeros años de la década de 2000. “Recuerdo que hubo un tiempo en que EMSA privatizó o vendió una cantidad de hierros y tanques. Mi papá vio un aviso en el diario que una persona los vendía.
Se comunicó con el vendedor y compró a un precio módico, un tanque inmenso y materiales metálicos que eran para desguace. Nuestra balsa ahora está construida con un tanque grandísimo que utilizaban en EMSA, creo para depósito de combustible. Tiene un grosor de ocho o diez centímetros”.
La autora del libro “Toda una vida navegando un río no navegable”, María Celia Lucas, contó que la idea de escribir el libro fue de su abuelo, que quería dejar constancias de cómo era el río, cómo se hacían los trabajos en el Uruguay, y las memorias del balsero.
“El libro nació de él y cuando yo tenía diez años, me dijo una vez que tenemos que escribir algo juntos. Después de grande siempre escuchaba que decía tenemos que escribir un libro para que quede en la memoria de la gente. Estas cosas no se van a repetir. Las nuevas generaciones tienen que conocer cómo era antes. No hay que dejar que quede en el olvido. Eso fue lo que me movió a publicar el libro que él me dictó”.
De Indiana a Don Dary
Dary no pudo ver su obra de ingeniería terminada, navegando en Uruguay, fondeando de orilla a orilla. Cuatro años después de su muerte, los herederos lograron concluir la tarea. Tres años se tardó la habilitación para que pueda echarse al río. la balsa debía bautizarse “Indiana” pero en homenaje a su memoria se llama “Don Dary”.