Llegué a esta provincia desde mi Rosario natal, con el diploma de arquitecto bajo el brazo, sin estrenar, el 31 de julio de 1965, para dirigir la obra de una iglesia adventista en Jardín América, cuyo proyecto lo habíamos trazado recientemente como tema de taller en la Facultad de Arquitectura con mis compañeros Carlos Gainza y Federico Sharp que estaban terminando su carrera. Antes de mi llegada, ya estaban trabajando en la provincia unos pocos arquitectos.
Con el tiempo conocí a casi todos: Emilio Fogeler, Mary González, Francisco Degiorgi, Tito Morales, Héctor Mascarino, Eduardo Hitce, Armando Crivello, Fernando Iturrieta, Lucio Tovar, Rubén Marelli, Aldo Actis, Fernando Benitez, quienes me precedieron radicados en Posadas, que hacía pocos años había dejado de ser capital del Territorio Nacional para convertirse en Capital de la Provincia.
El interior y Posadas
Jardín América había sido fundada apenas 18 años antes por miembros de la comunidad adventista que decidieron edificar su templo con el proyecto que habíamos trazado con mis compañeros de estudio.
Así comenzó mi aventura misionera: recién recibido, recién casado, con toda la capacidad de asombro en su plenitud y la convicción juvenil de no reparar en la falta de agua corriente, de red de teléfono, con cortes de energía por la noche, 60 kilómetros de camino de tierra, que se convertía en barro intransitable al llover -y llovía mucho- sin vehículo propio y lo más difícil resignarse a habitar una casita de tablas de madera, con techo de cartón, pozo de agua a 10 metros de la casa y una letrina como única instalación sanitaria.
Eso sí, estaba en medio de la exuberante naturaleza, con sus relieves de una belleza tan singular, que motivaron a Alberto Roth a encabezar sus notas el diario “Cartas a Misiones, la hermosa”. Como era el único arquitecto en muchos kilómetros a la redonda, lejos de asumir la referencia de mis colegas, tuve que competir con la sabiduría de pioneros que lo sabían todo. Estaba tácita la pregunta: ¿para qué un arquitecto? Si hasta ahora se ha hecho todo sin él.
La realidad era que solo, en los centros urbanos más estructurados y en algunas localidades del interior se encontraban diseminadas valiosas muestras de arquitectura, que datan de la época de la provincialización. Todavía las podemos apreciar -o lo que queda de ellas en algunos casos- siendo hoy patrimonio cultural, motivo de serios estudios historiográficos en los claustros universitarios.
El Hotel de Turismo, la Plaza 9 de Julio y el Centro Odontológico de Posadas, las Hosterías de San Ignacio, Montecarlo, San Javier y Apóstoles, el Hotel del ACA en Eldorado, la Escuela Normal de Alem, dejaron la impronta de arquitectos como Rivarola y Soto, Pomar y Morales, Clorindo Testa y Marcos Winograd, además de la participación de Alejandro Bustillo en la columnata del Cementerio, por ejemplo. Debemos valorizar también las expresiones de arquitectura espontánea del hábitat rural, que con precarios medios dieron adecuada respuesta a las necesidades del colono misionero.
En materia de urbanismo, no se puede omitir la mención del Plan Urbis de Bacigalupo, Kurchan, Ugarte y otros, del que quedan rastros en el edificio de la Placita y en el ensanche de las calzadas de las calles Junín, Santa fe y Salta de Posadas. Mucho más reciente es el aporte de las obras complementarias de la EBY que cambiaron la mirada de la ciudad, proyectándola al río.
Lo que casi nunca se menciona es que todo lo que incorporó la EBY a la configuración urbana de Posadas, Garupá y Candelaria en su esencia, estaba propuesto por el arquitecto Jorge Vivanco, en lo que denominó Plan Posadas, convocado en dos oportunidades por el municipio (1972- 1982). Carlos Borio (actual presidente del Colegio de Arquitectos), Rogelio Granollers, María Celina Matera, Mary Marenco, Alcides Casañas y otros fueron actores del multidisciplinario equipo que Jorge Vivanco movilizó para concretar el plan.
La EBY, a pesar de las oscuridades de su trayectoria, aportó actualizaciones necesarias, los contratos y la supervisión de todas las obras complementarias, además de la relocalización de los habitantes que poblaban el área sujeta a expropiación a causa de la cota del embalse. Durante mi paso por la Secretaría de Planeamiento Urbano, accedí a las copias de los originales de Vivanco, a quien se lo recuerda apenas con el nombre de una avenida del oeste de Posadas. Hace un tiempo, por iniciativa del Colegio de Arquitectos, se implantó un busto de Vivanco en la plazoleta de Córdoba y la avenida Sáenz Peña, que poco después fue destruido por vándalos anónimos. Poca justicia se hizo a quien tanto le debe la ciudad.
Mis ideas desde el comienzo
El desafío con el que me encontré al llegar, fue que no sólo se trataba de poner en práctica lo aprendido en la universidad, sino que era necesario predicar sobre la incidencia real que la arquitectura ejerce sobre la calidad de la vida humana. La construcción puede ser útil en el mejor de los casos; mientras la arquitectura no sólo es útil: también enriquece el espíritu y es significante para la cultura, en cuanto corporiza identidad.
Era necesario entonces -y sigue siéndolo hoy- ejercer la vocación docente que enseña y aprende de la sabiduría local. Hacer arquitectura es pues, interpretar las sugerencias del lugar y de su gente conciliándolas en la materialidad del continente de un espacio para la vida, llevando al límite las posibilidades económicas, técnicas y estéticas para expresar en un lenguaje actual un concreto aporte a la cultura.
Toda arquitectura, para ser tal, debe construirse. El pintor plasma su cuadro, el músico ejecuta su composición, en cambio el arquitecto no construye su proyecto: planifica y asiste a otros que materializan la obra. Nos parecemos más al que escribe una partitura orquestal que otros ejecutan. Muchas veces, nos olvidamos de los operarios que construyen y decimos: “esta obra la hice yo”, cuando en realidad la concretaron otros.
A ellos, personas imprescindibles para el desarrollo de nuestras capacidades, les debemos reconocimiento y gratitud. Sin ellos, sólo habría ideas en lugar de arquitectura.
Misiones atrae
A los pocos arquitectos que trabajaban en Misiones a mi llegada, se fueron sumando numerosos colegas que dejaron su aporte, tanto en la gestión pública como en la actividad privada, de modo que hoy, el colegio de Arquitectos que cumplió 30 años de trayectoria, registra alrededor de 400 habilitados, a los que se agrega un numeroso grupo que por razones diversas no gestionaron su matrícula. Lo cierto es que Misiones sigue atrayendo, a pesar de los cíclicos períodos de crisis por los que atraviesa el país. A los que llegan de otras provincias se agregan los egresados de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santa Fe, que en 2000 comenzó el dictado de la carrera en la sede Posadas.
Próximamente comenzarán a egresar los estudiantes de arquitectura de La Universidad Gastón Dachary. Misiones crece, y para crecer convoca. Tal vez, a medida que su desarrollo cultural se consolide, tendremos ciudades más pensadas por urbanistas y cada vez habrá más edificios y espacios públicos ideados por arquitectos, revirtiendo una realidad en la que, considerando el mapa de nuestras ciudades, la superficie cubierta de construcciones sin arquitectos supera con creces a la surgida de su intervención. Ser arquitecto en Misiones es entonces, aceptar el desafío de recorrer juntos el largo camino necesario para reconvertir esta realidad.
Colaboración
Fernando Dasso, arquitecto
Rector del Inst. Polit. S.Arnoldo Janssen (1978- 2017)
Secretario Planeamiento Urbano (2001-2002)
Pte. Cons.Gral. de Educ (2008-2012)
Docente y Vice decano de la Fac. Arq. U.C.S.F (2002-2017)