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Raúl Anatoly Sidders, actualmente en funciones en la diócesis de Puerto Iguazú, fue formalmente denunciado ayer por una joven de 26 años presunta víctima de abuso sexual cuando tenía 12 años y el sacerdote católico prestaba servicio en la Escuela San Vicente de Paul en capital de la provincia de Buenos Aires.
La presentación judicial se realizó en el Juzgado de Garantías 2 de La Plata, a cargo de Eduardo Luis Silva Pelossi y el fiscal interviniente será Álvaro Garganta, de la UFI 11. La representante legal de la víctima es Pía Garralda, integrante de la comisión de autoconvocados que inició la investigación de los casos.
Las acusaciones contra Sidders se sumaron a partir de la publicación de un primer testimonio sobre su accionar en Prensa Obrera, agencia nacional de noticias del Partido Obrero, donde se denunció que el religioso como confesor en el colegio platense incidió en la vida sexual de los alumnos cotidianamente, además de los juicios ofensivos y denigratorios contra mujeres, homosexuales y pobres.
De esta manera salió de los rumores una situación que habría estado vedada por años, y se organizaron miembros y exmiembros de la comunidad educativa para reclamar la investigación de los abusos cometidos.
La preocupación tuvo eco en Misiones cuando se supo que el cura fue trasladado en mayo de este año para cumplir funciones como secretario del designado obispo Nicolás Baisi y a la espera de ser nombrado capellán del Escuadrón XIII de Gendarmería en Puerto Iguazú.
El caso “Rocío”
La denuncia de Garralda apunta a que Raúl Sidders cometió los abusos cuando se desempeñaba como sacerdote del Colegio San Vicente de Paul de La Plata.
PRIMERA EDICIÓN tuvo acceso a la presentación judicial (y la adelantó en exclusiva ayer en su portal digital www.primeraedicion.com.ar) en la que la víctima, con el seudónimo “Rocío” resume: “En el Colegio San Vicente de Paul cursé mi primaria y los primeros años de mi secundaria, desde los 11 años hasta los 14, desde mediados del año 2004 hasta el año 2007, en que comencé a evitar su presencia hasta abandonar la institución (…) Me confesaba con el padre Sidders en la escuela, me empezó a preguntar si había visto alguna vez a mis papás tener relaciones sexuales, si había visto a mi papá desnudo, si sabía lo que era un pene (…) Cuando estaba en sexto grado, la situación empeoró. Me empezó a acosar peor durante las confesiones, me preguntaba si sabía masturbarme y yo le decía que no. Entonces me explicó con sus dedos, sin tocarme, cómo tenía que hacer. Me sugirió que lo hiciera pensando en él y que en la próxima confesión le contara cómo me había sentido”.
“En la siguiente confesión me preguntó si lo hice y le dije que no. Me preguntó por qué y le respondí ‘no sé’. Ahí se mostró enojado y me dijo: ‘¿Por qué no lo hiciste si yo te dije que lo hagas? Vos tenés que estar preparada porque la mujer tiene que complacer al hombre siempre. Y preservativos no hay que usar, el fin de las relaciones sexuales es procrear’”.
“No recuerdo si en esa oportunidad o en otra que me dijo que si no quería masturbarme tenía que saber complacer al hombre al menos a través con una felación. Le pregunté qué significaba eso, no sabía. Me explicó con su lengua y su mano cómo hacer una felación. Eso no me olvido nunca más”.
“Ese mismo año, en sexto, dio una charla en la capilla en la que explicó quién es Dios. A partir de esa charla, hizo un concurso entre los tres sextos: teníamos que escribir todo lo que él había dicho. El que redactara se ganaba un premio en el buffet. Lo gané yo. Me llevó al buffet, elegí galletitas que me gustaban y una gaseosa. Me dijo que no, que podía llevar una sola cosa. Entonces agarré las galletitas. De ahí fuimos a la capilla los dos solos y me preguntó si me había masturbado, si había hecho alguna felación o algo. Le contesté que no, que no estaba preparada. Entonces me propuso enseñarme a mí y a un alumno a tener relaciones sexuales. Me largué a llorar y le pedí que por favor no lo hiciera, que mis papás no lo iban a permitir y que yo no podía vivir una cosa así. Me ordenó que no diga nada y que cuando fuera el momento lo iba a hacer”.
“En séptimo grado, recuerdo que era invierno, en los recreos adelante de todos, me hacía poner mis manos en los bolsillos de su sotana porque decía que yo tenía las manos frías, y me hacía sentir su erección. Esto ocurrió cuatro o cinco veces”.
“No quise ir nunca más a ese colegio. Mis papás me mandaban igual. Yo no les contaba todo les decía que el Padre me molestaba y que me hacía preguntas raras. Como me siguieron mandando me rateé todo el año. Me iba sola al centro, plaza o me iba a la casa de una vecina, no iba a la escuela”.
“Después mi mamá me descubrió y fue a hablar con la directora, que le dijo que yo iba sólo a calentar la silla y a molestar a mis compañeros. Era mentira, yo no iba”.
“’O la saca usted o la echamos nosotros y no la toman más en ninguna escuela’, le dijo. Yo tenía 14. Entonces me sacó mi mamá del San Vicente y cuando me buscaron escuela no me tomaron en ninguna, tuve que terminar yendo a una escuela agropecuaria de la ruta 36”.
“Primer paso”
La denuncia presentada ayer apunta al delito contra la integridad sexual previsto en el artículo 119 (inciso B) del Código Penal, con penas previstas hasta los veinte años de prisión. Para Iván Hirsch, militante del Partido Obrero y uno de los miembros de la comisión que concretó ayer la acusación, “es un primer paso y hacia adelante, con el inicio de la causa vendrán los respaldos con nuevas denuncias, especialmente las que surjan de la comunidad educativa del San Vicente de Paul”.
“Esperamos una reunión con el fiscal Garganta para los próximos días y que se garanticen las condiciones para que los demás casos sean recibidos e investigados”.