
Sebastián “Pipo” Giordano siempre miró a los trofeos obtenidos a lo largo de los 25 años de carrera como meros premios, pero ahora que, con la ayuda de su familia logró reunir a todos en una especie de museo, los observa de otra manera: “recién ahora me estoy dando cuenta que detrás de cada uno de esos objetos hay una preparación, una planificación, un viaje, numerosos recuerdos”, dijo el motociclista que, por el momento, está un poco retirado de la actividad pero asegura no haber “colado los guantes”. En esa “sala de recuerdos”, acondicionada en su casa paterna, atesora alrededor de 170 reconocimientos, entre ellos, los otorgados por el Diario PRIMERA EDICIÓN y la Fiesta del Deporte Misionero (FDM), en 2003 y 2004, como Mejor Motociclista de Misiones.
Durante un paréntesis en su tarea como repostero, “Pipo” contó que los trofeos “estaban un poco dispersos y mi hermano Nahuel, sugirió que teníamos que acomodar un poco. Como con el tema de la pandemia teníamos que cerrar antes el negocio, nos dedicamos a esto. Empezamos a acomodar, a hacer las tarimas, y una idea fue llevando a la otra. De a poquito fuimos armando y quedó algo muy lindo, en un espacio en el que las paredes estaban muy blancas”, manifestó.
Comparten un lugar en el “podio” equipos que el deportista usó en una sola carrera, con otros que ya tienen varias caídas, aunque “existen otros que están más destruidos y ya no los exhibo. Lo mismo pasa con los cascos, hay tres de velocidad y tres de motocross. Dos de ellos, impecables, y otros que están archivados por los golpes”.
Ir a sentarse en esa amplia sala es para “Pipo” rememorar cosas. “Miro un trofeo y no me acuerdo, busco la placa y me remonta al lugar, lo vinculo con las fotos, contesto preguntas de mi familia. Y ahora que armamos esto, invitamos a los amigos que quieran venir a mirar o a gente que le gusta el motociclismo. Entonces uno cuenta una anécdota, otro agrega algo, y así, se generan agradables momentos”, acotó.
Casi sin pensarlo
“Pipo” arrancó formalmente a los 14 años pero tuvo moto desde los 12, de casualidad, porque la ganaron en una rifa. Es que papá, Nahuel Antonio, nunca me quiso comprar una porque tenía miedo. Pero en 1994, se hizo una carrera de enduro en la Capital de la Alegría. “Tenía un grupito de amigos a los que les gustaban las motos, y con los que siempre salíamos. Me dijeron: tenes condiciones ¿por qué no te anotas? Y con una moto de calle, una Honda 150, a la que preparamos un poquito, salió mi primera carrera donde salí cuarto. De ahí no paré más, salvo por algún golpe”, recordó.
Después se largó a correr por la zona. Al año siguiente, compraron una moto mejor, de carrera, y durante 1995, 1996, se desempeñó en Paraguay, donde obtuvo el título de Subcampeón Nacional de Motocross. En 1997 subió al podio como Campeón Mesopotámico de Enduro, y en 1998, como Campeón Bonaerense de Motocross. Más tarde fue bajando hacia Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, aunque también hacía pié en Misiones.“Era una época con mucha actividad, en la que corría prácticamente todos los fines de semana.

Tenía que pedir permiso en el colegio, porque iba al secundario -cursó desde preescolar a quinto año en el Instituto Espíritu Santo-, y si me llevaba alguna materia la rendía en diciembre. Y así me fui arreglando: entrenaba, corría, estudiaba, pero siempre recibí el apoyo de mi familia en lo afectivo y en lo económico para ir comprando mejores motos, y seguir participando”.
Con el tiempo aparecieron un par de lesiones bastante complicadas, entre ellas, la rotura de una pierna, y de los ligamentos de las dos rodillas. Esa situación lo llevó a parar por un par de años para someterse a varias cirugías, “a arreglarme un poco, hasta que en 2002, 2003, empecé a agarrar el ritmo nuevamente. Comencé a correr en el Campeonato Misionero de Velocidad, donde salí campeón en 2003, y luego me cambié al Campeonato Argentino de Supermotard (fusión entre motociclismo de velocidad y motocross). Pero en 2004-2005 me rompí los dos brazos, una pierna, en otro grave accidente, lo que me mantuvo bastante meses alejado”.
Pero se recuperó, y volvió. Lo que pasa es que “Pipo” aseguró que “nunca le tuve miedo a los golpes, y eso que fueron lesiones muy graves, con fracturas expuestas, de las que hoy todavía tengo consecuencias. Tengo muchos problemas de rodillas y de articulaciones pero no me arrepiento de nada. Lo disfruté siempre. No colgué los guantes como dicen los boxeadores, pero estoy bastante retirado”.
Sostuvo que las motos “me gustaron de siempre, pero papá no quería que con mi hermano las tuviéramos. Sentía mucho miedo. Fue por esa casualidad que ganamos una, en una rifa, y él empezó a ver que no era tan complicado. Además, en el tema de la competición siempre se cumplen las medidas de seguridad, buenos cascos, buenas botas, cuando entras a una pista sabes que no se te va a cruzar un perro, un auto, no hay semáforos, no va a venir nadie de frente.
Obviamente que uno está expuesto a muchos riegos, a muchas fracturas, a muchos accidentes, pero no tan graves como en la calle. Igual, algunas veces fui en auto y volví en ambulancia. Tuve algunas carreras lindas, otras para el olvido, donde regresé sin nada”.
El motociclista siempre volcaba su adrenalina en un circuito, nunca en la calle. “Tengo moto grande de mucha velocidad, de calle, pero si salgo a pasear, es sólo eso. Si tengo ganas de acelerar, me pongo el casco, agarro la moto de carrera y me voy a un circuito. Soy súper consciente. Siempre fui así”, agregó.
Se emocionó al referirse a su familia que “nunca me dijo que no, a nada. Y siempre se alegró con mis triunfos. En papá hubo un cambio grande, de tener miedo y no querer tener una moto de calle, al apoyo y al acompañamiento permanente. Cada vez que hubo que invertir en una moto, en indumentaria, en repuestos, en viajes, papá siempre estuvo. Este último tiempo, de 2015, que me volqué al Campeonato de Velocidad, quedó con un poco de temor, y me acompaña mi hermano Nahuel. Pero siempre estuvo”.
Giordano admitió que “me fascinó siempre, sobre todo, el Motocross. Para mí es la disciplina más linda, la que más disfruté, debido a cómo se maneja, por el hecho de saltar, por como va variando la pista. Hay muchos factores que lo vuelven muy divertido. Pero hay que estar muy bien físicamente para disfrutarlo realmente. De lo contrario, se sufre”.
El joven tenía muy buenas condiciones para esa disciplina, pero las lesiones que sufrió de forma continua le jugaron otra mala pasada (fractura expuesta de tibia y peroné, que lo dejó cinco meses sin correr. No tuvo buena recuperación y quedó con secuelas. Al poco tiempo se rompió los ligamentos de una rodilla). Insistió que con el Motocross las articulaciones “sufren mucho. Costó recuperarme, y cuando lo hice, me rompí los ligamentos de la otra rodilla. Fue como un basta de Motocross, una alerta, no lo disfrutaba, tenía problemas, tengo secuelas y las tendré de por vida”.
Entonces se dedicó al Supermotard. Se practica “con las mismas motos, pero con otro tipo de cubiertas. Es algo parecido, me fue bien, me encontré con muy buenas condiciones, pero tuve un accidente muy grande donde me rompí los dos brazos y una pierna en un mismo hecho. Me dejó bastante tiempo afuera, pero volví”, alegó.
Después de tantas secuelas, se alejó de las pistas por un tiempo hasta que lo contactó Adrián Silveira, “que tiene un equipo de velocidad, para que pruebe, a ver si me gustaba, porque nunca había andado y eso que tenía 35 años. Me entusiasmó, así que comenzamos ese proyecto y salí Subcampeón Argentino en 2015. De 2016, en adelante, lo tomé con un poco más de calma y solamente asistí a algunas carreras”.
Luego, “me cambiaron de categoría, cosa que me costó mucho también porque era más profesional y demanda mucho tiempo, dedicación, presupuesto, entonces lo tomé como un hobbye y empecé a correr de vez en cuando. Ahora estamos en esa etapa. La última carrera que corrí fue en abril de 2019 en San Nicolás, Buenos Aires. Y la anterior la había corrido en Posadas en un circuito que conozco muy bien, lo que me favoreció mucho, la gané”.
Ahora, todo se detuvo debido a la pandemia, “no es que colgué los guantes, tengo las motos, solamente se trata de decidir el día que iré a correr cuando se liberen las pistas. Sobre todo, la de Posadas, que conozco bien. Seguramente voy a apostar por algunas carreras más”.
Ahora, “Pipo” también incursionó en el ciclismo que es como un bálsamo para sus lesiones de rodilla. “Estoy andando mucho en bici, el año pasado competí en algunas carreras, pero lo tomo como hobby, para despejarme, para salir a pasear un poco”. Confirmó que la preparación física es un factor súper importante para la práctica del motociclismo y “yo le encontré la vuelta con la bicicleta, me favoreció muchísimo. Antes iba bastante al gimnasio y me hacía muy bien pero me dejaba dolorido, como duro, y cuando en 2016 empecé a andar en bici -pedaleaba todos los días durante una hora u hora y media – y noté un cambio muy grande”.
Obviamente que eso no es todo y que hay que hacer todo un trabajo. “Interfiere la alimentación, el descanso, pero me favoreció mucho el ciclismo, y veo que muchos pilotos profesionales se dedican a lo mismo porque debe ser una de las mejores herramientas para la preparación física. En el gimnasio estás encerrado, dependes de otro que ocupa la máquina, entonces agarro una bici, la de ruta o mountanbike, y salgo. Además tenemos lugares tan lindos para recorrer, hago diez cuadras y estoy en medio del monte. Es un despeje total”.
Siempre innovando
Los abuelos y los padres de Giordano son santafesinos. Los últimos, se casaron en 1977 y vinieron a Misiones de luna de miel. “Les encantó la provincia, se sintieron tan a gusto, que se volvieron a buscar sus cosas, cargaron lo que tenían en la panadería, y se instalaron acá, siempre en Leandro N.Alem”, relató quien desde pequeño quería ser panadero. Acotó que “ellos vinieron a la zona a buscar un lugar pero sin saber adonde quedarse. Habían estado en Posadas, en Puerto Iguazú, y se iban hacia San Javier para ver cómo era el pueblo, a averiguar un poco, cuando entraron a esta ciudad para ver cuántos habitantes tenía y a cargar agua para el mate. La señora que le facilitó el agua fue tan amable con mamá, y una persona que se cruzó con papá, y le dijo buen día sin conocerlo, fue el detonante.
Eso los atrajo, la amabilidad de la gente”. Hace 43 años que la familia atiende la panadería en el mismo lugar y todos los miembros trabajan en ella. Además, “tenemos empleados que prestan servicios hace más de 30 años, con todo lo que ello implica. Así que somos como una familia grande”.